Pequeño artículo de opinión, a modo de pequeño cuento, que nos envía nuestro colaborador Javier Balaguer.

 
Aunque la mañana estaba desapacible debido a la pertinaz lluvia, caramba con el invierno que llevamos, pertrécheme bien a gusto de zamarra y botas duras y dirigime hasta el pueblu  de La isla que dista menos de media milla de mi casa para hacer acto de presencia y de esta manera  engrosar el numero de asistentes al momento de la inauguración del parque infantil, evento al que en afán de protocolo me había invitado el regidor municipal al igual que a cualquier convecino que tuviese a bien acompañarlo en el corte de la cinta y ya de paso compartir mesa de desayuno, cosa esta que  a mi desordenado gusto por el buen yantar resultaba más apetecible que el mero acontecimiento oficial.
Encontrábame camino del  ya referido  acto imbuido en estos pensares cuando por el alto de la caleya que atraviesa el pueblo y justo donde cruza ésta con la que discurre sobre el cantil hasta la playa por el lugar que los lugareños dieron de nombre de El Pastote, toponimia que hasta la fecha nadie me ha dado entendimiento , abordome Ramón el Canoso, que no era éste apellido sino alias que le habían concedido los mozos de la su quinta por mor de no haber conocido recluta alguno que con tan escasa edad abundase  en número de cabellos blancos. Apoyaba sus ochetanytantos en recio callado que alguna vez le había servido, decía él, para ahuyentar melandros. Preguntome a donde me dirigía por platicar algunas palabras, a lo que yo, por la misma razón, le respondí con las explicaciones ya relatadas. Contome que andaba el hombre preocupado por el aspecto  que tenían las obras de la playa ya que, según algunos comentarios que habían llegado a sus orejas, andaban llenándola con hormigón, material este que a su entender no pintaba bien y desdecía del buen parecer  ecológico del arenal. Y más cosas me quería relatar del mismo tema que tuve que disculpar para llegar con tiempo a mi destino. Descendí unos cuarenta pasos calle abajo hasta abocar en la plaza del Horrón y ya mis pensamientos eran compartidos con la preocupación que me había causado el comentario del Canoso ¿Una playa de hormigón? Pues si así es,  razón tienen los que vierten en los papeles críticas contumaces calificando el proyecto de atentado ecológico y de tremendo desaguisado. Convendrá  tomar determinación y partido antes de que se  consuma tamaña barbaridad.
Andaba a la sazón asomada en su balconada Cleominia la Onduladora , ociosa y reposando su descanso merecido después de la víspera de ardua labor adecentando cabezas de la vecindad, pues es costumbre de este pueblo  lucir éstas del mejor modo posible para asistir a los oficios religiosos los domingos al mediodía. Hízome aspavientos para que la esperase pues debía darme recado de un pariente de Colunga al que había encargado un  taquillón de castaño de lo que no doy más detalles por no venir a cuento. Y dada como era a chismes y chascarillos hablome del asunto recurrente de las obras de la playa: que si parez una plaza toros ahora que los políticos quieren acabar con la fiesta, que si van quedanos les piernes colgando en aquellos asientos tan altos, que si patatin que si patatán. Yo le contesté que no se preocupase tanto por ello pues ya la Esperanza en Madrid había cogido el toro por los cuernos, lo cual venía bien a cuento, aunque hube de reconocer que lo de dejar las piernas colgando quizás no fuese bueno para la circulación. El caso es que me dejó el recado y rezunbándo sus lamentaciones en mis oídos seguí camino que ya se me subía el tiempo encima y aun no había andado la mitad del trayecto . Quizás, pensé, que lucir las jambas  espendeoladas al sol sea bueno para los sabañones,… pero que asemeje a un coso taurino , tal como dice que la gente piensa, no parece estética adecuada a una playa tan guapa y recoleta. La verdad que no.
 
Abundándo en mi preocupación por tanto comentario crítico vacilaba  entre llegar a tiempo al referido acto o por el contrario desviarme por la costa y cerciorarme de las informaciones contemplando con mis propios ojos la tan cacareada fábrica. Abrí el paraguas y aligeré el paso obviando la tentación. Ofrecí cobijo a Crisantos el Peixe, así apodado por su destreza en las artes de la pesca en el pedreru. Corría la leyenda urbana, para el caso más bien rural, de que nadie había conseguido ver a este paisano sin la omnipresencia del Matu, can “milpuntas” pequeño y pinto de manchas negras sobre fondo blanco y esmirriado pero más listo que el hambre. Había quien elevaba la nota y decía que sabía bucear y que de este arte conseguía buenas xulias para el cesto de su inseparable amo. Exageraciones, digo. Mal momento, pensé yo, para escoger compañero de viaje pues el referido Crisantos que siempre me entretenía hablándome sobre pescados, en esta ocasión no se dedicó a otra cosa que a  darme la brasa de nuevo con el muro, el cemento y el alcantarillón. Dejome todavía más atribulado que ya venía. Sobre todo cuando me conto que iban a quedar taponados todos los desagues y que al no poder discurrir las aguas por donde la madre naturaleza bien tenía previsto ,el encharcamiento iba a ser de aupa y las inundaciones bíblicas. Con este relato y con lo que uno lee del cambio climático y todas esas cosas dejome que no me llegaba la camisa al cuerpo. Pero no fué esto nada en comparanza con lo que me termino por contar.
-Tan levantando un muro de uno ochenta de altura que ye casi lo que mide el Gassol ese del baloncesto.
Dios, me lamente, y yo que soy de talla mas parecida a la  de los jugones de la Roja que a la de las estrellas de la NBA ya no voy a poder ver más el Peñón sino encaramado en una banqueta u objeto similar.
Y así fue que en el colmo de la desazón a la que me había conducido tanta conversa, olvídeme de cinta, de parque, de alcalde y sobre todo de pinchos, tanto disgusto me había quitado el hambre,  y corrí como un poseso hacia la playa dejando a Crisantos con la palabra en la boca y al perro con el gran susto ya que en mi alocada carrera casi le lo llevo por delante. Con la respiración entrecortada y el corazón en un puño alcance la famosa fabricación y –joder que alivio- pude contemplar sin mayores dificultades la silueta del Peñón entre la niebla. No era menester encaramarme  en ninguna piedra. Jadeando me senté en el banco corrido que no muro y acertáronseme las piernas a reposar sobre la arena sin ningún esfuerzo y vi como el reguerón transcurría tranquilamente por su curso natural camino del Cantábrico. La verdad que si, en eso tenía razón la Cleominia, dábame la impresión que estaba sentado en el tendido cero de la plaza de Las Ventas esperando la salida del primer morlaco. Por lo demás andaba todo a medias de fabricar con lo que de momento, pensé, vamos a calmarnos y a esperar acontecimientos pues no es de buen sentido común hacer pareceres antes de conocer resultados.
En estas me encontraba aliviando ya de tanto sobresalto cuando recordé lo de la inauguración. Agudicé el oído y sentí la prédica del alcalde que perolaba a los coríos allí reunidos que estaban haciendo un día una cosa, otro día otra  para que La Isla contase con buenos equipamientos y todo eso…. Que estaban haciéndolo lo mejor que entendían  y que una vez terminadas las obras ya covendría en decir si estaban así o asá……
Y eso es todo. Nada más que decir que los hechos y comentarios de este relato son reales. No así los personajes que son fruto de mi acalorada ficción y hay que dejar también muy sentado que cualquier parecido con seres reales… ye pura coincidencia.
 J. Balaguer