Por Inaciu Iglesias, en El Comercio

En eso insiste, una y otra vez, el discurso oficial: en que nuestras empresas deben ganar tamaño. Ya saben; que si lo pequeño es antiguo, lo moderno es lo grande y toca apostar por la digitalización, la competitividad y los Fondos Next-Generation. Y así lo repiten, siempre que pueden nuestros representantes institucionales. Sin embargo, escuchando a nuestros pequeños y medianos empresarios –a los de la economía real, me van a permitir– es fácil entender que sus preocupaciones son otras.

Por supuesto, ningún empresario tiene problemas en crecer: todos quieren hacerlo; todos quieren prosperar, todos quieren mejorar y todos saben cómo hacerlo. Y si no lo hacen, si no crecen más y se multiplican –créanme– no es porque no sepan o no quieran hacerlo. No hombre, no. Es simplemente porque no pueden.

¿Y por qué los empresarios asturianos no pueden hacerlo? ¿Por qué no pueden crecer? ¿Por qué nuestras pequeñas y medianas empresas no se convierten, todas ellas, en grandes corporaciones?

«La inflación legislativa, reglamentaria y burocrática es desproporcionada»

Pues, sencillamente, porque sus preocupaciones son muy otras. Y con todo no pueden. Y toca priorizar. ¿Y cuáles son, entonces, esas prioridades? Pues, a riesgo de simplificar, y si me lo permiten, yo diría que tres. La primera –igual que la de las familias y los profesionales– es sobrevivir. Ya saben: llegar a fin de mes, pagar las nóminas y liquidar a los proveedores. La segunda preocupación es cumplir las leyes. Cosa nada fácil hoy en día, porque que es tan desproporcionada y contradictoria la inflación legislativa, reglamentaria y burocrática que es imposible hacerlo bien. Ni queriendo. Es como lo de la pegatina verde de los coches, pero multiplicado por cien; y si no lo haces, multa. Y ahí llegamos a la tercera preocupación de los empresarios asturianos: liquidar los impuestos. Más y más y más de lo mismo.

Y esa es la paradoja a la que nos enfrentamos: que los mismos que nos piden crecer son los que nos lo impiden; que para tener grandes empresas hay que apoyar a las pequeñas; que no hay futuro si no se cuida la cantera; que no se puede despreciar así a los emprendedores diciéndoles que sobran porque no tienen tamaño suficiente y que ya está bien de tantas paletadas. Y que, además, todo esto se haga desde nuestras propias instituciones es un despropósito. Las grandes compañías se defienden solas. De sobra saben cómo pagar menos impuestos, acceder a las ayudas y eludir la burocracia. Y si la respuesta gubernamental a todos nuestros retos consiste en aplaudir cada vez que una de nuestras pequeñas empresas cae en manos de grandes grupos, es que somos más tontos de lo que yo mismo pensaba.

«Cuando una empresa asturiana se vende perdemos poder de decisión, interlocución, negocio, impuestos»

Cuando una empresa asturiana se vende perdemos mucho: perdemos poder de decisión, perdemos interlocución, perdemos negocio y perdemos impuestos. Sí, sí; perdemos muchos impuestos, porque, obsesionados como estamos por toda esta paletada del tamaño, seguimos sin darnos cuenta de la cantidad de compañías pequeñas, medianas y grandes que dejan de cotizar en nuestro pequeño y verde país día tras día. ¿Quieren ejemplos? Cajastur ya no paga impuestos aquí, Unicaja los paga por ella en Málaga. Igual que el Banco Herrero, que ahora se llama Sabadell y tributa en Alicante de toda la vida. Y parecido el Uviéu y al Sporting, que como todo el mundo sabe son ahora mucho más grandes y más modernos y más competitivos desde que pertenecen a capital americano.

Y claro que el tamaño importa. Y es bueno crecer. Y por eso tenemos que apoyar a los nuestros. Y no lo contrario. Sobre todo desde nuestras instituciones; que, señores, parecemos tontos.