En los últimos tiempos el tema del cambio climático ha pasado desde el más completo ostracismo a los primeros puestos en las parrillas informativas. Este curioso fenómeno se ha ido apoyando en sucesivos escalones para alcanzar la situación actual.

En primer lugar hay que notar que las diferentes anomalías climáticas percibidas por la población, como unos últimos veranos e inviernos especialmente cálidos, la sequía, ciertos fenómenos extremos, etc. constituían un campo abonado para que los medios de comunicación introdujesen poco a poco las noticias sobre cambio climático que se generarían posteriormente. Una de ellas fue la presentación por parte del Gobierno británico, en noviembre del año pasado, del Informe Stern sobre los impactos económicos del cambio climático en el mundo.

El citado informe concluía, entre otras cosas, que “el cambio climático era el mayor y principal fracaso de la economía de mercado”, y que, mientras que el coste de afrontar el problema era de un 1% del PIB mundial, el coste de seguir igual que hasta ahora supondría alrededor del 20% del PIB mundial, es decir, una crisis económica de grandes dimensiones.

Posteriormente se celebró la reunión anual de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático en Nairobi, que no avanzó significativamente en los acuerdos que adoptarán los países una vez que finalice el periodo de cumplimiento del Protocolo de Kioto en 2.012.
Más tarde, con el cambio de año y la publicación de los datos sobre los registros de temperatura del año 2.006 y las previsiones para el 2.007, se preparó el camino para el acontecimiento que marcaría el futuro sobre el conocimiento del cambio climático.

La presentación por parte del IPCC (siglas en inglés del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, es decir, los expertos científicos) de su Cuarto Informe en febrero (el anterior data de 2.001) despertó enorme interés pues venía a confirmar que el cambio climático ya estaba actuando desde hacía varios años, que la responsabilidad del mismo correspondía a la actividad humana a través de la emisión de gases de efecto invernadero, sobre todo por la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas), y establecía las previsiones para el presente siglo.

A finales del mismo la temperatura media del planeta ascenderá entre 1,1 y 6,4 ºC, y el nivel medio del mar subirá entre 18 y 59 centímetros. Algunos de los impactos derivados de ello previstos por los científicos para la Europa mediterránea son: Temporadas de incendios más largas y de mayor riesgo. Olas de calor similares a la del año 2.003. Mayores riesgos para la salud. Mayores diferencias entre regiones europeas por el acceso a los recursos.

Disminución de la producción agraria y forestal en el Sur. Pérdida de hasta el 20% de los humedales costeros. Vulnerabilidad de las especies de alta montaña hasta el 60%...

Ante este panorama, la conciencia social (europea sobre todo) percibe el cambio climático cada vez más como un riesgo real, más cercano de lo que suponía, tanto geográfica como temporalmente, y a la vez siente desconcierto ante ciertas cuestiones clave.

Si era tan grave, ¿por qué se tarda tanto en dar a conocer? ¿Se puede hacer algo para evitarlo? ¿Qué se puede hacer, qué puedo hacer yo?

La población del planeta es de 6.300 millones de personas. Las preguntas anteriores se las pueden hacer menos de la cuarta parte, la que pertenece a los países centrales o industrializados, el resto sigue sin conocer lo que significa el cambio climático. Esa pequeña proporción de la población coincide con la parte que ha causado el problema y, por tanto, es responsable de solucionarlo.

Ahora bien, las ciudadanas y ciudadanos de estos países conocen cada día mejor la problemática del cambio climático. Saben por dónde discurre el camino que deben llevar en su vida diaria para minimizar las emisiones de gases de efecto invernadero resultantes de su actividad.

Pero también se han percatado de que la acción individual por sí misma no terminará de resolverlo, la naturaleza del sistema de producción y consumo excede sus posibilidades diarias individuales. En cierta forma, la gente se ha cansado ya de oír que es la culpable de todos los males y, aún reconociendo que una parte de la solución está en sus manos, no puede cerrar los ojos ante la pasividad de los amos del sistema y la complicidad de los representantes políticos ante el mayor problema al que se enfrenta la humanidad y del que más se conoce. Por esta razón se manifiesta en estos días, por esta razón y porque en la movilización de la sociedad de los países que han creado este modelo ambiental y socialmente insostenible está la clave. Los que toman las decisiones deben saber que estaremos pendientes de las medidas que adopten, y que exigiremos las mejores para combatir un cambio climático que ya está en marcha.

Las decenas de miles de personas que salieron a la calle en diferentes ciudades para conmemorar el Día de la Tierra el pasado 22 de abril son sólo una muestra de ello. En adelante, la manifestación de Madrid, que reunió a más de 15.000 personas, y que constituye la movilización contra el cambio climático más grande que se haya producido jamás, se recordará como el primer paso de la lucha social para exigir soluciones efectivas para este grave problema.