Por José Alberto Concha, candidato de FORO Llanes a la Alcaldía

Hemos alcanzado un punto en el que el trabajo de un empresario al frente de una pequeña empresa se asemeja a la de un aparcero sometido, en régimen de semi esclavitud, a un señor feudal. Un poco de sequía en primavera, un pedrisco a destiempo, cualquier cosa, a poco que se tuerza, hará imposible satisfacer la exigencia, ya de por sí desproporcionada, de un amo insaciable y cruel. En el 2021 la Fundación Civismo estableció el 13 de julio como el de la “liberación fiscal”, esto es, el día en que la media de los españoles empezamos a ganar dinero en nuestro beneficio y no para mantener al señor avariento y glotón. En el 2022, la liberación tardará mucho más en llegar y en el futuro será aún peor. Y, como es ley en estos procesos, la ración de látigo aumentará, para nuestra desgracia, en relación inversamente proporcional a la de pan. La OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) ha publicado estos días un estudio revelador: en España el 39,3 % de las rentas del trabajo son para el amo (cinco puntos porcentuales por encima de la media de la organización) Es de una lógica aplastante que nuestro país ocupe también el primer puesto en las estadísticas de desempleo (aunque nadie, que yo sepa, haya tenido el sentido común de relacionar ambos indicadores; claro que es difícil, exige una gran dosis de valentía, enfrentarse con el señor feudal).

Trabajar más para el amo que para uno mismo podría disculparse si este destinara el fruto de nuestro sudor para el bien de la comunidad (nobleza obliga). Esto es, la presión fiscal que soportamos podría ser hasta motivo de orgullo si de verdad lo que se nos detrae, de lo obtenido con tanto esfuerzo, se destinara efectivamente a sostener el estado del bienestar. A fin de cuentas, todos queremos que haya colegios públicos y que nadie sufra o se muera en su casa porque no tiene dinero para pagar un médico. Que casi el 40 % de las rentas del trabajo sean para el amo- o que se trabaje para él más de la mitad del año- no sería tan grave si no tuviéramos que asistir atónitos a episodios como el de la cúpula de educación del gobierno de Asturias de Vicente Álvarez Areces (PSOE, presidente del Principado de Asturias entre el 20 de julio de 1999 y el 15 de julio de 2011). El consejero (PSOE) Jose Luis Riopedre y la directora general (PSOE) Maria Jesús Otero, ya condenados en firme por el caso “Marea”, han visto como se ha reabierto su causa en un juzgado de Oviedo por adjudicar varios contratos de suministro de mobiliario para los centros educativos, por valor de 3,7 millones de euros. Un mobiliario que nunca llegó a su destino. Según informaba el diario El Comercio este 19 de mayo, en un centro de Avilés firmó la recepción del material un funcionario que ya estaba jubilado; a otro director se la habría falsificado la firma (según acreditó el Cuerpo Nacional de Policía); y al Colegio Público Maestro Casanova de Cangas del Narcea le fueron facturados más de cincuenta mil euros en muebles para el comedor escolar. El funcionario que supuestamente recibió el material declaró en el juzgado que ni los vio… ¡ni el centro tiene comedor escolar alguno! No, este tirano no destina lo que nos sangra al bienestar de la comunidad sino a mantener su palacio, sus cortesanos y sus cortesanas, sus juglares y titiriteros. Mientras la corte aumenta, el lujo del palacio, los fastos y las bacanales, también. Entre tanto, los pobres aparceros, reducidos al umbral de la miseria, a duras penas somos capaces de mantener el suministro de vino y sidra, huevos y gallinas, capones y terneros cebados, para el goce y disfrute del amo y sus adláteres y convidados.

Ajena a estas reflexiones, la ministra Yolanda Díaz recomendaba estos días a los empresarios del sector turístico subir los sueldos como solución para cubrir los puestos que están quedando vacantes. Es siempre satisfactorio, y tiene su guasa, ver a un comunista apelando a las leyes del mercado (en este caso, la de la oferta y la demanda) Lo cierto es que la ministra tiene razón: la defensa del trabajador no está en su gobierno ni en los sindicatos (¡aviados iban los trabajadores si así fuera!) sino en el mercado: un montón de empresas buenas en libre competencia dispuestas a remunerar a un buen trabajador en relación directamente proporcional a su valía.  Una empresa no te puede explotar, ni siquiera pagar mal, porque te puedes ir a la de enfrente. Algo impensable en la Rusia soviética o en la España que se avecina. Sencillo, ¿no?

