Los más jóvenes no recordaréis que décadas atrás, cuando España vivía en blanco y negro, en las aulas de las escuelas se especulaba sobre el lugar exacto donde habría existido el paraíso, el jardín del que habrían sido expulsados Adán y Eva, desnudos y avergonzados, por un fiero ángel con una espada en llamas. Sí, ésas cosas se estudiaban, y hasta se preguntaban en los exámenes. En la búsqueda del Edén se cruzaban datos históricos y geográficos, en un pretencioso debate bíblico-científico.

Pues nosotros, con menos ínfulas, descubrimos hace 30 años que el paraíso estaba en nuestra tierra. Fue un hallazgo afortunado. El consejero Graciano Torre acaba de informar sobre las actividades previstas para conmemorar el trigésimo aniversario del logotipo Asturias, paraíso natural diseñado por Arcadi Martorell, pero creo que la ocasión merece que insista en ello, aun a riesgo de ser repetitivo.

En 1985, Asturias afrontaba una gran reconversión, un proceso que iba a definir nuestra realidad en lo que quedaba de siglo. ¿Qué era Asturias? Pues, sustancialmente, por decirlo en pocas palabras, una región en crisis. Hablo de la fortísima reducción de empleos en la minería, en la siderurgia, en las fábricas de armas, en prácticamente todas las ramas de actividad industrial. Hablo, también, de la desaparición de la hegemonía del sector público, del estruendo continuo de las movilizaciones, de una sociedad desalentada por el pesimismo. Era, quiero decir, una región también en crisis de identidad.

En aquel 1985, el turismo era una cosa mediterránea, un fruto del sur que sólo maduraba con abundancia de sol y mucha playa. Claro que había empresarios turísticos y turistas en Asturias, pero en modo alguno se pensaba que ese sector pudiera añadir algo más que cuatro empleos y un catálogo de postales en los quioscos. Frente al desmantelamiento que sufríamos, los sindicatos y los partidos reclamaban grandes inversiones, catedrales industriales capaces de relevar la arquitectura colosal de los templos que se venían abajo. El turismo era, admitámoslo, un añadido, un apéndice, una cuestión menor

El cambio ha sido fortísimo. Hace 30 años, la fotografía del turismo en Asturias no incluía establecimientos rurales; hoy tenemos más de 1.800. Tampoco había apartamentos turísticos ni viviendas vacacionales. Sumábamos 187 hoteles; hoy rondamos los 850. En fin, nuestra oferta alcanzaba las 20.000 plazas; hoy se ha multiplicado hasta superar las 83.000.

Por eso creo que este año estamos obligados a celebrar dos cosas en una: el trigésimo aniversario de Asturias, paraíso natural y, con el éxito de ese eslogan, el acierto de haber acopiado fuerzas y recursos al desarrollo turístico. Es de justicia reconocer la capacidad estratégica del Gobierno que, presidido por Pedro de Silva, se empeñó en aquella meta frente al desdén generalizado.

Quienes tenéis la sufrida obligación de seguir mis intervenciones sabéis que soy un defensor del corazón industrial de Asturias y de España. Suelo decir que no debemos resignarnos a ser un parque temático, un país con la vista pendiente del cielo, a la espera de que el sol entibie la osamenta de nuestra economía. Pero eso no reduce en modo alguno mi apoyo al sector turístico. Quiero dejar claro de nuevo el compromiso del Gobierno del Principado con ese objetivo: el turismo se ha instalado para quedarse como una pieza esencial de la economía de Asturias y tenemos la obligación de apoyarla como merece porque hoy, 30 años después, puede volver a superar nuestras expectativas.

Sabemos que el turismo es capaz de aportar más del 10% de nuestro Producto Interior Bruto. Aún no hemos vuelto a ese listón, pero los datos del último ejercicio aportan razones para el optimismo: cerramos 2014 con un incremento de visitantes del 8,4%, lo que nos ha permitido alcanzar más de 1,9 millones de turistas. También han crecido las estancias y las pernoctaciones. Estamos en condiciones de consolidar esa tendencia. No presumo de que la recuperación global del sector sea un hecho. Queda trecho para situarnos en los niveles previos a la crisis, pero vamos en buen rumbo.

