Fue una noche de ironías, paralelismos y, en un descuido, hasta de dobles sentidos. Por si fuera poco, fría y brillante, como esperamos que sea la navidad.

OFF

Cientos de peregrinos de fiestas de temporada, compras de última hora o de un rutinario regreso a casa fueron hechos prisioneros por un estreñimiento vial que, en esos días, pudo deberse a muchas causas (un accidente, un semáforo descompuesto, el acto violento de cada día).

Es casi seguro que absolutamente todos los que aguardaban por su libertad esa noche desearon recibir posada, una posada real y con cimientos, con baño, cama y cocina, no motorizada, pero difícilmente alguien lo sintió con mayor fuerza que la pareja aquella que abordo de un taxi se dirigía al hospital apurada por las primeras señales de un alumbramiento.

CLICK

No habría sido algo nuevo que una mujer diera a luz en un transporte público. Sí lo fue que la ocasión y el papá de la futura criatura compartieran el sentido de la ironía, accedieran a descender y vivir el parto en el pesebre tamaño natural de una plaza pública.

El muchacho pateó al buey, puso al niño dios en el suelo y acomodó a la casi madre en la cama de paja. Levantó una tela que servía de base a las figuras y la usó de sábana y cobija para su esposa. Algunas personas también descendieron de sus coches y se acercaron.

ON

El niño nació con prisa. Una criatura sietemesina que apenas abría los ojos. La preocupación pasó a ser la de darle calor. La noche estaba helada y la ambulancia, a menos que fuera un trineo volador, iba a tardar.

Un hombre alto, de abrigo oscuro largo, gorra de esquiador y en esos momentos cálida barba quitó algo de paja del techo y les reveló una inusual pantalla en 3D. El sujeto se puso en cuclillas junto a la madre, que abrazaba con desesperación al neonato, y le mostró el cielo, profundo como sólo puede verse en esta época del año.

“Cuando un niño abre los ojos y éstos reflejan por primera vez la luz, hay un breve instante en el que se unen el cielo y la Tierra. La vida es un rayo que atraviesa el universo instantáneamente y brilla en dos lugares al mismo tiempo: unas pupilas y una estrella”.

El hombre guió la mirada de la madre, y la de todos los pastores urbanos que ahí reunidos aportaban, además de curiosidad, calor, hacia el oscuro horizonte superior, y señaló un pequeño destello que poco antes no se notaba entre las constelaciones.

“Hubo un error en la traducción de la biblia”, agregó el hombre, “no es que una estrella señalara el nacimiento de un niño. Fue el nacimiento de un niño el que hizo brillar a la estrella.” Entonces miraron a la criatura y vieron que sus ínfimos párpados hacían el esfuerzo de abrirse. Arriba, muy arriba, una intermitencia luminosa hacía eco de dicha lucha.

“El cielo es el álbum de recuerdos de la Tierra. Deberíamos ceder los telescopios a los historiadores”, dijo el tipo alto en algo que pareció ser broma, aunque nadie podría asegurarlo. Lo sí cierto era que la criatura respiraba y abría los ojitos.

“Dar a luz es encender un switch intergaláctico; esta noche todos ayudamos a hacerlo”, se despidió de ellos cuando llegaron los paramédicos.

Ya en la maternidad, la mamá nueva lo recordó: ¿Quién era? Deberíamos buscarlo, darle las gracias…

Ironías, paralelismos; coincidencias y reflejos, como la iluminación navideña, que evoca la del cielo. Si cruzan el infinito, también pueden atravesar el tiempo: “¿Agradecerle qué? A ciencia cierta, sólo sé que te mantuvo tranquila con sus cuentos mientras llegó la ambulancia. Además, no creo que vayamos a encontrarlo…”

¿Por qué?

 “Seguramente subió a su camello y fue a reunirse con los otros dos, el del elefante y el del caballo…”.