“Pero qué demonios…”  - ésta fue la reacción del sr. Montesquieu, un viejo pescador jubilado al abrir la escotilla del velero aquél 25 de diciembre y encontrarse su vieja bota de montaña de suela lisa – “cuántas veces tengo que decirle sr.  Wanderer que no puede seguir conmigo, ya no tenemos edad para volver a la montaña, viajar por el mundo y celebrar las fiestas como antaño, la Navidad ha acabado para usted y debe volver a la residencia”.

Así fue como después de su último intento, el sr. Wanderer, cuya cordura había perdido en el momento que le quitaron los cordones, volvió a la “Residencia del Calcetínmaloliente”.

Llamaban así al zapatero que la familia Montesquieu guardaba celosamente desde años inmemorables en  el viejo desván de la casa.

El primero en llegar había sido una chancleta con calcetín, perteneciente a un guiri alemán que el sr Montesquieu había llevado en su velero.

La chancleta, a quien todos llamaban simpáticamente el doctor Chanclenstein, había perdido a su fiel compañero, un calcetín blanco, sucio y con agujero en el dedo gordo, en uno de los cambios de domicilio de la familia. La pérdida había dejado al doctor sumido en una gran depresión, por lo que no era extraño escucharlo por las noches divagando maneras de inventar algún artilugio que le devolviera “el olor perdido”. Dichas divagaciones lo mantenían ajeno a lo que ocurría diariamente en la residencia. . A menudo se inyectaba goma de caucho, que le ayudaba a evadirse del presente, era un auténtico adicto.

Al lado de Chanclenstein, solía estar Chiruca, la vieja compañera y amante de Wanderer. Si bien todos y todas tenían una edad, ella era la decana.

Chiruca había pertenecido a la esposa del sr Montesquieu en sus años lozanos, y junto a Wanderer habían recorrido innumerables lugares. Pero todo se torció cuando el sr. Montesquieu cambió su afición a la montaña por un lujoso velero y la sra Montesquieu se dedicó a su vida de ama de casa, dejando a Chiruca abandonada durante años en el desván. En el armario Chiruca fue envejeciendo y perdiendo todas sus cualidades, hasta tal punto que estaba irreconocible.

De jóvenes el matrimonio Montesquieu, había hecho su viaje de novios a Perú, y en sus bodas de plata, 25 años después, decidieron revivirlo con la misma ilusión. Ya no caminaban mucho pero para su excursión al Machu Pichu, buscaron en los armarios y zapateros sus viejas botas.

Fue el día de la excursión al templo, cuando un hecho marcó la vida de Chiruca para siempre. La sra Montesquieu se colocó a Chiruca y se dispusieron a partir. Todo transcurría con normalidad hasta que después de los primeros pasos, Chiruca empezó a notar que su suela se estaba desintegrando. En cada paso notaba cómo se iba desgarrando y dejaba tras de sí pedacitos de su existencia. Los hallus valgus, más conocidos como juanetes, de la señora tampoco ayudaban a las maltrechas costuras. Cuando la sra Montesquieu se percató, corrió junto a su marido vergonzosa para ver qué podían hacer. Al no tener ninguna zapatería cerca, decidieron cortar por lo sano, y arrancaron la suela de Chiruca para evitar dejar rastro y sentirse abochornados y ridiculizados.  Así fue como Chiruca quedó con una minusvalía del 85% en el baremo de movilidad. Eso la hizo volverse más recelosa de todos y todas.

Chiruca sabía que Wanderer  albergaba sentimientos impuros hacia la ex modelo de la residencia,  a la que todos llamaban “Sweet Mary”. 

-¡Cuidado con ésta, es una bruja con tacón de aguja y berrido de camionero! – advirtió Chiruca a su amigo.

-Sí, lo sé, hablé con el dr. Chanclenstein me dijo que es más golfa que un zapato de bolera. Pero no sabes lo más fuerte, antes se llamaba Manolo Blahnik- contestó Wanderer.

-Ese siempre tan locuaz, contando chismorreos inciertos, con ese tragadero de boca-chancla. Sus terapias me ponen de los nervios, siempre recauchutándose.

Sweet Mary, o Manolo, con sus andares desvirgados, sus tacones altos, roja y esbelta no tenía rival. Su vida había transcurrido entre pasarelas de modelos y expositores  de zapatos masculinos de una tienda chic italiana. Pero el sol, que cada día reflejaba en el  escaparate, había hecho estragos en la cuidada piel de Manolo, haciendo que se agrietara antes de tiempo y su brillante color se fuera apagando. Así fue como aprendió que la juventud se desvanece cuando menos te lo esperas. Fue entonces cuando decidió hacerse el cambio de sexo y plastificase la suela.

