Caminamos por horas atrás de su pista, migajas de galletas, huellas en el barro de adultos y niños, y una sustancia rara y brillante roja, que nos tenía a todos confundidos. Le perdimos el rastro al llegar a la cima de la montaña.

Cansados y hambrientos decidimos establecer campamento ahí mismo. Nadie se explicaba como de repente toda huella se había esfumado, le echamos culpa al anochecer y a nuestras linternas baratas. Con esperanza de encontrar el rastro la mañana siguiente, nos echamos a dormir.

Ladridos y gritos lejanos me levantaron en medio de la noche. Pensando que alguien estaba en peligro, agarré mi arma y empecé a caminar hacia donde venían los gritos. Descendí la montaña bajo la luz de la luna, y noté que me estaba acercando, cada vez los ruidos sonaban más cercanos. Descubrí una especie de chozas viejas, creadas notoriamente a base de palos, hojas, ramas, y me inundó el corazón, la nariz y el estómago un exquisito olor a galleta y chocolate.

Toqué la puerta de la primer choza que encontré, y abrió la puerta un niño flaco y de vestimenta un poco sucias. Se acercó su madre a la puerta y me preguntó si andaba perdido, le expliqué los gritos que escuché durante la noche, y me dijo que no había escuchado nada. Desconfiada le pregunté si había visto algo raro durante el día previo, y me dijo que todo había estado normal que lo único triste que le había sucedido era que los hombres encargados de la comida todavía no habían vuelto y que tenía miedo que algo malo les hubiese pasado. Contó tristemente que llevaban un día sin comer. Desafortunadamente los gritos habían desaparecido, decidí entonces volver a mi campamento, poner en mi mochila toda la comida que nos quedaba y bajársela a los residentes pobres de las chozas. Agradecidos, preguntaron si había algo que podían hacer por nosotros, aproveché la ocasión y les pregunté si habían visto un hombre alto, un poco gordo, con barba y pelo blanco vestido de santa por los alrededores. Expliqué las sospechas de intrusión a propiedades ajenas, y que tenía que presentarse en la oficina a declarar. Asustados respondieron que no habían visto a nada ni nadie, pero alertarían a las autoridades si alguien con esas características cruzaba por esa área. Regresé al campamento, y la mañana siguiente dejé dos hombres encargados de investigar que había pasado con los muchachos encargados de traer la comida. Reuní a los que quedamos y seguimos buscando pistas.

Caminamos un par de horas, y descubrimos manchas de sangre a lo largo del camino, y empezamos a investigar. Encontramos un venado herido, con una pata ensangrentada, cuando la miramos de cerca el animal había sido víctima de un cazador. ¿ Pero quién se atrevería a cazar en una zona de senderismo ?. Enojados, y con miedo a que el animal empeoré, mandé dos hombres más a que lo llevaran cargado en mantas a las chozas para poder curarlo. Quedamos tan solo Paco, Cholo y yo. Seguimos nuestro camino bien alertas.

Sed y cansancio se reflejaba en nuestras caras, no queríamos admitirlo pero nuestras esperanzas se reducían con cada paso. Se hicieron las seis de la tarde, y más no podía exigirle a mis hombres. Les ofrecí dar la vuelta, pero nadie iba a dejar un criminal suelto, no si estaban cerca. Armamos otra vez campamento y calentamos lo último que nos quedaba para comer. Se vino la noche y con ella una vez más los ruidos de la noche anterior, ladridos y gritos. Levanté a mis hombres de apuro, pero para mi sorpresa ya no se escuchaba nada. Intenté volver a dormir, pero no pude. Me levanté por la mañana junto a mis hombres, sin poder quitarme esos sonidos de mi mente. Las peores ideas pasaban por mi mente, atormentándome.Volvimos al sendero, y para nuestra sorpresa, habíamos alcanzado su final. Una inmensa cabaña roja resaltaba ante nuestros ojos, bien cuidada, al menos esa imagen nos daba la pintura externa.

