El Viudo y la Xana

El Viudo y la Xana

Un viudo, vecino de Carrandena, [lugar de la parroquia de Libardón, del concejo de Colunga], tenía dos hijos de corta edad. Y mientras él iba a trabajar la tierra, una persona desconocida le lavaba y peinaba los niños,16 restiellaba [cardaba] lino y ponía la casa en orden. El viudo, por más que indagaba, no podía averiguar quién hacía aquellos milagros. Y para averiguarlo, dejó de ir un día al trabajo y se escondió en casa detrás del escaño [banco de madera, situado en el llar, con una mesa adosada de quita y pon].

Al poco tiempo de estar en su escondite vio entrar por la puerta una xana con la restiella debajo del brazo. Se presentó a ella, le dio las gracias por todo cuanto había hecho en favor de sus hijos y le propuso que se quedara a vivir con él. A esto contestó la xana:

—Me quedaré a vivir aquí. Pero con la condición de que no me digas nada de lo que oigas cuando pases por delante de la cueva del Moru.17

El viudo aceptó la condición muy contento.

La xana comenzó a cuidar amorosamente a los niños: se pusieron blancos y encarnados como las rosas del huerto.

El viudo subía todas las mañanas al puerto Sueve a mecer [ordeñar] las vacas y nunca bajaba sin un cestín de fruta para los niños y un ramo de flores silvestres para la xana.

Esta, con mucho cariño, curaba con hojas de anzuela [llantén, planta herbácea muy usada en medicina] una llaga que tenía el viudo en una pierna. Y a pesar de este cariño y de la alegría que esparcía la xana por toda la casa, el viudo comenzó a ponerse muy triste. Lo cual fue notado por ella, y por más preguntas que le hacía, el viudo no quería decirle el motivo de su tristeza. Pero, un día que la xana estaba restiellando lino, le rogó llorando que le explicara por qué estaba tan triste. Él se resistió mucho, pero al fin dijo:

—Cuando paso por delante de la puerta de la cueva del Moru, aunque tape los oídos para no oír, oigo una voz que dice:

¡Ah, xana hermana! ¡Ven a ver a tu madre que está muy mala!

La xana, al oír esto, tiró la restiella contra las piernas del viudo y salió de casa diciendo:

—Por no haberte resistido cuatro días más en satisfacer mi curiosidad, perdiste de ser rico y a mí me desencantabas para siempre.

Los niños sintieron mucho la marcha de la xana. Y al viudo, cuando pasaba por delante de la cueva del Moru, le decía una voz:

¿Sigues con la pierna mala?

Pon anzuela y quita anzuela y verás cómo te sana.

La «sicología» de la xana resulta, en esta historia, de lo más desconcertante. Primero cuida a los niños y pone orden en la casa sin que nadie se lo pida. Luego, ya con consentimiento.

En todo momento se comprueba la magnanimidad y bondad de la que hablábamos antes. Después, al ver triste al viudo, no para de inquirirle por las razones de tal tristura, se sobreentiende que muy preocupada (hasta el punto de llorar por ello); sabiendo ella que solo quedaban cuatro días para que acabara el desencantamiento, tiene poca lógica la insistencia en que el viudo dijera lo que se resistía a decir. Pero en ningún lado está escrito que las xanas deban ser lógicas. El hecho de que, ya de vuelta en su cueva, se preocupase todavía por la herida en la pierna del viudo solo puede entenderse como una muestra de la infinita bondad de esta xana, o bien como una burla irónica hacia el viudo.