Por Inaciu Iglesias en 'El Comercio'
O sea que cuarenta años después de repetirnos y convencernos a nosotros mismos de que el carbón era un desastre, viene la Unión Europea -que también somos nosotros mismos- a explicarnos que es muy bueno tener las minas abiertas, muy ecológico mantener las térmicas funcionando y muy sostenible no depender del gas ruso. Y se nos queda cara de soplagaitas ¿En qué quedamos? ¿Estábamos confundidos antes? ¿O lo estamos ahora? ¿El carbón es malo malísimo y buen descarbonizador será el que nos hidrogenice? ¿O todo vale -incluyendo la nuclear- como energía verde? ¿Y, ya puestos, qué quiere decir verde? ¿Y por qué hay tanto daltónico?
Empecemos por lo básico: el carbón no es bueno ni malo, ni público ni privado, ni verde ni marrón: es negro y nuestro hecho diferencial es haber dejado su gestión en manos de delincuentes. Esa y no otra es la verdadera singularidad asturiana: la cobardía de haber entregado las llaves de nuestra soberanía a unos sinvergüenzas con nombre y apellidos: Villa y Vitorino, Vitorino y Villa y todos los demás que miraron para otro lado a cambio de tres prejubilaciones, dos comisiones, un puestín y media autovía. Y, por supuesto, renunciar a lo del bable.
Todos cometemos errores y nadie está libre de pecado. Yo mismo incumplí alguna ley en los ochenta haciendo pintadas en la calle. Otan non, carbón sí, y cosas peores poníamos -juntas o por separado- en muros, portones y donde podíamos. Y solo tiempo después, y por aquello de que rectificar es de sabios, empecé a pensar que estaba equivocado y que había que considerar otras cuestiones. Uno, que ser ciudadanos de la Unión Europea implicaba participar con todas las consecuencias en su defensa y eso incluía entrar en su estructura militar. Y dos, que no era políticamente razonable empeñarse en mantener un sector energético que resultaba imposible hacer económicamente rentable.
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