Por Pablo Tuñón en La Nueva España

Después de muchos avatares, internos y externos a su partido, todos los ojos de la política asturiana se posan sobre él. El diputado superviviente de FORO, una hormiguita, más proclive a una intensa labor callada que a proporcionar grandes titulares o acaparar focos. Los hechos han arrinconado a Adrián Pumares hasta convertirlo en protagonista. Justo lo que no quiso ser en la multitudinaria manifestación por la cooficialidad del sábado. De haber ido, se hubiese erigido en mártir de la causa. Y por aclamación. Pero no. Él, a lo suyo. Y lo suyo consiste en, al mismo tiempo que continúa su rutina, entre reunión y reunión, estudiar y meditar la decisión por la que todas las miradas se posan sobre él. Sobre el disputado voto de Pumares. A quien, como a aquel paisano de campo al que fueron a vender ideas electorales en la magistral novela de Delibes, le han sacado de su rutina más alejada de los focos. En su caso, para subirlo al estrado entre empujones de unos y otros. Las presiones del candente debate le van en el sueldo público de diputado autonómico. Pero hay un límite, y alguno se lo ha saltado a escala de enorme valla publicitaria. La cautela de Pumares de no ir la manifestación es buen síntoma para confiar en que, junto con su partido, razone bien una postura, una negociación, un solo voto que marcará el futuro. Porque si algo falta en el debate de la oficialidad es cabeza. Y, en cambio, sobran vísceras. Esto es la Junta, no un campo de fútbol. Y Pumares parece saberlo.

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