Por Inaciu Iglesias, en El Comercio

Cuesta mantener la cabeza fría cuando ves tu país quemando. Literalmente: más de cien incendios, en cincuenta conceyos, incluyendo el horno alto de Arcelor… Y la pregunta, rabiosa, explota sola en la garganta: ¿por qué? ¿cómo puede pasarnos esto? ¿de quién es la culpa? Y la respuesta, como en cualquier problema complejo, nunca es simple.

Por supuesto que ganaderos y campesinos tienen algo que ver: los únicos que pueden romper platos son los que andan en la cocina. Pero de ahí a echarles la culpa a todos y llamarlos terroristas hay un trecho. Son los últimos mohicanos, los guardianes del paraíso, la esencia de nuestra identidad: eso repetimos y, sin embargo, los tenemos abandonados. Completamente. Vayan, si no, a cualquier supermercado y miren cuántos productos hay de nuestra tierra y nuestro mar. Hicimos más rentable llenar de molinos la mar y la tierra, que trabajar en ellas. Y luego protestamos porque las legumbres, la anchoa o la madera laminada vienen de no sé donde.

Que los políticos hagan algo; que limpien el monte (como si fuera un jardín); que contraten bomberos voluntarios y obligatorios; o que transformen parados en brigadistas. Que lo hagan los políticos: los mismos a los que llamamos inútiles, aprovechados y corruptos, y no hacemos ningún caso.

No existen soluciones fáciles. Y no veo que nadie las tenga en exclusiva. Pero hay experiencias positivas de las que aprender. Y no hay que ser muy listo para saber que no hay mejor vigilante que el propietario. Se cuida mejor lo propio que lo ajeno. Y –allí donde se reconocen– los montes en mano común acaban mejor gestionados que los monocultivos y explotaciones privados o públicos. Menos subvenciones al eucalipto y más carbayales, castañeos, oveyes y cabres. Y, por supuesto, más paisanos.

Hay mucho que hacer. Y, en realidad, es más duro que difícil. Toca poner algunos cascabeles a los gatos, decidir qué queremos ser de mayores y aguantar los chaparrones de unos y otros. Pero es que ya no podemos seguir queriéndonos tan mal, esperando a que alguien importante haga algo y apostando por no ser. Este país nuestro lo cuidamos nosotros y nadie más, y cada vez está desatendido, y de los burócratas no va a venir ninguna solución. Así que no culpabilicemos a los que son parte de la solución.