Fue vendida a la esposa del sr. Montesquieu en las rebajas de un verano caluroso por unos pocos euros, que ella engrosaba colocando un cero de más. Mantenía su porte de diva frente a los compañeros de la residencia, sabía que el glamour y prestancia que emanaba no tenía competencia. Se sabía deseada y nunca llegó a preguntarse si su patético comportamiento le daba la felicidad o simplemente una falsa realidad.

Las peleas entre Chiruca y Sweet Mary eran constantes  y generaban problemas continuos a la Residencia. Pero Chiruca que era vieja zorra, sabía sacarla de quicio. A pesar de su minusvalía, se acercaba por las noches, desenroscaba la tapa del tacón de Sweet Mary y lijaba la superficie irregularmente para que al día siguiente cojeara, pero el ruido de las muletas la delataba provocando la ira de su compañera que acababa por clavarle el tacón en la lengüeta de la bota, lugar más sensible de Chiruca.

Los taconazos iban y venían,  Zapatofono, un desteñido mocasín de los años 60’ único en su especie por poseer una deforme cifosis, vulgarmente conocida como chepa o joroba, se lo echaba todo a la espalda. Era el secretario y administrador de la comunidad. Ya les había advertido en varias ocasiones con sancionarlas o dejarlas sin kanpfort durante un mes.

Incluso el doctor Chanclenstein les llegó a recetar tres capas de grasa de caballo para ver si les suavizaba el comportamiento.

-Es esa bruja con tacón de aguja – repitió Chiruca

-Venga no seas así. – contestó Converse que en realidad era el nieto de John Smith (modelo 412) y daba continuidad a la saga.

-Esa golfa ha dicho que me tirarían al conteiner por Año Nuevo.

-Va, no le hagas mucho caso, ella está casi peor – se le escapó a Converse, que no paraba nunca de hablar y tenía una verborrea digna de los americanos.

-Bua aaaaaaaah…. – estalló a llorar Chiruca.

-Venga mujer, ahora con la crisis, la gente se lo piensa dos veces antes de cambiarse de zapatos y tú eres una bota. Ya para lo que caminan, no te cambiarán. Además, por fechas navideñas ya sabes que la señora casi ni se mueve de casa, no te necesitará.

- Pero camina tan poco que igual… Bua aaaaaaaah… Me tiran por eso.

Converse le daba fuerte al polvo de talco y eso siempre le daba un aire de ansiedad angustiosa que por suerte sabía compaginar con un optimismo que rayaba la ingenuidad más absoluta.

-Lo más normal es que te recauchuten de arriba a abajo, si te fijas es lo que le hacen a las famosas de la televisión, un poco de caucho y a gozar. Toma ejemplo de Manolito- dijo burlándose para chincharla.

A Chiruca le hervía el sudor cada vez que se sentía comparada con Sweet Mary, así que cogió la muleta y se alejó dejando a Converse con la palabra en la boca, mientras murmuraba algunas maldiciones en quechua aprendidas en su fatídico viaje a Perú.

Las zapatoterapias del doctor Chanclestein, resultaban mucho más efectivas que las de su antecesor, el difunto doctor Martins.

El doctor Martins era psicoanalista de la escuela de Freud y Jung, y sabía que de nada servía indagar en aquellas mentes tan perturbadas, salvo para enfermar al sano. Pese a su edad, gozaba de buena salud. Un poco de ácido úrico que provocaba olor a pies al dueño, pero nada preocupante. A pesar de todo, la terapia lo afectaba en sobremanera, le resultaba fatigoso ponerse a escuchar esas historias, a cada cual más perturbadora.

Una mañana lo encontraron en su despacho colgando de los cordones. La imagen era estremecedora. Algunos de sus pacientes al verlo quedaron impactados, a otros les dio por reír.

Entre Sweet Mary y Chiruca se echaban las culpas de lo sucedido la una a la otra. Al llegar la bota policía al escenario tuvieron incluso que separarlas. Tras sacar el tacón de la lengüeta y la muleta de la plantilla, pudieron reducirlas y tranquilizarlas. Fue una suerte que encontraran una nota de suicidio en la mesita del despacho de doctor. Al parecer una historia de desamor estaba de por medio.

La joven Katiuska, de origen ruso, lo había trastornado por completo. La eslava alta, esbelta y fría como los cubitos de hielo pertenecía a la primera bailarina del ballet ruso Bolshoi. Por lo visto, había fundido por  completo el corazón del doctor Martins.

