Quizá sea un mito; tal vez un duende, ángel, espíritu, genio… o un muy oportuno inoportuno

. El hecho es que estás en la cena navideña en el típico momento en el que el resentido se acuerda, el dolido se soba, el lastimado llora y entonces los recuerdos, los malos, ganan su sitio en la mesa al abrazo y al momento. Luego una voz opaca al villancico, seguida por otra que aplasta las risas y una más que hasta sacude las esferas del pino. Justo en ese instante, cuentan, dicen, porque en mi casa no ha sucedido, la luz se apaga y el silencio se impone. Entonces se enciende una pequeña vela, acompañada, según algunas versiones, por una risa seca, de viejo sin dientes, llama que captura las miradas y los pensamientos. La voz de la oscuridad dice “Feliz Navidad a todos”… y la luz se enciende. Cuando esto pasa, ven al técnico de la Compañía de Electricidad junto al interruptor, diciendo que todo era cuestión de encenderla. La luz. El hombre se despide y deja a los pensamientos urdiendo mitos.

 

Quizá no sea cierto que tiene las orejas puntiagudas. Quizá, tal vez, sólo sea el resultado proyectivo de una generación que creció viendo películas navideñas. O fue, pudiera ser, simplemente un inoportuno justificado por el momento.