Aunque no era día laboral Benjamín Dylan se levantó temprano esa mañana. Estaba decidido a comenzar cuanto antes los preparativos para su viaje, pasar la Navidad en casa de su madre en Australia, a quien no ha visto desde hace más de cuatro años.

 La última vez fue precisamente un día de Navidad. Ocasión en que no hubo despedidas, sólo su madre que lo abrazó en silencio antes de abordar el avión hacia los Estados Unidos.

         Actualmente Benjamín es empleado de tiempo completo en el bar “The Chelsea”, ubicado en el 222 Oeste, entre la séptima y octava avenida. Ahí trabaja como barman de martes a sábado.

         Desde que llegó a América vive solo en una casa de los suburbios, y ha tenido buenas relaciones con casi todos sus vecinos; los niños del barrio lo estiman pues es el héroe que los defiende cuando son amenazados por alguna pandilla de otro barrio.

         Ha estado ahorrando para el gran viaje; de hecho, abandonó la costumbre de beber cerveza y comer parrillas los fines de semana “algo hay que sacrificar” - habría dicho –.

         En este último tiempo ha estado llegando temprano a casa y se molesta porque lo primero que ve al doblar la esquina, es a sus vecinos, maestros ya jubilados.

         La pareja de ancianos que todos los días, desde hace cerca de un año, al llegar el atardecer salen al porche donde se sientan en silencio, como esperando algo o a alguien.

         La antipatía entre ellos comenzó cuando no le fue devuelto el saludo de “buenos días”. Benjamín, en venganza, tomó por costumbre tirar la basura en su jardín. Los ancianos dijeron que estaban cansados de salir a recoger los desperdicios y amenazaron con llamar a la policía.

         Desde ese día dejaron de mirarse, se ignoran, y ahora existe algo como una muralla que les impide reanudar las relaciones.

         Benjamín se siente eufórico con lo del viaje, que concentra toda su atención, y ha dicho que los ancianos pueden seguir sentados hasta que les dé puntada, si así lo desean.  

         En el barrio puede verse que han comenzado los preparativos navideños.

         Los niños y sus vecinos han iluminado toda la cuadra con luces de colores y motivos alusivos a la Navidad. Los chicos levantaron un mono de nieve en cada antejardín y los han vestido con bufanda y sombrero. Por nariz le han puesto una zanahoria a cada uno. Todos están felices y acordaron que acompañarán a Benjamín con una cena antes de que parta al aeropuerto. Además, le han preparado pasteles y dulces para que lleve a su madre.

          Es el día, y su casa está llena de vecinos que cantan villancicos, toman bebidas dulces y comen pastelillos. Han adornado la mesa y encendieron velas lo que produce una luminosidad mágica. Hay un puesto especial reservado para Benjamín, quien tiene su equipaje listo, pues de un momento a otro vendrá el taxi que lo recogerá y llevará al aeropuerto.

         Antes de partir, decidió entrar a la cocina a beber algo. Desde allí, puede ver a través de la ventana a sus vecinos, los ancianos.

         Ellos están solos, y se han sentado a la mesa para cenar en silencio. De pronto, ve a la mujer caer al piso y al anciano levantarse de la mesa y alzar los brazos como implorando ayuda, sus movimiento son desesperados. Pensando que algo malo está ocurriendo se levantó y salió al patio. Decidido se acercó a la puerta de sus vecinos y tocó el timbre; después de unos segundos el anciano abrió a la puerta y le dijo:

- ¡Por favor, ayúdeme!, mi mujer ha tenido un ataque, ¡debemos llevarla al hospital cuanto antes, se ve muy grave, está inconsciente!

- Pero es que yo debo salir de viaje, en cualquier momento llega el taxi a buscarme - dijo Benjamín –, veré si alguien puede ayudarlos, y se dirigió corriendo a la casa.

         Pero nadie tenía auto disponible; alguien llamó a la policía y a la ambulancia pero dijeron que se demorarían en llegar. El anciano se veía desesperado, su mujer estaba en el piso y los más entendidos hacían esfuerzos por reanimarla.

         El sonido de un claxon se escuchó en la calle. Era el taxi que venía a buscar a Benjamín. Éste salió corriendo en busca de sus maletas, pero cuando iba llegando a la casa, se detuvo. Miró hacia atrás y tuvo la sensación de que no viajaría. Se devolvió donde sus vecinos y un impulso lo llevó a tomar a la anciana en brazos y junto al marido abordaron el taxi rumbo al hospital. Hicieron el trayecto en silencio, rogando para que nada malo pasara.

         Sólo se relajaron cuando el médico salió del pabellón de cirugía y les informó que todo había salido bien, que Ruth, (así se llama la anciana) estaba fuera de peligro y recuperándose.

         El anciano se acercó a Benjamín…

- Mi nombre es Wilson, dijo, y con lágrimas en los ojos, le agradeció por haberlos ayudado.

- No es nada – contestó – (he perdido el vuelo pero estoy seguro que ésta ha sido la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo) – pensó -.

- Les deseo a usted y a Ruth una Feliz Navidad, le dio un abrazo y se alejó rumbo a la salida.

         Mi madre sabrá entenderme – pensó - Subió a un taxi y regresó a casa. Cuando llegó y abrió la puerta, se dejó envolver por el ambiente navideño, de paz y felicidad reinante.

         Antes de sentarse a cenar miró a través de la ventana hacia la casa de sus vecinos, y cuando alzó la mirada hacia el cielo, pudo ver una estrella fugaz surcando el espacio…