Caminamos hacía la puerta, y una vez más nos inundo la nariz ese exquisito olor a galleta y chocolate que habíamos aspirado antes. Tocamos la puerta hambrientos y nos recibió una generosa anciana, que nos ofreció chocolate y galletas. Aceptamos, y mientras comíamos y bebíamos le contamos el porqué estábamos ahí. Con una sonrisa accedió ah ayudarnos, y se dirigió a levantar a su esposo que estaba durmiendo una siesta. Para nuestra sorpresa, el hombre reflejaba todas las características del intruso que estábamos buscando, y un increíble parecido a Santa Claus. Decidimos entonces preguntarle de los gritos nocturnos, que solo yo había escuchado. Sorprendido me dijo: – “ ¿ De verdad los escuchas cada noche ? ”. Procedí a contarle mis sospechas, y entre carcajadas, ofreció mostrarme el lugar de donde venían los gritos en la noche, una gran habitación llena de tazas con restos de chocolate. Al parecer, los gritos venían de sus grandes fiestas nocturnas. Revisamos todo el área, cada rincón de la cabaña, y tras encontrar varios restos de la sustancia brillante encontrada en la escena inicial decidimos arrestarlo.

Nada parecía asustarlo, manteniendo una sonrisa accedió a venir con nosotros.Íbamos a mitad de camino, cuando Patrick, el sospechoso, nos agradeció por haber ayudado a uno de sus venados, sorprendidos le preguntamos como se había enterado, y entre risas respondió que el todo lo sabe y todo lo ve. Lo cual nos generó más desconfianza. Para hacer el camino más ameno para todos, decidí hablar de deporte. A lo que Patrick me pregunto si seguía teniendo mi bicicleta negra, sorprendido decidí preguntarle cómo sabía tanto de nosotros y hace cuanto tiempo nos llevaba vigilando. Rompió a carcajadas, y nos dijo que aún no estábamos en la lista. Asustados, preguntamos quien estaba en esa lista, y de que se trataba. Para mi sorpresa, habíamos llegado a las chozas, dónde todos los vecinos habían salido a saludarlo y agradecerle. Seguíamos sin entender nada.

Un niño se acercó a mí, y tirándome de la mano me pregunto si era verdad que yo también escuchaba los gritos y ruidos en la noche. Le respondí que si, y le pregunte si el también los oía y si sabía de donde venían. Para mi sorpresa, respondió “ Claro, es santa y sus elfos, haciendo juguetes ”.

Abandonamos las chozas, con dudas en la mente, y pequeñas puntadas en el pecho.

Durante el camino tuvimos buena charla, Patrick era un hombre sabio, coherente y reconocedor de la diferencia entre el bien y el mal. Muy diferente a cualquier sospechoso. Era difícil ignorar a tan cálido ser, si hacía frío nos ofrecía su saco, si hacía calor ofrecía su chocolate.

Llegó la noche y armamos campamento, sentados alrededor del fuego disfrutamos de las historias de Patrick. Uno por uno, caímos dormidos. Exaltados nos levantaron disparos, gritos, Patrick dijo que eran las chozas y que teníamos que ir ah ayudarlos. Con dudas, dimos la vuelta tan rápido como pudimos. Los disparos continuaban, Patrick corría cada vez más rápido, llegamos a las chozas para ver un montón de bandidos amenazando a los residentes, y apuntándole con armas a los niños. Saltamos sobre ellos, disparos, gritos, sangre...de repente un silencio abrumador, lágrimas, Patrick había recibido un tiro intentando salvar a uno de los niños.

Lo ayudamos como pudimos, entre susurros nos dijo que si todos juntos creíamos y deseábamos que el se cure, pasaría. Con pena, le agarré la mano y le dije que así sería. Llegó el niño que me había preguntado por los gritos con una taza de chocolate caliente entre sus manos. Con lágrimas en los ojos me pidió que le diera a Patrick chocolate para que se cure. Acepté, con lástima y pena, le levanté a Patrick la cabeza y le di de beber su chocolate. La palidez de su cara era obvia, estaba a punto de abandonarnos. Le agradecimos su sacrificio, rezamos por el, y entre medio de un silencio lo dejamos descansar. Ofrecí llevar el cuerpo a la anciana, para darle entierro.

Sonrió al verlo, lo besó en los labios, y le dio un poco más de chocolate. Ofrecimos ayudarla, pero insistió que ella se encargaría del resto. Empezamos a caminar vuelta a casa cuando volvimos a escuchar gritos y carcajadas, al mirar atrás me pareció ver a Patrick abrazando a la anciana. Pero supuse que había sido producto de mi imaginación.

Llegamos un día antes de navidad, entre a casa y vi los regalos debajo del árbol. Agradecí a mi esposa, pero ella respondió : –“ Amor, no tenías que haber gastado ”. Lo cual me dejó en silencio. Me acerqué curiosa a leer las etiquetas, y encontré mi nombre con una nota que decía :

“ No Dejes de Creer en mí. Patrick. ”.