TESOROS DE SÁDABA (II): El Santo Toribio de D. José Bernardo de la Meana.

Deum et animam scire cupio, nihil aliud

Dícenme, y probablemente con razón que últimamente la cuestión hagiográfica por uno u otro motivo me preocupa especialmente y el motivo bien pudiera ser, pienso yo, que debido a mi avanzada edad intuya ya a la parca olisqueando por ahí y desee con prisas de última hora equilibrar la balanza del Juicio, ya que el peso de mis múltiples, variopintos y espantosos pecados supera con mucho al liviano plato de mis buenas acciones, normal por otra parte, puesto que echando la vista atrás veo lo estúpido, soberbio, ignorante, malo y tonto que he sido.

Y todo ello debido a que a muy temprana edad y siendo aún bueno, me enfadé tanto con Dios, culpándole injustamente de una enorme tragedia que me había acontecido y en la que por más que se lo pedí (nunca antes le había pedido nada y después tampoco) se negó a auxiliarme, que me aparté de ÉL con todas las consecuencias que ello conlleva y que son verdaderamente nefastas, no obstante en mi defensa he de alegar aunque para nada lo justifique, que era algo tan, tan importante para mí que era único, tan único que de haber tenido oportunidad de pedir tres deseos al genio de la lámpara ese, me hubiera olvidado de laureles, ostentaciones, riquezas, esplendores y demás lujos, homenajes y todo los oropeles que imaginarse puedan para pedir tres veces el mismo, así era de importante - que digo importante - crucial, crítico, decisivo, esencial, primordial, vital completamente en definitiva el asunto, ya ven...

Ahora ya no tiene remedio, es por ello, supongo, que, consciente de mi bárbaro error y deseando ganar el cielo como es natural, hace ya tiempo que trato de hacer el bien aunque por mucho que me esfuerce, creo que de nada sirva para contrarrestar el enorme peso del plato de la balanza de mis malas, estúpidas y soberbias acciones, pero en fin…

Aclarada esta circunstancia- ya que me lo demandan con insistencia - vamos al tema que nos ocupa (hagiográfico, también, ya ven, de ahí la aclaración que me demandan, como digo), que no es otro que la maravillosa efigie dieciochesca del Santo Toribio que alberga la moderna Iglesia parroquial de Santa María de Sádaba, y digo moderna ya que como saben la antigua no se hallaba ni mucho menos en ese lugar ya que los vecinos de la parroquia, que por cierto deben tener en cuenta que en su momento era mayor que la actual circunscrita a Llastres y Lluces, pues incluía también parte de otras parroquias ahora, tales como San Juan, Lue, o Sales por ejemplo, sino que se hallaba en un lugar inhóspito y de difícil acceso en las afueras de la Villa y Puerto, por lo que ya en el último cuarto del siglo XVII, el vecindario rogó con insistencia que fuera trasladada a un lugar más a mano y en mejores condiciones, claro que los gastos de las obras del muelle por una parte y los enfrentamientos entre los vecinos, sobre todo los de Llastres y Lluces por la ubicación, después dilataron el traslado hasta mediados del siglo XVIII, que fue cuando la Real Audiencia del Principado de las Asturias de Oviedo, tomó la decisión definitiva de ubicar la iglesia parroquial de Santa María de Sábada en el actual lugar del Fontanín.

La obra pudo llevarse a cabo por fin gracias a la generosidad de varias familias principales, sobre todo pequeños armadores, comerciantes enriquecidos de la localidad, muchos de ellos establecidos en Pontevedra que nunca olvidaron su terruño natal y sobre todo a la fortuna de los Robledo, las minas del Perú y todo aquello, que entonces aún éramos un Imperio, no deben olvidarlo.

Dentro de la Iglesia nueva levantáronse varias capillas, todas ellas de rica factura, dado que sus benefactores eran todos gente de postín con recursos más que suficientes para dar lustre al nuevo templo e incluso competir en esplendor entre sí. Y una de ellas fue la de Santo Toribio, que se erigió a principios del XVIII, y que se ubicaría al lado de la Epístola del edificio sufragada por el matrimonio formado por Doña Teresa Robledo y Colunga y Don Toribio – nada más lógico – Menéndez, matrimonio enriquecido gracias al comercio de la sal en Galicia y a sus compañías mercantiles de Pontevedra y Vigo.

En ella se albergó la actual efigie de Santo Toribio, pieza de gran valor considerada anónima hasta ahora, que por fortuna se ha hallado documentación más que fiable para identificar a su autor, que no fue otro que el grandioso escultor ovetense D. José Bernardo de la Meana, maestro mayor de la Santa Iglesia Catedral de Oviedo, ejemplo de las nuevas técnicas aplicadas al barroquismo y clasicismo, ya que el abad de San Isidoro de León, testaferro de Doña Teresa Robledo y Colunga encarga al maestro tallista y estatuario de la Catedral un retablo para embellecer “como se merece” ese oratorio que albergaría las efigies de Santa Teresa y Santo Toribio, nada más lógico al ser los nombres de pila de los benefactores.

Así pues ya podemos determinar con certeza que la preciada efigie de Santo Toribio de la Iglesia parroquial es obra de uno de los grandes del XVIII, D. José Bernardo de la Meana, estatuario de la Catedral asturiana, dato hasta ahora desconocido, atestíguanlo además numerosas similitudes con otras de sus obras, por ejemplo el San Blas que Meana hizo para la Catedral asturiana: “La mano izquierda se coloca abierta sobre el pecho, a la altura casi del cuello, con un ligero movimiento en el meñique, la contraria, despegada del cuerpo, cierra delicadamente los dedos sobre si mismos para sostener el báculo”.

A punto estuvo de ser destruida durante la pasada Guerra Civil como muchas otras, que los enemigos de la Iglesia no se andaban con muchos miramientos en lo que se refiere a la calidad artística de las efigies, pero por fortuna, algunos vecinos, sabedores de la calidad de la imagen, aunque no aún de su autoría la ocultaron en la antigua capilla del Rosario y de San Blas hoy desaparecida, restableciéndola a su lugar original una vez pasado el conflicto.

Pues ya saben, si algún día se dan una vuelta por allí no dejen fijarse en la magnífica efigie de Santo Toribio, una obra de arte firmada por un maestro de tronío, merece la pena, se lo puedo asegurar. Lo de comer luego por allí un centollín – pelón, nada de francés eh… - no se lo digo porque imagino, e imagino bien, que eso se les ocurrirá a ustedes solos, pero tranquilos que para nada lo indico como reproche, no, puesto que para nada tampoco lo uno es incompatible con lo otro eh… ¡Nada de eso, noo…! ¡Pues eso...!