Por Inaciu Iglesias, en El Comercio

Lo vamos a pagar caro. Lo del gratis total, digo. Como solución a la pifia de los trenes, es un desastre. Les refresco la memoria: hace años, desde el ministerio de transportes español se encargaron unos trenes nuevos para nuestro país y para Cantabria; y hace poco descubrimos que no se podían entregar a tiempo porque, siguiendo su propio pliego de condiciones, aquellos trenes no iban a caber por nuestros túneles, algunos centenarios. En fin, todo ello muy vergonzoso, muy chapucero y muy triste. ¿Y cual fue la feliz solución? ¿Aparte de los discursos? ¿Y de cortar algunas cabezas? Pues, básicamente, prometer que durante los próximos años los trayectos en los trenes antiguos serían gratis total. Primero circo y luego pan.

Y a mí, como les digo, esta solución no me gusta. Básicamente –insisto– porque el gratis total no existe. Cuando el coste no aparece, el verdadero precio somos nosotros; y algo de esto deberíamos haber aprendido de las redes sociales: empezaron siendo un regalo y acabamos descubriendo que la factura la pagábamos nosotros; con nuestros datos, nuestro perfil y nuestros contenidos. ¿Cuánto tardaremos en descubrir que el verdadero precio a los billetes gratis total de nuestros trenes no es otro que nuestro silencio, nuestra complacencia y nuestro retraso?

Ser unos mantenidos sale carísimo. Y es una gran contradicción. En nuestro pequeño y verde país protestamos mucho porque no nos hacen ningún caso. Queremos que se celebren aquí eventos y congresos y conferencias de mucha repercusión. Aspiramos a ser la capital de la cultura, la Atenas del norte, un marco incomparable para premios, festivales y homenajes; todos muy merecidísimos. Y todo ello porque, con tanto trasiego y movimiento, acabaremos atrayendo gentes y dineros y titulares varios que nos saquen de nuestro aislamiento. Y está muy bien: no seré yo quien discuta lo bueno y conveniente que es tener aquí sedes y centros de decisión. El problema es que en cuanto nos ponen delante la posibilidad de responsabilizarnos de algo concreto, tangible y comprometido, entonces nos echamos atrás. A la hora de la verdad, nos entra un vértigo ‘cosmopaleto’ y todo son problemas. Y necesitamos a un adulto que nos garantice que todo va a ir bien y no va a haber riesgos; por eso no hacemos nada, porque –hablemos claro– somos unos cobardes, no nos atrevemos a emprender y preferimos seguir mantenidos.