Omar Pardo Cortina: La bandera no se arría

Maese Pedro, el carretero, montó en su mula y ofreció al bandolero una miga de tabaco de chupar de lo fino, se supone que en aceptación del trato que acababan de formalizar, que dadas las circunstancias no era malo del todo. No era la primera vez que le atracaba y ambos sabían a que a atenerse; cosas del oficio, ni más ni menos.

Martín con la nariz sangrando a chorros refunfuñaba por lo bajo.

Tiene redaños el vástago, tío Pedro, no le veo yo carretero, me da que haría un buen soldado.

El bandolero Bruno no era de esos que robaba a los ricos para dárselo a los pobres ni nada por el estilo, y sus secuaces tampoco le iban a la zaga.

Era mal encarado y cejijunto; tenía cara de malvado y lo era, pero también era despierto y perspicaz y sus apreciaciones, aunque más bien escasas solían ser harto certeras, por ello el apunte no le cayó a Maese Pedro en saco roto.

Solo faltaba que vos le alentaseis, que ya su madre ha conseguido calentarle los cascos con mil patrañas contándole las valentías de su abuelo, así que de continuo me está anunciando que quiere engancharse y ser sargento como lo fue aquel.

El abuelo de Martín había combatido en medio mundo bajo las banderas del rey Felipe el quinto; contra ingleses, portugueses y austriacos, aunque poco le había cundido, pues se volvió al terruño tan pobre como se fue y aún contento de no volver lisiado que era bastante peor que no volver. Pese a ello se mostraba altivo y orgulloso dando a entender que a pesar de todo había merecido la pena.

Cuando los hombres de Bruno les salieron al paso en un recodo del camino cerca ya de Olivenza, Maese Pedro se sorprendió solo a medias. No era nuevo el asunto, aunque no con tanto descaro, a plena luz del día, y cerca de una población considerable, pero los bandoleros andaban crecidos y cada vez tenían menos remilgos, así que reaccionó con calma deteniendo el carruaje raudo, aunque sin aspavientos.

Al ver las negras bocas de los trabucos soltó las riendas y puso las manos sobre la nuca a toda prisa, sin embargo Martín – cosas de zagal – se revolvió ágilmente y arreó tal latigazo al jinete más próximo que le descabalgó de la montura dejándole una oreja al bies.

La reacción no se hizo esperar y pronto se vio Martín arrastrado por el polvoriento camino con las costillas maltrechas y manando sangre por la nariz como el caño de una fuente.

Tiene redaños el rapaz, maese Pedro, los tiene.

No digo yo que no, pero para lo que han de servirle...

Sir Thomas Fitzgerald, Alcalde honorario de los Hijosdalgo de Jerez, además de Comendador de las Órdenes de Santiago, Calatrava y Alcántara, se echó las manos a la cabeza cuando vio cruzar el vestíbulo a su nieto, con las ropas ajadas, arrastrando un solo zapato, cubierto de sangre como un sambenito y corriendo como alma que lleva el diablo.

Otra vez ha vuelto a las andadas, se dijo. Lo de este muchacho no va a tener remedio…

La familia de Tomás de Geraldino de origen irlandés, era de las de más rancio abolengo de Jerez, y el chico al menos en teoría estaba destinado a seguir la carrera diplomática de su abuelo, pero aunque el zagal no era de malas entendederas, si que era más dado a ir por libre y callejear que a andar encerrado recitando gramáticas y latines con tutores adustos y aburridos.

El protocolo le irritaba, y el trato con sus iguales en rango y condición le resultaba tedioso, así que la calle y la aventura eran su pan de cada día, y allí fuera de la burbuja las cosas a veces no resultaban tan sencillas.

Pero el muchacho es valiente - raya lo temerario - y no se arredra por nada, mas es noble – y no solo de cuna - mal asunto para un entorno harto hostil, y claro, aunque se las suele apañar bien a veces la cruda realidad se impone y la cosa acaba como el rosario de la aurora.

No es de extrañar que poco tiempo después la Compañía del Departamento de Cádiz contara con un nuevo guardiamarina de rancio abolengo en sus filas; era algo que se veía venir.

General Núñez.- ¿Te encontrabas en el navío “San Nicolás de Bari” con ocasión de rendirse este barco a los ingleses?

Martín. – Yo no he estado nunca en el “San Nicolás de Bari” en ocasión de rendirse a los ingleses.

El Fiscal. – ¿No te encontrabas en el “San Nicolás de Bari” el 14 de febrero?

Martín.-Si señor-.

El Fiscal. -¿Y no fuiste después a poder de los ingleses?

Martín:- Si señor

El Fiscal. – Entonces, ¿por qué niegas haber estado en el “San Nicolás de Bari” con ocasión de rendirse a los ingleses?

Martín. – Porque el “San Nicolás de Bari” no se rindió, sino que fue abordado y tomado a sangre y fuego

El Fiscal. – ¿Y a qué llamáis entonces rendirse?

