Carmen se quitó los tacones. Era una ocasión especial pero ya no podía más con ellos. Además, nunca se había puesto tacones para celebrar la navidad. Hacerlo ahora quedaba ridículo. Eso sí, el vestido no se lo quitó. Era molesto pero mucho más soportable, y siempre que pasaba por la puerta del baño se detenía para mirarse en el espejo.

Sacó el jamón estofado con castañas del horno y se sentó en la mesa. Encendió la tele. Al final, la tele siempre estaba encendida en navidad, y a pesar de que nadie la prestaba una especial atención ni aunque quisiese, para Carmen siempre rellenaba el ambiente de una forma cálida y acogedora.  Recordaba cuando era pequeña y siempre veían La Uno, y luego cuando ya era mucho más adolescente empezó a ver los otros canales. Solo los veía para molestar a sus abuelos y a sus padres. Como para decir que ella no quería estar ahí.

Empezó a pelar gambas. Eso era lo primero. De hecho, sus tíos aprovechaban siempre los ratos muertos de las últimas cocciones para ir adelantando trabajo. Después, descorchó la botella de vino y se sirvió una copa. El aparato que quitaba el aire de las botellas había sido un buen regalo. Había sido en navidad, cuando probó el vino por primera vez en su vida. Su abuelo, aburrido y en ese momento apartado de la conversación principal que gobernaba la mesa, decidió cometer la travesura de darle una pequeña copa a su nieta. No recordaba cómo le supo aunque seguramente fuese mal. Tampoco recordaba, años más tarde aquella vez en la que empezó a gustarle beber buen vino.

Una carcajada enorme salió desde lo más hondo de su estómago al ver uno de tantos gags del especial navideño de José Mota. No era el tipo de humor fino que a ella le gustaba pero justo ese sencillo y bien ejecutado sketch le había hecho muchísima gracia. Hacía mucho que no se reía tanto; como en aquella nochevieja cuando uno de sus tíos empezó a fumar por la nariz. O cuando su hermano pequeño no consiguió encajar el petardo recién encendido por el marco de la ventana y todos tuvieron que huir de la sala. "Ha sido divertido porque no ha habido heridos": dijo después su padre.

Tras haber comido las gambas se sirvió la ensaladilla de chacta y mayonesa que recordaba gustarle tanto los años pasados. Era su madre quien la hacía, y con una sencillez de ingredientes y tiempo, conseguía un resultado que nunca nadie había podido igualar; por lo menos, para gusto de Carmen. Tan solo la probó esta vez. Pues si no se había quedado lejos de poder igualarla, la nostalgia que la invadió por no ser aquella que recordaba hizo que la dejara prácticamente tal y como la presentó en la mesa; y se lamentó por haber permitido que su egoísmo hubiera dejado que aquella receta se perdiera para siempre.

Llegó el momento del estofado. Dudó un poco. Fue cuando le sirvieron el plato principal cuando Carmen se marchó de casa aquel día. Tendría unos catorce años. Dejó la comida integra, sin ni siquiera probarla y se marchó sin decir nada. Los presentes se quedaron en silencio pero no se sorprendieron. Mientras, abandonaba el portal, Carmen se preguntaba si había logrado por fin que todos callaran. Tanto ruido, y tanta trivialidad y vulgaridad saturaban su desprecio. No podía soportarlo más. Quería estar junto a sus cosas. A lo más íntimo de la persona que en ese momento todavía se estaba formando. Y aquellos seres, la atosigaban con su jolgorio ordinario y sus rituales tontos. No quería estar ahí. Por eso se marchó.

No volvió a pasar unas navidades con su familia. No como cuando era más pequeña y más ingenua. Las pasó recluida mientras escupía desprecio y burla con la mirada. En silencio, sufriendo por su reciente naturaleza.

Dejó la mesa del comedor y se puso en el sofá. Con ella, la botella de vino y una copa. Había depositado ahí con antelación una bandeja con turrón y mazapanes. Se comió dos de cada. Recordaba lo poco que le gustaban cuando era pequeña. Ahora le encantaban, aun cuando sentía el detalle del gusto dulzón y cenizo que aquellos dulces fabricados en masa no cuidaban. Se quedó sentada bebiendo. Llegó un momento en el que no llegó a ser consciente de lo que estaba viendo. Empezó a naufragar en sus recuerdos; en los tiempos pasados en lo que todo siempre era mejor, en los errores que no tenían solución y en la vida, que siempre de una manera u otra pone a cada uno en su sitio. Se quedó dormida con la tele encendida, y los gritos y celebraciones de las campanadas no la despertaron.