De casa en casa

Sobre tradiciones en retroceso...

Ignoro si ustedes habrán conocido ya o no esta tradición popular que había en la mayoría de las parroquias de Colunga hace unos años –quizá subsista aún en alguna, no sé – aunque muy debilitada y en franco retroceso, sin duda, cosas del truco del almendruco este de la globalización laica, vomitiva ocurrencia de estos masones que nos tienen comida la tostada ahora por mor de esto del plebeyismo imperante y todo ese infecto entramado, pasto de trairdorzuelos y de gentes de la peor calaña, bueno eso que sabe ya todo el mundo a no ser que no quiera saberlo, pues ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver, eso de todos es sabido.

Supongo que sí pues alguno aún más viejo (La verdad es que no sé cómo me arreglé para “apañar” tantos años y tan rápido, no me lo explico) que yo andará por ahí circulando.
No obstante les indicaré al sector más joven de la población de qué se trataba la cosa, para que luego no anden diciendo por ahí que nadie se lo había contado.

Pues tratábase de ir pasando de casa en casa durante un período determinado de tiempo (que solía ser un mes) la imagen de la Virgen que ahí les muestro (Esa concretamente es de la parroquia de Libardón, pero la de Sales es exactamente igual). Como bien pueden observar, tenía dos portezuelas y una corona de adorno de madera tallada que se plegaban sobre el cristal con un cerramiento de gancho, formando un prisma muy proporcionado con un asa metálica en la parte superior que servía para transportarla a la siguiente casa.

¿Qué cómo se sabía cuál era? Pues nada más sencillo, como ven ahí en el postigo derecho había un lista numerada con el nombre de las mujeres de cada casa, así que no había más que dirigirse transcurrido el mes a la casa que tocaba, en la que se hacía entrega de la imagen hasta que la lista “diera la vuelta”
La lista también tenía una jerarquía lógica, pues la titular que figuraba era la más veterana de la familia, normalmente la abuela, luego pasaba a la madre y así sucesivamente. Lo recuerdo porque en mi casa en principio la titular era mi abuela y ya cuando faltó, pasó a mi madre.

Se me olvidaba decir, que en la parte inferior tenía un pequeño cepo de madera para limosnas, que le daba un aire cantarín además al ser transportada la imagen pues se sentía el soniquete de las monedas.

Recuerdo también que a los niños nos encantaba acompañar a las madres a la entrega de la imagen a la casa vecina, pues recuerdo que nos daban galletas y vino dulce, aunque en realidad lo que nos encantaba era que nos dejaran trasladar la santa corriendo por ahí, cosa que en raras ocasiones sucedía, pues el bulto era frágil, y el cristal del frontispicio, echaba a las progenitoras para atrás.

Pues nada, que así era la cosa, luego ya con la modernidad, pues ocurrió ni más ni menos lo que tenía que ocurrir y ya empezó a haber “matronas” que por aquello del laicismo mal entendido unas y por el qué dirán otras empezaron a rechazar la imagen en su casa, dando lugar así a la anómala situación en la que nos hallamos.

Pues más o menos, eso…