Buenas tardes, señoras y señores.  

Por un lado, incluye una afirmación: que las desigualdades crecen, aumentan; por otro, se pregunta, casi retóricamente, si esa brecha tiene freno. Es una cuestión pertinente, pero también peligrosa.

Aclaro por qué elijo estos adjetivos. Digo “pertinente” porque la desigualdad es uno de los grandes asuntos políticos. Los partidos, elijan cualquiera, no se dividen entre los que denuncian la desigualdad y los que la niegan. Eso ocurre con los ovnis: unos afirman que existen; otros, no. Con la desigualdad sucede muy distinto: es cierto que hay quienes intentan rebajar su dramatismo, pero la gran mayoría no se ciega en la absurda negación de la evidencia. El debate se deja correr aguas abajo hacia otras preguntas, también importantes.

a) En primer lugar, se trata de dilucidar si la desigualdad es buena, mala o indiferente. En este punto ya empiezan las discrepancias, porque un buen número de personas entiende que un ligero grado de desigualdad no perjudica, sino que estimula tanto social como económicamente. Otros van más allá y sostienen que la desigualdad es la que tiene que ser y punto. Para muchos, en fin, el capitalismo desregulado es el mejor sistema de elevación social posible. Que exista desigualdad, arguyen, no es malo si toda la sociedad se beneficia, aunque sea en distinta medida, del crecimiento. Como en su reciente obra Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI) niega esta tesis, ya ha caído sobre él el estigma académico de quienes, en una vieja estrategia de descrédito reputacional, lo acusan de comunista, igual que en su día, acusaron a Keynes de colectivista, ustedes y yo compartimos otro punto de vista ético y social. Cuando se preguntan en el título si la desigualdad es imparable ya presuponen que es mala, denigrante e injusta, y precisamente por eso la quieren parar. Subrayo que esta discrepancia ha sido durante años –y a mi juicio sigue siéndolo- una de las principales líneas divisorias entre derecha e izquierda: para la derecha, la desigualdad existe, es natural que exista y debe existir; para la izquierda no, porque las desigualdades: la económica, la de status, la del capital social, la del cultural…, tan vinculadas también con el dinero, elevan a unos sobre otros forjando relaciones de poder y dominación.

 

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