Tras unas semanas, de lujuria y desenfreno, donde intercambiaron las plantillas, la joven desapareció dejando una escueta nota en la que decía.

“ ?? ????????!” ( Hasta nunca, tu querida Katiuska )

Zapatofono que había trabajado de agente doble para la KGB y la TIA, era experto en analizar los moldes de las bailarinas, y conocía a Katiuska, que por aquel entonces la llamaban el Ángel de Siberia, por su frialdad y falta de corazón.

Para Zapatofono aquello olía demasiado, porque ¿realmente había sido un suicidio? A su edad había visto mucha mosquita muerta asesina.

En los cordones deshilachados no hallaron huellas dactilares - ¿qué pensaban encontrar de una profesional, el DNI con su dirección y número de teléfono?- malpensó Zapatofono

Lo que sí hallaron fueron restos de talco que indicaban que el dr Martins podría haberse paseado cabizbajo con los  cordones desatados por los suburbios del zapatero buscando desesperadamente consuelo en los polvos blancos, pero la falta de luz del habitáculo lo hizo confundirse y en lugar del talco común probó talquistina, mucho más fuerte, lo que le dio tal subidón que encontró el coraje necesario para llevar a cabo el suicidio.

La policía, que estaba de un trabajar poco que asustaba, dio veracidad a la nota de suicidio y cerró el caso.

El dr. Martins fue enterrado en el patio de la familia Montesquieu donde acabó entre las fauces juguetonas del perro de la familia que se encargó de destrozar sus restos, quedando así en la memoria colectiva de la residencia como un mártir al que llamaban San Martins.

Después de todo aquello, Wanderer sacó conclusiones. De hecho, él mismo se daba cuenta que cuanto más  sanaba su espíritu, menos zapatos podía soportar. Evocaba con melancolía sus tiempos de juventud donde la aventura por las montañas lo hacían estar rodeado de belleza. Recordaba noches con el frontal rodeados por la oscuridad y los ruidos del bosque. Al rememorar aquello se le erizaba la piel y lo estremecía. Por aquél entonces no sabía de rutinas, ni horarios, ni terapias. Era feliz.

 Mirándose al espejo que lo hacía más delgado de lo normal, se daba cuenta de que todo lo que lo rodeaba era una impostura. Empezando por el espejo. A menudo soñaba con salir de ese zapatero del infierno y volver a respirar aire fresco. Lo proyectaba con todos sus sentidos y lo pedía a gritos a todo el universo, al más allá y al más “pacá”.

Finalmente, un hecho inesperado cambió la existencia de los habitantes de la residencia. Sucedió una mañana de domingo cuando un furgón descargó en la esquina de la casa de los Montesquieu un conteiner de reciclaje de ropa y zapatos para el tercer mundo aprovechando la entrada del nuevo año.

La sra Montesquieu, que en los últimos años se había aficionado a la religión budista, y con ello a la creencia de desprenderse de todo lo material, decidió donar todo el zapatero.

Chiruca, acabó donde casualmente había perdido la suela, en Perú, en una región perdida llamado Lambayeque practicando su olvidado quechua.

La esbelta Sweet Mary o Manolo, fue donada a Guinea Conakry, donde terminó en los pies de una guineana que se contorneaba por las calles de tierra desgastando sus tacones y manchándola de barro.

El director Chancleinstein, fue donado a una institución de enfermos mentales en el norte de Laponia muriéndose de frío. No era el mejor sitio para una chancla.

Converse, fue destinado a los pies de un vagabundo chino cuyo sueño de infancia había sido el de jugar al baloncesto, pero la estatura le había “jugado” una mala pasada.

Katiuska, acabó en los pies de una bailarina de un club de alterne en las Vegas, el famoso “Motel Hot Shoes”, donde tuvo que aprender rap y hip hop para poder sobrevivir.

Zapatofono, pasó el resto de su jubilación en un museo de antigüedades, donde acondicionaron y sacaron brillo a su joroba.

Wanderer, acabó en cuba disfrutando de los pies cubanos de un experto doctor en medicina china que le devolvió la cordura con unos cordones nuevos. Ajeno al cruel destino de sus compañeros de cajón, se paseaba cada 25 de diciembre por el Malecón bailando a ritmo de salsa y recordando con ironía las palabras desahuciadoras que el sr Montesquiu le había dicho unos años atrás por las mismas fechas. “Cómo ha cambiado el cuento- pensó”