Buenas tardes:

El protocolo manda y debo daros la bienvenida. Haré como los anfitriones a la antigua y, en primer lugar –y con el permiso del señor alcalde, claro está– os enseñaré las habitaciones de la casa.

Estáis en Pola de Somiedo, capital del concejo que da nombre al primer parque natural declarado en Asturias hace ya más de 26 años, en junio de 1988. Si vosotros fuerais extraños y yo un guía, os aconsejaría que empezarais a andar mañana mismo por la ruta más fácil, la del Valle del Lago. Después, os llevaría hasta la Pornacal, a que os asombrarais con los teitos; a que recorrieseis el camino entre el puerto de San Lorenzo y la braña de La Corra; a que cruzaseis desde Saliencia hasta Torrestío (donde, por cierto, estaríais en Babia, que no es una región imaginaria).

No añado más itinerarios. Os he propuesto cuatro de los más comunes. En cualquiera de los recorridos encontraréis paisajes evocadores, con esa belleza que golpea y no consiente la indiferencia. Pensaréis que por algo Asturias tiene por lema el “paraíso natural”. Pero vosotros, a diferencia de muchos visitantes, sabéis que esas postales no son la consecuencia de la sucesión de glaciares, plegamientos, lluvias y soles. En ese resultado han intervenido también las manos de los hombres y las mujeres, de los ganaderos y agricultores que han sido y siguen siendo los jardineros mayores de ese paisaje.

No estáis aquí en Somiedo por azar. Seguramente, Belarmino habrá desplegado todas sus buenas artes para que hayáis elegido este ayuntamiento para celebrar el primer congreso de la Asociación Española de Municipios de Montaña. Le doy la enhorabuena y también celebro que lo haya conseguido. El agradecimiento también incluye, lógicamente, a vuestro presidente, Paco Boya, impulsor confeso y manifiesto de esta joven y necesaria asociación. Os han reunido en un lugar especialmente adecuado, porque si no hay duda de que Somiedo es montaña, tampoco la tengáis de que Asturias entera, cuarteada por valles y cumbres, también es montaña, como reza esa suerte de lema-resumen de vuestra asociación.

Estáis, por tanto, en un lugar donde se os atiende y se os entiende. No cité la declaración del parque natural por casualidad. Aquella fue una decisión valiente, propia de un gobierno con claridad de ideas que siempre entendió que los principales beneficiarios de esa medida debían ser los somedanos, no las crestas de caliza que coronan el concejo. Si el parque hubiera resultado inconciliable con el desarrollo de Somiedo, hoy, no lo dudéis, lamentaríamos un fracaso. Ha pasado mucho tiempo de aquel momento seminal y, con todos los problemas que han sucedido, hoy aseguramos que fue un buen acierto que ahora debemos esforzarnos en mantener. Porque los aciertos, si no se cuidan, también se degradan. Estemos todos atentos para evitarlo, porque preservar los éxitos es nuestra responsabilidad.

No obstante, hice esta mención no tanto para hablar del parque en sí como de esa comprensión fundamental que entiende el territorio de montaña como algo propio, incrustado en su cultura, en su forma de ser, y a lo que no quiere ni debe renunciar. Ya sé que a vosotros os resultará cansino, pero no dejemos de denunciar esa supuesta, falsa incompatibilidad entre la actividad humana y la calidad medioambiental, una dicotomía propia de la ignorancia de quienes confunden la naturaleza con la imagen plana y exótica de un documental de sobremesa.

Aquí os reunís representantes de municipios de lugares muy distintos. De Madrid, Córdoba, Ourense, Castellón, Lleida… Perdonad que no os cite a todos. Por parte de Asturias, también es apreciable esa diversidad, que va desde Castropol, en el extremo occidental, hasta Ribera de Arriba, al lado de Oviedo, y Peñamellera Baja, en las alturas de los Picos de Europa. El denominador común es la montaña, la fuerza de una geografía que en este congreso que hoy iniciáis se impone al límite municipal y la frontera autonómica. ¿Qué hace posible esa confluencia? La respuesta es sencilla: la existencia de problemas comunes que no han recibido la atención debida, y aquí me refiero sin rodeos a todos los gobiernos democráticos que se han sucedido en España.

Insisto. No estamos ante una realidad desconocida, sino ante una realidad desatendida. Cuando se redactó la Constitución, ya se tuvo la precaución de advertir que las zonas de montaña deberían recibir “un tratamiento especial” (artículo 130.2), con el fin último de “equiparar el nivel de vida de todos los españoles” (130.1). Como señaláis en vuestra declaración de principios, este precepto apenas ha tenido concreción.

