Relato participante en el concurso.

No voy a pedir nada a los Reyes este año. He oído decir que no es bueno desear, que desear te aleja de crear algo por ti mismo. Así que este año me propongo a no aceptar tantas ofrendas y a no entristecerme por estar en Navidad.

Si estuviera de mi mano, alegraría la Fiesta aportando ningún deseo. Cierto es que el brillo en los ojos de los niños al ver a los Reyes Magos, deslumbra el Mundo de la Magia que tienden a crear en sus preciadas mentes inocentes. Sólo en ellos parece existir la verdad porque en nosotros, los que somos adultos, esta Fiesta parece más una gran mentira tejida desde hace décadas para convertirse en lo que es ahora: una piltrafa engalanada, en la que gastar por gastar y creer en no creer. Hacer desaparecer a los Reyes Magos sería, pues, imperdonable.

No es eso, no. Debo reconocer que la creencia en los Reyes Magos es importante para la infancia. Ellos han sido, lo que podría llamarse, la iniciación para entrar en el Mundo Fantástico tan necesario para subsistir los avatares de la vida. Y menos mal que existen, porque si no para los más menudos de la casa, tal vez sería más difícil aceptar los sueños.

No olvidaré aquel momento siendo niño, cuando supe que la gran ilusión de mi corta vida había sido una farsa. Fue un paso amargo a superar por la traición del mismo ensueño. Cuando dejé de ser niño, aquel instante en que perdí la inocencia fue, sin embargo, el despertar de la conciencia, todo un descubrimiento.

Por eso quizá lo importante no es desear sino descubrir. Y con el paso del tiempo, al echar una mirada atrás a la infancia lo amargo se vuelve dulce, porque recordarla va ligado también al descubrimiento de unas manos mágicas que guardaban en secreto a nuestros padres.