Esos números no se consiguen gratis, sin arriesgar, sin invertir, sin talento, sin compartir esfuerzos. La prueba es que cuando las cosas se hacen mal, el sector se resiente. Por ejemplo, cuando se emprenden rocambolescas campañas de promoción, como sucedió de cara a la temporada de 2012, los datos empeoran. Si no se aprovechan las oportunidades de colaboración con los empresarios, si se abandonan los proyectos de cooperación con otras comunidades, como también ocurrió entonces, las cifras decaen. Tengámoslo presente. Los desatinos siempre tienen consecuencias.

Si hoy, recién estrenado 2015, ya podemos hablar de una situación francamente mejor se debe a que han concurrido, como he destacado, varios esfuerzos. En primer lugar, el de los agentes y empresarios turísticos, quienes han trabajado como nunca al contener y rebajar sus tarifas sin comprometer la calidad de su oferta. En este punto, celebro la unión de las asociaciones Hostelería de Asturias, Hostelería de Gijón y Unión Hotelera del Principado en una sola organización que se convertirá en la gran patronal del turismo. Tengo los mejores deseos para esa iniciativa empresarial y ofrezco, como es lógico, diálogo, apoyo y colaboración por parte del Gobierno de Asturias.

La base empresarial constituye, sin discusión, el motor de nuestro crecimiento turístico. Por eso consideramos imprescindible el trabajo conjunto, tal como hemos hecho en la elaboración del Programa Estratégico del Turismo, la formación del Clúster de Turismo Rural o la incorporación de ayuntamientos y asociaciones al consejo de administración de la Sociedad Pública de Gestión y Promoción Turística y Cultural del Principado, nacida de la fusión de la SRT y Recrea. No queremos ni debemos caminar solos. El avance únicamente es posible yendo con ustedes.

El aprovechamiento de las tecnologías de la comunicación, a través del nuevo portal del turismo y el desarrollo normativo también ha contribuido a mejorar nuestros resultados, al igual que las campañas de promoción bien dirigidas. El año pasado, en este mismo lugar, me referí a la internacionalización del turismo como una asignatura pendiente. Pues hoy podemos celebrar que el número de turistas extranjeros haya aumentado un 18,3%, un porcentaje de incremento que supera con holgura al de las comunidades vecinas y a la media española. Y es que las cosas bien hechas suelen dar buen resultado.

Debemos fortalecer nuestra promoción internacional –ahí están, por ejemplo, las presentaciones previstas en Estocolmo, Lisboa y Burdeos-, pero ése es un desafío que vamos a ganar. Porque, y esto es lo esencial, disponemos de un potencial enorme. Me refiero a la captación de visitantes extranjeros, pero también a las posibilidades que ofrece el turismo rural de interior, la explotación adecuada del camino de Santiago y otros atractivos culturales, la oferta de exposiciones y congresos, el turismo de bienestar ligado a la salud que se verá favorecido por el polo biosanitario agrupado en torno al nuevo hospital central.... En cada uno de esos ámbitos continúa habiendo mucho por hacer. Por eso les hablé de superar nuestras propias expectativas: no es una afirmación dicha sobre la nada, sino asentada sobre las capacidades reales que tenemos para convertirnos en un referente de turismo de calidad para toda España.

En este ejercicio contamos además con una buena herramienta para trabajar por este objetivo: los recursos establecidos en la Ley de Presupuestos. El incremento del 14% en las partidas destinadas a políticas turísticas nos permitirá hacer una promoción más ambiciosa y apoyar mejor a las iniciativas del sector.

Hoy tenemos, pues, numerosos motivos para la celebración y muchos más para la esperanza. A ustedes, los empresarios, les animo a que sigan siendo los mejores guardianes de nuestro paraíso natural.