Esa laguna legislativa y reguladora es, como decían los confesores, un pecado de omisión. Por esa ausencia normativa se abisma el peligro de la desertización, quizá el mayor riesgo que amenaza hoy la montaña. Vuelvo a decirlo para dejar constancia: nosotros no hablamos de territorios vírgenes ni inhóspitos, sino de zonas habitadas que quieren seguir teniendo latido humano, que no se resignan al abandono.

A veces las demandas de infraestructuras y de equipamientos de vuestros ayuntamientos son escuchadas con desdén, como si fueran exigencias caprichosas. Los despectivos olvidan que una carretera adecuada, un centro de salud cercano, una escuela rural abierta pueden ser garantías de supervivencia para muchas localidades. Dejadme presumir un poco: en Asturias mantenemos escuelas con cuatro alumnos, un sistema de transporte escolar adaptado a nuestra geografía, una red de servicios de salud –incluidos hospitales- que toma en cuenta esta realidad y una red de carreteras bastante desarrollada pese a las dificultades orográficas. No me arrogo ningún éxito particular: si esto existe –y es contrastable, porque hay indicadores que permiten evaluarlo- es por la gestión continuada de otros gobiernos anteriores. Además, sé y asumo que quedan muchos problemas y situaciones que atender.

Vuelvo al eje de esta intervención. Si esas infraestructuras y equipamientos son necesarios es porque vivir en un municipio de montaña no puede ni debe convertirse en una heroicidad. No queremos héroes, sino ciudadanos plenos de derechos que puedan desarrollar normalmente su vida en lugares habitados desde hace siglos. Sé de lo que hablo porque en Asturias padecemos un serio problema de envejecimiento y declive demográfico que no se para exclusivamente en las zonas de montaña ni en las áreas rurales. Es uno de los desafíos más importantes a los que intenta hacer frente el Gobierno del Principado con la puesta en marcha, por vez primera, de una estrategia específica. Por eso entiendo vuestras reivindicaciones y por eso también las comparto.

Os animo a que os hagáis oír. Porque el éxito de vuestras demandas no puede depender de la voluntad de un ayuntamiento ni de la capacidad de un Gobierno autonómico: exige una respuesta estatal que asuma la necesidad de conceder ese “tratamiento especial” que reconoce la Constitución.

Vosotros, además, sois conscientes de las dificultades que conllevará el desarrollo de la nueva Ley de Administración Local, que el Gobierno de Asturias ha recurrido ante el Tribunal Constitucional.

Como sabéis, la Unión Europea ha sido más receptiva. A falta de ayudas estatales, los fondos que recoge la Política Agraria Común, que incluyen un tratamiento especial para las zonas de montaña, son un asidero para la continuidad de explotaciones agrícolas y ganaderas. La consejera de Agroganadería del Principado podría relataros muchas venturas y desventuras relacionadas con sus esfuerzos para conseguir el tratamiento que merecen nuestras zonas de montaña. Os la s resumo:

Nosotros, el Gobierno del Principado, defendemos que el reparto de las ayudas directas a la producción tenga en cuenta la singularidad de las explotaciones de montaña, las peculiaridades de las comarcas donde resulta más difícil producir y, sobre todo, competir. Desgraciadamente, y perdonad que lo diga con tanta franqueza, la Política Agraria Común lleva el camino de convertirse en una ocasión perdida para conceder a las explotaciones de montaña el apoyo que merecen. El modelo que se va a aplicar no es el que reclamamos y propusimos nosotros, que concedía prioridad a la generación de empleo, la actividad agraria y la competitividad. Pero el ministerio, que cuenta con una amplia autonomía para decidir la asignación de los fondos, está a tiempo de rectificar y de volver a lo que ya había considerado en sus propios documentos: primar a las ganaderías de las zonas de montaña. Ésa es nuestra demanda y espero que sea compartida por todos vosotros.

Deseo que celebréis un buen congreso. Estoy seguro de que en Belarmino Fernández Fervienza tendréis un buen anfitrión. En lo que a mí respecta, insisto en una petición: haceos oír. De vuestra voz, de que consigamos que los municipios de montaña reciban el tratamiento adecuado, dependerá probablemente no sólo vuestro desarrollo, sino también en algunos casos la propia supervivencia de aldeas, pueblos, concejos enteros que se pueden ver condenados a caer ladera abajo lentamente hasta su desaparición. Confiad en vuestra capacidad. Recordad que, como dice una canción popular asturiana, las dificultades también se vencen:

“A vivir a la montaña dicen que me vas a llevar. A vivir a la montaña, A vivir a la montaña. Llévame onde tú quieras Que el amor todo lo allana”.

Declaro inaugurado el I Congreso de la Asociación Española de Municipios de la Montaña.

Muchas gracias.

 

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