D.Enrique Valdés Joglar, decano del Colegio de Abogados de Oviedo, piloñés con familia en Carrandi, fue el encargado de elaborar y leer el pregón en la 32 Edición de la Fiesta del Asturcón.

Autoridades, vecinos y visitantes.

Bienvenidos a la majada de Espineres para disfrutar un año más de la Fiesta del Asturcón.

Quiero empezar dando las gracias a Carmen  Barrera, Alcaldesa de Piloña, por haberme ofrecido la posibilidad y concedido el inmenso honor de pregonar la Fiesta este año 2012. Gracias Carmen y gracias también a todas las entidades y personas organizadoras y colaboradoras que hacen posible este evento.

Algunos de vosotros ya me conocéis, incluso desde que nací. Pero los demás ya habréis sospechado que algo tendré yo que ver con esta Sierra del Sueve si se me dio la oportunidad de dirigiros estas palabras.

Javier Escobio de ACAS, Víctor M. Villar Pis y Enrique Valdés Joglar


Y tengo tanto que ver  como que  nací y pasé los primeros  años de mi vida ahí mismo, en Fresnosa,  detrás del Cuetu El Otru,  en este Concejo de Piloña. Detrás del monte que está a mi derecha.

Es verdad que desde Fresnosa no se ve El Sueve, precisamente porque El Cuetu El Otru lo impide, pero sí se ve desde Anayo, la capital de la parroquia, donde estaba la Escuela a la que asistía todos los días (o casi todos, porque en tiempo de cosecha había que ayudar en casa), viaje que realizaba andando o en los camiones que recogían la leche de nuestras vacas. Por eso, la vista del Sueve era una estampa diaria para mi. Y siguió siéndolo incluso después de dejar la Escuela y empezar a ir  al Instituto de  Infiesto, pues ya desde Pintueles, desde el cruce con la carretera de Cadanes, esta Cordillera se  presentaba de frente, blanca todo el año, por la piedra caliza, aunque más en invierno, por las nieves.

Enrique Valdés Joglar

Y eran las nieves del Sueve, precisamente, las que lo acercaban más a Fresnosa, porque El Cuetu El Otru se poblaba en invierno del ganado que sus dueños bajaban desde aquí a pastar a terrenos más cálidos.

También se veía el Sueve desde la Arquera y desde los Tres Piquinos, parajes en los que mis padres tenían “suertes” en el Monte Comunal para rozar y poder mullir las camas del ganado, y a los que subía varias veces al año. Y desde el Mar de la Espina, donde existía un pequeño campo de fútbol en el que los domingos jugábamos un partido.

Aquellos eran tiempos duros para las gentes campesinas de esta comarca,  mucho más duros que éstos, que también lo son.

Cuando se  habla a los más jóvenes de aquellos tiempos se corre el riesgo de que se lo tomen como “batallitas de abuelos”, porque los humanos tenemos la tendencia de pensar que el mundo fue siempre como nosotros lo conocímos. Pero aunque la historia nos enseñe que la humanidad tiende al progreso, también nos demuestra que a lo largo de los siglos el mismo no ha sido siempre sostenido, habiendo existido también periodos de estancamiento, cuando no de retroceso.


Y todo esto viene al caso porque la actual crisis económica seguramente empobrecerá otra vez al campesinado y al mundo rural, aunque vuestras reclamaciones y quejas para intentar evitarlo no tengan tanto eco en los medios de comunicación como las de otros sectores que, con iguales o menores razones, ocupan las portadas día tras día.

Algunos de vuestros hijos probablemente tendrán que emigrar, como tuvisteis que hacerlo vosotros o vuestros padres y abuelos. Sin que sirva de consuelo el que antes emigrabais como obreros y ahora emigrarán como ingenieros. Probablemente os reducirán las pensiones y os obligarán a pagar una parte de la asistencia sanitaria que recibáis. Pero, si eso llega a suceder, recordad que hasta el año de 1966 no existió la seguridad social agraria y los campesinos teníais –teníamos, porque entonces yo también lo era- que pagar el médico y las medicinas en su totalidad; y si había que hospitalizarse el coste era insostenible para la inmensa mayoría de nosotros y había que acudir al Ayuntamiento a solicitar el llamado “Certificado de Pobreza”, única forma de ser atendidos gratuitamente en el Hospital General de Asturias, en Oviedo, dependiente de la Diputación Provincial.

En Fresnosa, cuando yo nací, ya existía la carretera y la luz eléctrica (aunque  no pudiera decirse lo mismo de todos los pueblos de la Parroquia de Anayo), pero no existía ni el agua corriente ni el teléfono. El agua llegó en 1968 y yo ,con 13 años entonces, ayudé a cavar la zanja de la tubería, por lo que el recuerdo lo tengo muy vivo, sobre todo porque a a partir de entonces quedé liberado de una de mis obligaciones de niño, que era acudir a la fuente pública tres veces al día con dos latas de las de aceite de la Giralda, de 5 itros cada una, en total 30 litros de agua al  día.   Y tengo vivo también el recuerdo de la instalación del teléfono público en Anayo y en Fresnosa, con los números 600   y  601, respectivamente,  y las reuniones de los vecinos para decidir si merecía la pena instalarlo y pagar las importantes cantidades que a cada casa le correspondían para costear la obra.

Y la educación pública, ¿qué deciros de este aspecto tan importante del progreso? Los cincuentones como yo os acordareis bien de aquellas escuelas unitarias en las que un maestro o maestra debía ocuparse de 30 ó 40 niños con edades comprendidas entre los 6 y los 14 años, cada uno de ellos con un nivel de conocimientos y una capacidad de aprendizaje diferentes, unos, los más pequeños, con la pizarra aprendiendo a escribir las vocales, antes de pasar al RAYAS de papel;  y otros, los mayores, con la enciclopedia ÁLVAREZ mas avanzada, (la de 3er. grado , o la de Formación Profesional,  también llamada de 4º grado). Las posibilidades que teníamos aquellos niños campesinos de poder cursar después de la primaria un bachillerato y una carrera universitaria eran escasas; y si algunos lo conseguimos se debió, sin duda, a nuestros esfuerzos, pero también a los de nuestros padres, que nos liberaban parcialmente  de las labores del campo; y a los de algunos maestros que pusieron el máximo interés en que saliéramos adelante.

En mi caso, recuerdo cómo el maestro  José Antonio García Tamargo nos metió a varios de sus alumnos en un  autocar de Costa Verde, hasta Infiesto, y en un tren de Económicos de Asturias, desde allí hasta Oviedo, para que nos examináramos de Ingreso y de 1º de Bachillerato en el Instituto Alfonso II, pues el de Infiesto aún no había empezado a funcionar.  Gracias a maestros como Tamargo (al que quiero mostrar públicamente mi agradecimiento en este acto)  fue posible que algunos hijos de campesinos pudieramos estudiar.

Y de todos estos recuerdos que acabo de expresar  no quiero que deduzcáis una llamada al conformismo, al contrario, quiero animaros a que no perdáis la esperanza y a que os esforcéis por mejorar, pues si hemos conseguido superar  aquellos tiempos (que no están tan lejanos, pues hace menos de medio siglo de lo que os he contado) tendremos todas las posibilidades de superar las actuales dificultades,  por muy grandes que sean, que lo son.

Y con esto termino. No quiero privaros ni un minuto más de esta fiesta del caballo Asturcón en la majada de Espineres.

A disfrutar y feliz día.