Anécdotas populares de Colunga

Diga treinta y tres...

ANECDOTAS POPULARES DE COLUNGA:

Diga treinta y tres…

Había no hace tantos años en la parroquia de Sales una señora  o mejor señorita como ella siempre indicaba con estudiada pillería e imperceptible sonrisa, que sobrepasaba ya   y no poco los ochenta, aunque su coquetería y lapsus de memoria  más o menos reales daban como resultado bastantes años de menos y la cosa iba cada vez a peor, pero bueno, esa es otra historia…


El caso es  que el  frágil aspecto, esbelta figura y delicada piel de la solterona, sumado a su carácter  - hipocondríaco -  creo que se dice -  bueno, de esas personas que siempre dicen que tienen no sé cuantas dolencias  - vamos que  se hallan toda su vida “enfermas” dando la lata a todos los que tienen alrededor y que son las que están en primera fila en todos los entierros de las personas teóricamente sanas - que traían de cabeza a todo el vecindario y como no a su médico de cabecera  que no era otro que el bueno de  Don José María Gil, al que sacaba de quicio con sus tonterías a pesar de su carácter jovial  y excelente humor.

El caso es que no sé por qué motivo – gravísimo como es natural -  un día de tantos de extrema urgencia por hallarse Don José María en Gijón en una boda, presentóse en el domicilio de la “enferma”  maletín en ristre,  paso cansino, y   cigarro entre los labios  la oronda y familiar figura del galeno sustituto ese día que no era otro que D. Domingo  Muñoz el  titular de Lastres  y viendo a la que  en teoría  ya estaba en la últimas  a la puerta de su casa  cubierta con grueso mantón de lana y paraguas en mano, indumentaria más propia para un frío día de invierno que para una soleada y calurosa tarde de Agosto, espetóle sin preámbulos  conocedor ya de la sintomatología de oídas que si los sofocos calores y mareos no se deberían más  al excesivo abrigo y a la poca ocupación que a otra cosa , indicándole a su vez que eso de que le diera el sol a uno de vez en cuando quizá no fuera bueno para mantener fina y lucida la piel pero que era hasta sano y que los paraguas eran más bien indicados para días de invierno y lluvia que para protegerse del sol, a lo cual respóndióle orgullosa y medio ofendida la paciente con los habituales  sollozos y estudiados lamentos, algo que tan buenos resultado le daba con D. José María, así que una vez en la cocina y hecha la exploración de rigor lo de diga 33 la tensión y eso, preguntóle D. Domingo por la medicación que tomaba, abriendo la mujer un armario repleto de mil y un envases de medicamentos de todo tipo, tarros, tubos,  cajas de colores de todas clases y  mil zarandajas de todo tipo, vamos, la farmacia completa y algo más…


                    Pintura de Lastres desde la Playa - por Juan Antonio

Mirólo  todo don Domingo,  e impresionado por tal despliegue y con su típica parsimonia fue cogiendo  a puñaos sin más ni más  todas y cada una de las cajas y envases  de variados colores y tamaños  y arrojándolas sin miramientos al faxineru  de la leña que la mujer tenía al lado de la cocina de carbón de las de antes de “Bilbao”, como era habitual,  tirándose la “farmacéutica” de los pelos  viéndose desamparada e impotente sin poder hacer nada para evitar  semejante desaguisado. 

Lo que vino después mejor no contarlo, pero el caso es que al poco tiempo se veía aparecer de vez en cuando por casa de la solterona en lugar de  a D. José María  el médico  al Sr.  Gerardo   “el del vino”  que era el propietario de “Bodegas Balbín” un almacén de bebidas que había en Colunga.

¿Qué milagro se había producido?

Pues nada más sencillo… después de la arrojada acción de D. Domingo y el consiguiente enojo de la enferma se necesitaba una solución rápida y efectiva, y claro, nadie como D. Domingo para eso, así que amenazóla seriamente si volvía a ingerir alguna de aquellas porquerías díjole que  ya hablaría él con D. José María y recetóle vino blanco en las comidas y algún vasín de clarete cuando sintiera sofocos, quitóle el mantón de lana de encima y recomendándole  que diera algún paseo al sol y al aire y que guardara el paraguas en el arca de la ropa de invierno hasta que fuera menester usarlo para su fin primario…

¿Resultado? el tratamiento fue un éxito total, la enferma mejoró una barbaridad casi siempre estaba contenta, la farmacia se quedó sin cliente, eso sí,  pero quedó libre un armario entero, contento Don José María y el vecindario aliviado… otra cosa es que con el tiempo a veces el Sr. Gerardo fuera llamado con más frecuencia de la debida, pero eso… eso no importa demasiado,  creo yo…