A mis 38 años lo único que me interesaba era ejercer mis labores de abogado de la mejor forma, ganar casos y cobrar por ello, ese era mi mundo; claro está que no dejaba de lado el sentimiento de humanidad que todos debemos tener, mientras tenía las posibilidades, alguna que otra vez, hacía un donativo a algún orfanato de la ciudad o a un asilo para ancianos, eso ocurría casi siempre en épocas navideñas. Seamos sinceros, todos nos volvemos un poco más buenos en navidad.

Con esto no esperaba que aflore mi espíritu navideño ni nada por el estilo, solo lo hacía por ayudar. A esas alturas de mi vida la navidad ya no significaba mucho; sin embargo no me consideraba el típico hombre aburrido al que no le gusta la navidad; al contrario, me parecía una celebración bastante colorida y divertida, el detalle era que ya no lo disfrutaba como antes, sin embargo todo cambió hasta que lo vi, mejor dicho, hasta que me vi.

Era el veintitrés de diciembre y mis compañeros de trabajo no hacían más que hablar de los regalos navideños que iban a comprar para sus padres, novias o novios, hermanos, sobrinos, hijos, etc.

Ricardo, ¿me acompañas al centro comercial más tarde? – me preguntó Norma, una compañera de trabajo - Quiero comprarle un regalo por navidad a mi padre y de paso unas luces de colores para decorar mi comedor, lo que pasa es que mis tíos vendrán de España para la nochebuena y no se me puede escapar ningún detalle.

Norma amaba la navidad, desde noviembre ya estaba decorando los ambientes de la oficina, armaba el árbol, el nacimiento, colocaba las luces y que feliz se la veía; sin embargo me mencionó la palabra “centro comercial” e inmediatamente se me vino a la mente villancicos, árboles de navidad, figuras con el rostro de Santa Claus por todos lados y era algo que durante todo este mes estaba buscando evitar.

Lo siento Norma – respondí – ya tengo planes, iré al cine.

En realidad no iría al cine ni a ningún otro lado, saliendo de la oficina iría a casa a darme una ducha coger un buen libro y meterme a la cama, mejor plan que ese para mí no había.

Salí del trabajo a las nueve de la noche más o menos, era el último día laborable antes de la navidad y todos se despedían con efusivos abrazos y mensajes esperanzadores relacionados a estas fechas, situación que no era para mí, así que sin despedirme de nadie cogí mi coche y emprendí la marcha hacia mi casa, había sido un día bastante agotador y estaba muy cansado. Llegué y mientras me estacionaba noté que mi  residencia era la única en toda la cuadra que permanecía a oscuras, todas las demás ya tenían sus luces navideñas; pero que más daba, yo sólo quería dormir.

Una vez en mi cama no me fue difícil conciliar el sueño, creo que con lo justo leí media página de mi libro caí profundamente dormido. A mitad de la noche escuché un ruido en la sala como si alguien caminara, pero mi cansancio era tanto que pase por alto la incidencia y continuaba descansando, no pasó mucho tiempo y volvieron los ruidos esta vez, por motivos de seguridad, preferí ir a investigar qué es lo que pasaba y verdaderamente me quedé asombrado con lo que vi: un niño de unos 7 u 8 años, con un pantalón corto azul, zapatos negros y polo blanco estaba dormido en uno de mis sillones ¿Quién es? ¿Cómo llegó ahí? ¿De dónde viene? Fueron algunas de las preguntas que me hice al verlo.

¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – le pregunté al niño mientras trataba de levantarlo.

Me llamo Ricardo  - me respondió con voz baja – y no sé qué hago aquí, yo estaba durmiendo en mi cama y de pronto aparecí en este lugar.

¿Cómo que no sabes? – le dije muy enfadado – de seguro eres un ladronzuelo tonto que se quedó dormido. Anda vamos, te llevaré donde la policía.

El niño se puso de pie y comenzó a observar cada rincón de la sala como si estuviese buscando algo.

¿Estamos veinticuatro de diciembre? ¿cierto? – me preguntó.

