Hoy tengo ganas de hablar; es extraño vivir y también morir, mientras nos afanamos por conseguir metas: dinero, poder, estatus; tal vez lo más importante lo olvidamos hasta que lo perdemos, por ejemplo, el amor, como Rosa nuestra protagonista que había quedado viuda y valoraba lo perdido como siempre hacemos los humanos.

Existe un momento en la vida de toda mujer en que ella no quiere ser invisible, pasar desapercibida y quiere continuar viendo la belleza del mundo y que los demás se fijen en ella,si todos de algún modo queremos ser reconocidos por los demás, nuestra protagonista de cincuenta y cinco años más todavía. Su hija Lucía estaba en el instituto acabando segundo de bachillerato en una edad difícil, imprecisa, donde todo es inseguro aún cuando quieran derrochar seguridad los jóvenes a dicha edad, están en arenas movedizas, donde la ilusión y falta de responsabilidad de los niños se pierde en la toma de decisiones y en la responsabilidad que ello conlleva, si el tiempo pasa veloz y Rosa empieza a estar de vuelta en el camino de la vida, su hija está en terreno de nadie, donde los problemas de identidad y  rebeldía son el pan nuestro de cada día.

Juan había muerto de un infarto fulminante trabajando en un restaurante,donde era chef de cocina y no pudieron hacer nada por su vida, acabó en un nicho, no vino mucha gente al cementerio .

La amistad es para cuando eres niño y estás abierto al mundo, luego nos vamos encerrando en nuestro caparazón y el tiempo hace el resto para quedar sin amigos y unos cuantos conocidos.

Rosa estaba en la fase de enfado y de preguntarse porque a ella, después de haber pasado por la tristeza y el abatimiento, el tiempo tenía su última palabra para empezar la fase del olvido y la recuperación última. Todavía planchaba junto a su ropa, la vestimenta de su marido que tenía algunas mangas arrugadas; ello era el asidero de la relación con el mismo, incluso cuando alguna amiga la dijo que lo donara a la iglesia o alguna O.N.G. , ella se resistió porque tal vez los olores y sabores de una persona es lo único que nos queda o en su caso la voz de Juan en el contestador automático, donde había dejado impresa su parcela de inmortalidad. 

Pasadas unas semanas, sus amigas la invitaban a reuniones familiares, donde ella era el número impar, el número primo que no admitía fácil división, y donde hablar de su esposo era lo que no se podía hacer de ningún modo. Amigas, hermanas más pequeñas, la animaban a salir y olvidar poco a poco, pero Rosa no había llegado al final del duelo, esa fase en la que ya, después de haber puesto incluso pequeños defectos a su marido: los programas de telebasura que están en todo momento y lugar, algunos desajustes ideológicos de carácter político que existía entre ellos, incluso las aficiones futbolísticas encontradas; amén del amargo paso del tiempo que todo lo debilita y muda; Rosa, no podía olvidar aquellos ojos de mirada franca, clara como el color verde de su poseedor, con el que pensaba llegar a vieja y pasear por las choperas del parque del Oeste cerca del lugar donde vivían; ser viejecitos y darse las manos al sol días antes de que anochezca, como dijo el poeta, es posiblemente lo más hermoso que nos queda a los humillados en la postrera etapa de la vejez, donde el cuerpo no nos es reconocido como nuestro y la inanidad de nuestra carne nos dice que somos carne de la vieja desconocida pero que siempre aparece.

Su hija Lucía no entendía a veces el llanto sobrevenido de Rosa, aún cuando sufría de igual modo la muerte de su padre, en este caso no se cumplía el adagio que dice: “la mujer lleva los sentimientos por fuera y el sexo por dentro, lo contrario al hombre” ; pasaba el discurrir de los días y empezó a querer sentirse más guapa, mejor por dentro y por fuera, y aún cuando no quería poner reclamos en Internet ( sólo lo hacen los solitarios y con muchos problemas), pensaba, también creía que el amor nace de improviso y donde menos lo esperas; yo como narrador, diría que quien en esta sociedad de pérdida de valores firmes que antaño nos convertía a todos en miembros de la tribu, no se siente solo y con dificultades. 

Una tarde de Navidad, paseando por los aledaños del parque del Oeste, se acercó un hombre
de traje azul marino, con sonrisa abierta y mirada suave, la invitó a tomar un café, en el justo
instante que los cielos se dibujaron negros y llovió como si nunca lo hubiera hecho en Madrid, recalaron entre risas y prisas en un bar donde una televisión informaba de los daños colaterales en niños de una bomba de racimo lanzada en Siria, modo eufemístico de no decir que la infamia se había cebado sobre niños indefensos que no jugaran más. Pedro se presentó y la escuchó mientras ella contaba su vida y tal vez el hecho de que escuchara atentamente como muchas mujeres demandan a ella que además lo necesitaba, fue el acicate del afecto que nació en Rosa.

Quedaron en otras ocasiones para verse y en un momento un beso de Pedro, abrió los labios de nuestra protagonista al amor y esa fase postrera del duelo desapareció casi del todo. Por ahora, dejamos aquí a Rosa abierta a la esperanza, como todos anhelamos y necesitamos para continuar viviendo.