Por Inaciu Iglesias, en El Comercio

No nos gusta nada que una empresa española —por ejemplo, una tal Ferrovial— se vaya a los Países Bajos. Y bien que protestan, presionan y critican los ministros del reino; que para esto no somos nada europeos. Pero nos encanta que una compañía holandesa venga a nuestro pequeño y verde país. Hablo de Royal A-ware –tendremos que acostumbrarnos al nombre– que vienen a nuestro concejo de Salas a sustituir a los señores de Danone. Así es la vida; quid pro quo, oferta y demanda, y equilibrios de mercado en los que no hay que ser neutrales: somos caseros.

Poner puertas al campo no funciona y cuando caen los muros –como aquel de Berlín ¿se acuerdan?– empiezan las comparaciones y los trasvases. ¿Cuánto tardaremos entonces en aprender que si queremos atraer inversiones tenemos que ser atractivos? ¿Cuánto en entender que para crear empleo debemos ser creativos? ¿O que sin empresas no hay paraíso? ¿Y que sin pueblos, ganaderos, impuestos y concejales tampoco? Nadie va a invertir –ni se va a quedar– donde le riñen; o donde le abandonan y desprecian. Por eso necesitamos buenas noticias; inversiones y apuestas como la que hablamos: para convencernos de que podemos hacerlo, sabemos hacerlo y queremos hacerlo.

Somos la leche; y la mantequilla y los quesos. Y tenemos que aprender a sacar el mejor partido de todos nuestros recursos. En eso consisten el buen vestir, la elegancia y la urbanidad: en saber llevar las prendas que más nos favorecen; no en seguir las modas que nos dictan cuatro ‘influencer’. Deberíamos dejarnos cegar menos por los anglicismos, imitar no sé qué madrugás con acento andaluz y abrirnos más al mundo. Viene a invertir a nuestra casa una compañía láctea con 130 años de historia y 3.000 trabajadores, y lo hace porque sabe lo que somos y tenemos: buena leche. Porque de la mala –la que desprenden los que solo saben criticar a los que emprenden, facilitan empleo y ganan dinero– nada podemos esperar.

Despacín y con buena letra: así se construye un tejido económico y un país. Y, por supuesto, las cosas nunca son blancas o negras, pero si el método, la constancia y el tesón que venimos aplicando a nuestro sector lácteo lo hubiéramos aplicado a nuestro sector minero —en vez de dejarlo en manos de delincuentes— ahora seríamos un referente del carbón. Y no lo somos. Pero sí de la leche; del sector lechero, digo. Somos un claro referente del sector lácteo dentro y fuera de nuestras fronteras: Central lechera, Reny Picot, Arias… Cuidémoslo entonces en lo que vale, mimémoslo, reconozcámoslo y no nos dejemos cegar, provincianamente, por los últimos en llegar. Démosles la bienvenida, de corazón, por supuesto: bienvenidos sean, ‘welkom’, bienllegaos; y aprovechemos la buena nueva para reforzar la necesidad de cuidar y conservar todo lo nuestro. Somos los guardianes de nuestro paraíso: tenemos un tesoro en nuestras industrias, comercios, ganaderos, campesinos y pastores; y no les hacemos ni caso. Y esto no va de subvenciones, ni de proyectos-pelotazo, ni de politiquerías electorales.