Sí, ya son más de medianoche, ya estamos veinticuatro de diciembre – le respondí.

¡¡ ¿Cómo es posible que más tarde sea navidad y no hayas adornado tu casa?!! – replicó – mi casa tiene muchos adornos y tú no tienes ninguno.

Me sorprendió demasiado la actitud de este niño, yo estaba preocupado por saber de dónde viene y que hacía en mi casa mientras él le daba más importancia a que mi casa no tenía adornos navideños.

A ti no te importa que mi casa no tenga decoraciones – le respondí – dame tu nombre completo para llamar a la policía y te lleve con tus padres.

Que aburrido eres – me dijo – me llamó Ricardo Tuesta Aguado.

¡No lo podía creer! El niño se llamaba igual que yo, pensé por un momento que se trataba de una broma pero luego de hacerles unas preguntas confirme algo inaudito. Ese niño era yo. Le pregunté en dónde vive y me dio la dirección de mí casa, al preguntarle por sus padres me dio el nombre de los míos y al preguntarle si tiene hermanos mencionó los nombres de Víctor, Gustavo y Martín, mis hermanos. No había duda, yo era ese niño y ese niño era yo; sin embargo no lograba entender que es lo que había pasado y como algo tan fuera de lo real me estaba ocurriendo. Entre en confusión, no sabía si llevarlo ante las autoridades o dejarlo en casa, ya era tarde y note a Ricardo muy cansado, le di unas frazadas y deje que durmiera, le dije que mañana temprano iríamos a buscar a su familia y él aceptó. En realidad, yo también quería ir en busca de ellos, los extrañaba demasiado, habían fallecido hace 10 años.

Me acosté en mi cama sin poder conciliar el sueño, me quedé pensando en mi familia, o bueno en la que fue mi familia. Mis padres y mis hermanos fallecieron en un accidente aéreo, venían de unas vacaciones  a la cual no pude ir por el trabajo que tenía. Creí que no era conveniente decirle al pequeño Ricardo que él y yo éramos la misma persona ni mucho menos contarle del desenlace de nuestra familia, lo mejor era que disfrute de ellos mientras estén a su lado.

Cuando faltaban ya pocas horas para que amanezca me quedé dormido y me levanté cerca a las once de la mañana e inmediatamente fui a buscar al pequeño Ricardo, lo encontré decorando el árbol de navidad, el mismo que no armaba desde que mi familia falleció.

Encontré las cajas donde guardas tus adornos, tenía el presentimiento que alguno debías tener por acá y antes que me lleves con mi familia te ayudaré con tu árbol y tu nacimiento – me dijo el pequeño muy emocionado – mi hermano Víctor me dice que no entiende como hay gente que no le gusta la navidad y que a donde vaya debo llevar el espíritu navideño.

Le respondí con una sonrisa, y pues sí, recordé que mi hermano mayor siempre me decía eso, era el más “navideño” de la familia. En ese momento sentí que haga lo que haga iba a ser inevitable que este año, después de muchos, haya un árbol y un nacimiento en mi casa.

