Por Inaciu Iglesias, en El Comercio

Somos un paraíso natural, o por lo menos eso decimos. La pregunta, si me lo permiten, resulta pertinente: ¿Por qué no podemos ser, además, un paraíso fiscal? ¿Podría alguien explicarme qué problemas tendríamos si en vez de perder contribuyentes los empezáramos a ganar? O, dicho de otra manera, ¿qué nos pasaría si nos convirtiéramos en tierra de acogida impositiva?

Podríamos empezar poco a poco, por los de casa. Piensen que, por ejemplo, de las cuatro mayores fortunas de Asturies –Fernando Alonso, Víctor Madera, los señores Masaveu o la familia Cosmen– la mayoría no tributan aquí. ¿Nos conviene que siga siendo así? ¿Les conviene a ellos? ¿Perderíamos mucho si los recuperáramos? ¿Y cuánto ganaríamos?

Hecho esto, podríamos plantearnos que empezaran a cotizar aquí otras grandes fortunas –o medianas o pequeñas– que insisten en tener una profunda relación con nuestra tierra y ahí se quedan. Hace pocos días nos visitó una gran estrella de Hollywood, recordando a sus ancestros y encantada con lo bien que la tratábamos. ¿Qué habría de malo en que toda esa impagable relación sentimental se concretara en una auténtica y continuada relación fiscal? ¿De verdad no tenemos nada que ofrecer –en este sentido– a toda esa gente importante que nos visita cada año y dice sentirse aquí como en su casa? ¿Y, ya puestos, qué pasaría si el consejero delegado de ArcelorMittal, el señor Aditya Mittal, tuviera aquí su sede tributaria?

No estoy hablando de hacer trampas, ni de incumplir leyes o cometer fraudes; nada de lavados, blanqueos o amnistías: esto no es cuestión de dejar de pagar impuestos. En realidad, es todo lo contrario, se trata de empezar a pagarlos, de dar facilidades, simplificar y mejorar ¿Y para favorecer a quién? Pues a nosotros: porque la carga repartida es más llevadera, porque nos interesa que contribuya aquí la mayor cantidad de gente posible y porque todos esos ingresos de más nos servirían para costear mejor nuestra sanidad, nuestra educación y nuestros servicios.

Desde esta perspectiva, totalmente egoísta, deberíamos replantearnos nuestra política fiscal y, así, empezar a atraer a los que se fueron y a algunos más. Es solo cuestión de ambición y altura de miras. Dos cualidades que, desgraciadamente, no abundan entre nuestros políticos habituales. ¿Y por qué? Pues porque de tanto ser empleados y no empleadores, se acostumbraron a obedecer y no a mandar, a aplaudir en vez de proponer y a seguir los dictados de sus dirigentes, olvidándose de marcar su propio camino.