Pero además, y a mayor abundamiento, pienso, tan ingenua como humildemente, que la ministra Díaz debería considerar con qué podría a subir el aparcero el jornal de sus jornaleros. La ministra debe pensar que las empresas son como la administración en la que ella trabaja. No importa cuánto excedan los gastos a los ingresos. Total, como dijo su compañera Carmen Calvo, “el dinero público no es de nadie”. El déficit de las cuentas públicas no importa. Siempre puede uno endeudarse más y el que venga detrás que se apañe como pueda. Pero en los pequeños negocios no es así. No sé si el dinero público será de alguien pero lo que sí se es de dónde viene. Y ya estamos tan al límite que nos es imposible subir unos sueldos que a duras penas podemos mantener.  Pero seguro que si el amo fuera menos avaricioso, y no se quedara con el 40% del jornal de nuestros jornaleros, conformándose, por ejemplo, con un 30 %, los sueldos subirían y aumentaría el empleo en beneficio de todos.

El incremento de los sueldos implica también la subida de los precios. Tiene su aquello que muchos de los que denuncian las condiciones de trabajo de la hostelería no tengan reparo en aparecer a comer a las cuatro porque se prolongó la sesión vermú sin considerar en ese momento las horas extras de camareros y cocineros. Muchos de los que recetan la subida de sueldos, y la mejora de las condiciones de trabajo en el sector, son también los que suben fotos de tiques a las redes sociales indignados porque les cobrasen cuatro euros por una caña o dieciséis por unas croquetas.

Por todo ello, tiene cierta sorna la machacona insistencia de los medios sobre la falta de trabajadores para cubrir los puestos demandados en el turismo y otros sectores productivos. Que no se preocupen, pronto no habrá empleadores privados y el empleo se verá reducido a los cortesanos y a los subsidiados por no hacer nada (o hacer unos apaños en “B” mientras nos estafan a todos). En tanto y cuanto el sector privado – los aparceros- va desapareciendo por inanición, el señor feudal anuncia la mayor oferta (44.877 plazas) de empleo público de la historia. Todo este sin sentido evidencia, para el que quiera verlo y no se deje cegar por un perjuicio, una realidad espantosa: el amo no quiere gestionar la abundancia sino la miseria, el señor feudal no quiere ciudadanos libres con calidad de vida sino súbditos sumisos y necesitados en las colas del hambre.

En realidad, las relaciones laborales entre trabajadores y dueños en una pequeña empresa (en España las PYME son el 99,8% de las empresas, representan poco más del 62% del Valor Añadido Bruto (VAB) y el 66% del empleo empresarial total, fuente Gobierno de España, Marco estratégico PYME 2030) son muy distintas a la situación de explotación que algunos pretenden difundir. En una pequeña empresa familiar las relaciones humanas van más allá de lo mercantil y muchos trabajadores, después de tantos años (la antigüedad media de los trabajadores en la empresa familiar supera los 30 años) forman ya parte de la familia. Si en algún momento hacen más horas, seguro que ahí está también el dueño trabajando con ellos codo con codo. Y si no les paga más, será porque no alcanza para la renta, la luz, los proveedores y….la desproporcionada tajada que hay que entregar al amo y señor. No es de extrañar la ignorancia supina de nuestros gobernantes respecto al funcionamiento real de una empresa. No han trabajado en una empresa privada en la vida, ni muchísimo menos han creado una. No saben lo que es tener un trabajador, pagar un sueldo o atender a un cliente. Y sin embargo, son los que nos dicen cómo hay que hacerlo. Es evidente, que el uso sistemático de la ignorancia – por más demagogia con la que sea condimentada- solo puede llevarnos, más pronto que tarde, a la ruina.