Me acerqué a Ricardito y juntos comenzamos a sacar de las cajas viejas a cada uno de los animalitos para colocarlos en el nacimiento que estábamos armando, cada figura me traía recuerdos entrañables con mis padres y hermanos; en ese momento recordé, gracias a mi pequeño acompañante, que yo en la época de mi niñez y juventud disfruté  mucho del mes de diciembre, y en especial de la navidad, a diferencia de ahora, cada que salía a las calles me emocionaba viendo los centros comerciales decorados con los adornos clásicos, me gustaba ver la ciudad de colores por las tradicionales luces y en los mercados disfrutaba viendo las diferentes estatuas de yeso que representaban el nacimiento del niño Dios; y porque no decirlo me ilusionaba con los regalos que podía recibir. Sin embargo, lo que más me gustaba de esta época del año es que la navidad era la excusa perfecta para compartir con mi familia, especialmente con mis padres y mis tres hermanos: Víctor, Gustavo y Martín. Éramos muy unidos, hacíamos todo juntos y los tiempos de navidad no eran la excepción. El primer día de diciembre sacábamos el árbol de navidad, los adornos y el nacimiento a fin de decorar la casa para la nochebuena, Víctor ponía los tradicionales villancicos para, según lo decía, acrecentar nuestro espíritu navideño; él junto con mi padre buscaban el lugar perfecto dentro de la casa para armar el nacimiento. Gustavo y mi madre solían armar el árbol y siempre nos sorprendían con algunas de sus manualidades para la decoración. Martín verificaba que las luces estén operativas y se encargaba de colgarlas en la fachada y en las paredes; y pues yo apoyaba a cada uno de ellos. Luego de decorar íbamos a los diferentes mercados de la ciudad para comprar más animalitos para el nacimiento o más adornos para la casa. Martín y yo éramos los hermanos menores así que Víctor y Gustavo nos compraban uno que otro regalo, nos divertíamos en esas salidas, bromeábamos entre nosotros y con los vendedores.

Estábamos por terminar con la decoración y el pequeño Ricardo me hizo la pregunta que no quería escuchar.

¿Tienes familia? ¿Por qué no están contigo ahora?

Ellos están en el cielo – respondiéndole con la verdad, pero sin darle mi real identidad – celebran la navidad con el mismísimo niño Jesús.

Ricardito me pidió disculpas por la pregunta y le dije que no había problema.

Mira, yo llevo conmigo siempre la foto de mi familia – mencionó el pequeño mientras sacaba de su bolsa una fotografía que yo no había visto hace años.

En la fotografía, los seis integrantes de la familia estábamos en un gran sillón, yo tenía unos 5 años. Vi la fotografía y no pude contener las lágrimas, abracé a Ricardito y solo atine a decirle “Cuando los vuelvas a ver diles a todos que los extraño y que me hacen mucha falta”. Ricardito me miró extrañado y me sonrió.

Recordé que cuando tenía la edad mi pequeño visitante siempre quise tener un figura de acción de una de mis caricaturas preferidas, la misma que recién me la pude comprar cuando tuve 26 años así que decidí dársela a mi buen amigo, por lo que le dije a Ricardito que me esperara unos minutos ya que tenía un regalo para él. Fui a mi habitación y alisté el obsequio, al retornar a la sala ya no lo encontré, lo busque por toda la casa pero Ricardito se había ido y yo estaba nuevamente sólo.

Con la visita de Ricardito entendí que los integrantes de mi familia, desde el cielo, me mandaron un mensaje: que la navidad, entre nosotros, nunca iba a cambiar, que mientras arme el nacimiento mi padre y Víctor siempre iban a estar a mi lado; que cada vez que decore el árbol de navidad mi madre y Gustavo iban a darme las indicaciones para hacerlo de la mejor manera; y que, finalmente, mientras coloque las luces de colores mi pequeño hermano Martín me daría las mejores sugerencias.

Llegó la medianoche y las luces de colores no dejaban de sonar en mi casa, los villancicos estaban a todo volumen y en la mesa serví seis platos de comida, uno para mí y los otros cinco para mis padres y hermanos, quería sentirlos cerca y así fue. Fue inevitable no pensar en Ricardito y envidiarlo, ya que él tenía aun la fortuna de tenerlos a su lado y esperaba de corazón que este disfrutando el momento con ellos tanto como yo lo hubiese hecho. Terminó la cena y recordé que con mi familia hubiese sido hora de abrir los regalos, así que me fui a la sala y me senté a imaginar que les hubiese regalado a cada uno de ellos. Al ver el árbol de navidad noté que había una pequeña caja de regalo, me pareció extraño porque yo no había dejado nada, así que me acerqué y recibí el mejor obsequió por parte de mi familia, era la fotografía que traía consigo Ricardito.

Gracias, querida familia, por recordarme que en esta ni en ninguna otra navidad estaré solo, gracias por recordarme que mientras haya familia hay navidad; que allá en el cielo tengan una feliz navidad.