Por Francisco Álvarez-Cascos en El Comercio

Una tarde primaveral del mes de abril de 2011 conversé largamente con Miguel Conde, como en tantas ocasiones a lo largo de tantos años de amistad personal y posteriormente de camaradería política. En un momento determinado le pregunté qué más le gustaría hacer en el nuevo equipo de FORO que él estaba construyendo

Una tarde primaveral del mes de abril de 2011 conversé largamente con Miguel Conde, como en tantas ocasiones a lo largo de tantos años de amistad personal y posteriormente de camaradería política. En un momento determinado le pregunté qué más le gustaría hacer en el nuevo equipo de FORO que él estaba construyendo colectivamente y me respondió sin dudar “lo que quería ya lo conseguí: fundar el partido capaz de recuperar el orgullo de ser y de sentirnos asturianos; y, utilizando el símil del ajedrez, ahora quiero ser un alfil para moverme por todo el tablero con libertad, en diagonal, y estar siempre donde me necesitéis los compañeros”. En muchas ocasiones en estos últimos ocho meses recordé aquellas palabras y me entristecí pensando en aquel alfil incansable, cada día más limitado por un implacable sufrimiento ante el que nunca se dio por vencido, rodeado del cariño de su familia.

Miguel Conde es el primero de los fundadores de FORO que nos deja. Si la muerte de un ser querido nos produce el dolor incurable de la ausencia, la suya también nos provoca un enorme desamparo porque su hueco será imposible volver a llenarlo. Era persona de ideas claras y de convicciones firmes. Y, además, estaba dotado del don de gentes que su bonhomía sembraba por donde pasaba; don que, añadido a su capacidad de trabajo desinteresado al servicio de su causa, de nuestra causa, contagiaba a la gente para sumarse a ella con su cordialidad. Predicaba con el ejemplo dentro y fuera de nuestra organización y por eso consiguió que los muchos amigos que se había ganado con su carisma personal y con su prestigio profesional confiaran políticamente en todo cuanto él confiaba como ciudadano responsable.

En tiempos de desafección general hacia todo lo que se refiere a la vida pública y a los partidos, solo las cadenas de confianza personal serán capaces de restablecer el crédito de la política. En esta tarea la figura de Miguel Conde sobresale como referencia insustituible porque ni le arredraban las dificultades ante las que nos tenemos que enfrentar los asturianos, ni su brújula conocía la interferencia del miedo para orientar los pasos de su trayectoria vital. Por eso su autoridad y su ejemplo eran el mejor antídoto cívico frente a los apocados, a los interesados y a los apesebrados que suelen medir el interés general por su conveniencia particular. Y, a pesar de las consecuencias que le acarreaban los miserables comportamientos de algún superior suyo en el trabajo, mantuvo inalterable la actitud clara en la defensa libre de sus convicciones y de sus principios frente a las tentaciones de la comodidad y de la complacencia.

Lo hacía porque estaba convencido de que su apuesta era ganadora en evidencias, en razones y suponía el único camino posible para cambiar el destino de nuestro país. También sabía que quien lo da todo por perdido, termina efectivamente perdiéndolo todo, y jamás allanará las montañas ni perforará los túneles puesto que no hay derrota más clara, rotunda y humillante que la que se deriva de no haber peleado . . . peleado a tres turnos, sin pedir nada a cambio para sí mismo. Fue un puente perfecto entre la calle y los despachos, entre los ciudadanos y las instituciones, porque siempre quiso ser ese alfil que se mueve de esquina en esquina, en todos los terrenos y con toda la gente.

Una mañana gris en la que apenas se movía la brisa del mar Cantábrico en el jardín de “Villa Gasteiz”, al buen alfil, al maestro de la cordialidad, el tablero de la vida se le quedó pequeño. El vitoriano que un día se enamoró en Gijón, que pasados los años se enamoró de Gijón y que finalmente nos dedicó a los gijoneses una parte de su vida, nos deja una obra histórica. Su familia, sus amigos y sus compañeros lo vamos a necesitar, lo estamos necesitando y ya lo echamos mucho de menos. Tiene que seguir con todos nosotros en los recuerdos de su ejemplo y de su trabajo, que estamos obligados a agradecer y a engrandecer con nuestros esfuerzos por honrar su memoria y cubrir su ausencia. Estoy convencido de que el alfil invisible no nos va a abandonar ahora porque lo primero que le habrá pedido al infinito Dios es que le permita seguir recorriendo con la misma libertad las diagonales del tablero de las estrellas para estar -aunque no le podamos ver-  donde le necesitemos para toda la eternidad.

Descansa en paz, querido Miguel.