La autovía del Cantábrico, Gijón y Cascos
Por Isidro Martínez Oblanca en El Comercio
"No deja de resultar inquietante el monumental ejercicio de falsificación histórica al que estamos asistiendo con motivo de la inauguración del subtramo que ha puesto punto final a una infraestructura que jamás debió demorarse tanto"
Para quienes hemos sido observadores de muchos de los acontecimientos y pormenores de la construcción de la A-8 (autovía del Cantábrico), no deja de resultar inquietante el monumental ejercicio de falsificación histórica al que estamos asistiendo con motivo de la inauguración del subtramo que ha puesto punto final a una infraestructura que jamás debió demorarse tanto.
Otro día me referiré con más detalle a los nubarrones delictivos que jalonaron durante los mandatos socialistas el tramo Llanes-Unquera, inaugurado en fascículos por la actual ministra de Fomento, Ana Pastor, con la entrega final del mismísimo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el subtramo Unquera-La Franca, poco más de 4 kilómetros en 82 meses… ¡Hip, hip, hurra!
No hace falta salir de Gijón para percatarse de los vericuetos informativos con los que, una vez más, se ha tratado de engañar a la opinión pública camuflando algunos de los grandes obstáculos políticos, económicos y administrativos que hubo que desmontar a lo largo de años y tras no pocas batallas parlamentarias y electorales para que la ciudad más poblada de Asturias no quedase excluida –repito, excluida– de la autovía del Cantábrico.
En efecto, por decisiones políticas de los diferentes gobiernos de Felipe González, la planificación de la autovía que desde el País Vasco y Cantabria corría paralela al Cantábrico se quebraba en Grases (Villaviciosa) forzando un rodeo de más de sesenta y cinco kilómetros para llegar hasta Gijón por autovía. Es decir, a mediados de los noventa, con la conformidad de los responsables políticos socialistas de la época, incluido el entonces alcalde Álvarez Areces, se despreciaba a Gijón compensando semejante disparate con la promesa de construir una «carreteruca» que los medios afines enaltecieron y disfrazaron como «vía rápida»… y a tragar.
Ese panorama indigesto fue el que se encontró en 1996 el Gobierno de José María Aznar y que solo el empeño personal de su vicepresidente, Francisco Álvarez-Cascos, pudo revocar. Si hoy los gijoneses o las empresas e industrias gijonesas pueden acceder a la autovía del Cantábrico sin rodeos o sin componendas carreteriles de tercera división, es gracias a un ministro que siempre fue consciente de la necesidad de que Asturias pudiese superar sus desigualdades crónicas con el resto de España y se comprometió sin reservas para que Gijón pudiese traspasar el descomunal atolladero al que querían arrastrarlo quienes traicionaron los intereses de los ciudadanos con aquella aberración de la «carreteruca».
Por eso, cuando, con sus dos grandes túneles y el colosal viaducto sobre el río España, se abrió al tráfico en febrero de 2004 el tramo entre el Infanzón y Villaviciosa (en 2002 ya se había puesto en servicio el Piles-Infanzón como prolongación de la ronda Sur), asistimos a uno de los momentos cruciales en la larguísima y complicada historia de la autovía del Cantábrico. Por cierto, de aquella las obras se acababan en plazo e incluso, como ésta, con varios meses de antelación fruto del trabajo a tres turnos que caracterizó muchas de las infraestructuras construidas bajo el mandato de Álvarez-Cascos.
Ahora, con la Autovía finalizada, ni Rajoy, ni Pastor, ni los Fernández del ‘PPSOE’ asturiano, se quieren acordar de aquel episodio gijonés de la Autovía del Cantábrico que tuvo como protagonista indiscutible al ministro asturiano de Fomento. Como tampoco han querido rememorar los indiscutibles y enormes avances en la construcción de una Autovía que comenzó en 1988 con José Barrionuevo pero que tuvo en el periodo comprendido entre 1996 y 2004, con Arias Salgado y Álvarez-Cascos de responsables, su máximo apogeo en forma de presupuestos, licitaciones en el Boletín Oficial del Estado y ejecuciones realizadas en plazo. Desde entonces, Ana Pastor incluida, las paralizaciones, los sobrecostes y los pretextos para retrasar las obras han sido una constante. Véase, como muestra, lo sucedido entre Llanes y Unquera.
Esa ha sido la deriva de los gobiernos socialistas y del PP de Rajoy con las infraestructuras de carreteras en Asturias. Por eso ya no extraña a nadie que haya sido precisamente aquí donde primero se hayan puesto a vagar al alimón para mayor calamidad de nuestra tierra.
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