Martín. – Yo creo, que no habiendo ningún español cuando se arrió su bandera, mal pudieron haber capitulado.

El Fiscal. -¿Pues donde estaba la tripulación?

Martín. – Toda se hallaba muerta o malherida.

- Pero el famoso cuadro de Westall…
.- ¿Y dónde se halla ese cuadro?
.- En el National Maritime Museum, Londres, lo sabes muy bien.
.- ¿Pues, entonces…?
.-. ¿Entonces, qué…?
.- Pues ¿qué va a ser? , que estamos ante otro caso como el de “La
matanza de los inocentes” de Brueghel.
.- ¿No me digas?
.- Pues claro, ya ves si no el testimonio de Martín.
.- ¿Y…?
.- Pues, que ellos arriman el ascua a su sardina, como siempre, pero el
navío jamás se rindió.
.- Y ¿Don Tomás de Geraldino?
.- Mortalmente herido, el Brigadier da orden expresa de no rendir el navío.
Esa es la verdad.
.- Pues parece ser que no gozaba precisamente de buenas referencias entre
la marinería, por su carácter distante y altivo – dicen –

.- Muy lógico; eso era norma general en la Oficialidad Española compuesta mayoritariamente por aristócratas que no confraternizaban con las tripulaciones precisamente. Era otro rango social, pero a la hora de la verdad todos respetaban las jerarquías y cada uno sabía estar donde le correspondía.
.- Y este es el caso, supongo…
.- Pues sí, el aristócrata jerezano con fama de orinar agua de colonia los tenía bien puestos, ya que bien pudiera haber rendido el navío y esperar dada su condición un cómodo rescate tratado a cuerpo de Rey, pero su deber era otro, porque en el desarbolado y hecho trizas “San Nicolás de Bari” con la tripulación muerta o malherida queda algo por conquistar.
Sobre la toldilla arbola la bandera española que flota al viento sin rendirse.
Las órdenes del comandante al granadero extremeño Martín Álvarez Galán
fueron tajantes:

“Hasta que yo no lo ordene, la bandera no se arría”
.- Mal puede dar órdenes un muerto…
.- Mal, en efecto.

Poca cosa puede hacer el solitario granadero que la custodia, así que cuando el Sargento Mayor de la Royal Navy, William Morris, con el navío inundado de ingleses, la tripulación, el comandante y los oficiales muertos o malheridos en un espantoso río de sangre y vísceras, ve que el granadero sigue ahí incólume, en su puesto, sable en mano, defendiendo las drizas de la enseña, se dirige a la toldilla, se va hacia ella y con gesto imperativo ordena a Martín algo que un granadero extremeño, poco versado en idiomas además, no puede ni quiere hacer, así que antes de llegar sable en mano por haber agotado la munición, Martín le da el alto.

El Sargento Mayor, aunque sorprendido, hace caso omiso y se acerca. El sable del extremeño lo atraviesa con tal fuerza que queda clavado en la madera del mamparo.

Un nuevo oficial y más soldados se acercan y el centinela que no logra desasir su sable de donde se halla pinchado, coge el fusil a modo de maza y con él da muerte a otro oficial y hiere a dos soldados más. Da después un salto desde la toldilla para caer sobre el alcázar de popa donde lo acribillan a tiros los ingleses.

Nelson que ha presenciado la escena, impresionado, se aproxima al cadáver, silencioso…

El “bucanero” siempre odió a los españoles, pero también supo reconocer el valor del enemigo, así que en esta ocasión el hereje se porta tal que fuera un hidalgo castellano y cuando están recogiendo los muertos para arrojarlos al mar con una bala de cañón como lastre, ordena que a Martín se le envuelva en la bandera que con tanto valor defendió.

Los marineros que cumplen la orden se dan cuenta al moverlo que el cuerpo tiene aún un hilo de vida…

Nelson ordena evacuar al herido a un hospital portugués, donde milagrosamente salva la vida.

Una vez restablecido y puesto en libertad por los ingleses, viaja a Sevilla y posteriormente a Cádiz para testificar en la causa instruida para la averiguación de la conducta del comandante y los oficiales del “San Nicolás de Bari” lo mismo que de los demás buques en el desastre del Cabo de San Vicente.

Tras la investigación sumaria instruida el fiscal decide expresar por escrito la gallardía del granadero de marina Martín Álvarez y por los méritos acaecidos en la batalla se le quiere premiar ascendiéndole a cabo, pero para eso es necesario sabe leer y escribir aunque sea un poco; Martín, no sabe.

Por el jardín jerezano de estilo irlandés de los Geraldino, avanza con paso ceremonioso un lacayo, junto a dos granaderos del Rey con uniforme de gala que portan una bandeja con un sable refulgente, una bandera impecablemente plegada y un sobre lacrado…