Estos tres artículos sobre la batalla del oriente de Asturias, publicados en La Nueva España el 14, 15 y 16 de septiembre de 2007, resumen el final de la resistencia republicana en Asturias y, por tanto, en todo el Frente Norte, que concluye con la entrada de las tropas de Franco en Gijón el 21 de octubre de 1937.

La Batalla del Oriente de Asturias

LA SORPRESA DE CUERA

Por Luís Aurelio G. Prieto e Ignacio Quintana 


En la guerra civil española (1936-1939), poco resistieron el Gobierno vasco y su ejército ante los ataques de las Brigadas Navarras de Franco. Después de una inmediata ocupación de San Sebastián, fácilmente tomaron Bilbao el 19 de junio de 1937, a pesar de la pretendida protección de su Cinturón de Hierro. Antes de que sucediera esa derrota, Manuel Azaña, presidente de la Segunda República española, escribió en su Diario Cuadernos de la Pobleta los motivos de orden moral y político, por los que consideraba que el nacionalismo vasco abandonaría Bilbao. Entre otras cosas, dijo: “Defenderse casa por casa, calle por calle, como en Madrid, es un caso que no se repetirá (…). Caído Bilbao, es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República, ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semindependencia. Con esta moral es de pensar que, al caer Bilbao, perdido el territorio y desvanecido el Gobierno autónomo, los combatientes crean o digan que su misión y sus motivos de guerra han terminado”.

A la caída de Bilbao siguió la debacle de Santander. Con 17. 000 prisioneros, la caída de esa ciudad fue la derrota más estrepitosa del ejército republicano durante la guerra civil. Un día antes, los batallones de gudaris, soldados que dependían del Partido Nacionalista Vasco, sellaron en la localidad de Guriezo, a espaldas de la Segunda República, su rendición unilateral ante el ejército italiano, aliado de Franco. El Pacto de Santoña, con el que el nacionalismo vasco aceptó esa rendición, lo cuenta, con detalle, el escritor asturiano Xuan Cándamo  en su espléndido libro sobre esta lamentable cuestión.

Ante esa situación de finales de agosto de 1937, el Consejo Soberano de Asturias y León decidió establecer una línea defensiva en el frente oriental asturiano, apoyada en los Picos de Europa y en su primer escalón litoral, la Sierra de Cuera. El militar Adolfo Prado, nombrado comandante en jefe del Ejército del Norte por ese Consejo  Soberano, intentó reorganizar sus fuerzas republicanas con las unidades salvadas del desastre de Santander (tropas cántabras, batallones vascos que no pertenecían al credo nacionalista y batallones asturianos), así como otras fuerzas traídas  del frente occidental de Asturias. El comandante en jefe estableció una primera defensa en la margen izquierda del río Deva, fronterizo entre Asturias y Cantabria. El 1 de septiembre las fuerzas nacionales consiguieron romper la resistencia de esa endeble línea, vadeando el río a la altura del Pico Jana y ocupando el pueblo asturiano de Bustio.

Ese 1 de septiembre, al cruzar los nacionales el río Deva, había comenzado la que más tarde se llamará la Batalla del Oriente de Asturias. Una “Batalla” con mayúsculas. Una suma de continuas batallas que concluye el 17 de octubre, cuando las tropas de Franco cruzaron el río Sella camino de Gijón. Deva y Sella, una tremenda, desigual y olvidada “Batalla” entre esos dos ríos. ¿Una leyenda?

El 5 de septiembre los nacionales ya habían avanzado por la costa, tomando Llanes y el estratégico aeródromo de Cué. Pero, también en esos primeros días de septiembre, la 184 Brigada republicana, al mando del asturiano Manuel Álvarez, contuvo las fuerzas de la V y VI Brigada de Navarra en las Peñamelleras, zona más oriental de la Sierra de Cuera. Al mismo tiempo se reorganizaron los restos de la División vasca, consiguiendo detener el avance de la I Brigada Navarra  en el Alto de la Tornería, fundamental paso de montaña por carretera de esa sierra en el concejo de Llanes. Tras duros combates en plena Sierra de Cuera, el ejército republicano, a partir del 8 de septiembre, consiguió estabilizar y mantener sus defensas. En esas alturas, incluido su máximo vértice, el Pico Turbina (1.315 m), se defendió ese frente serrano que, finalmente, se concentró en el sector del Mazuco. Este sector estaba formado por el Alto de la Tornería y el pueblo del Mazuco, presididos ambos puntos por las cumbres más orientales de Cuera, Peña Blanca, Tiedu y Cabeza Ubena, donde se habían instalado en segunda posición defensiva el Batallón cántabro de infantería de marina.

La batalla de la Sierra de Cuera, conocida también, con menos exactitud, como la batalla del Mazuco, fue la confrontación álgida de esa generalizada Batalla del Oriente de Asturias que, durante seis semanas, fue una de las más encarnizadas en la guerra civil española. Los responsables militares de las fuerza franquistas consideraban que su avance, después de las cómodas conquistas de Bilbao y de Santander, iba a seguir siendo un paseo militar por ese Frente Norte. Pero la Sierra de Cuera fue una sorpresa.

La Batalla del Oriente de Asturias (2)

 

CARROCERA: EL LEÓNIDAS DEL MAZUCO

 

 Por Luís Aurelio G. Prieto e Ignacio Quintana

 

El 7 de septiembre de 1937, el Alto Mando del Ejército del Norte había ordenado traer al oriente de Asturias todos los efectivos de la 1ª Brigada Móvil, que dirigía el conocido líder anarquista de La Felguera Higinio Carrocera, mayor de brigada de milicias, grado asimilado al de general en el Ejército Popular. Esa  misma noche desplegó sus fuerzas en las estribaciones cabraliegas de la Sierra de Cuera. En la mañana del día 8, Carrocera, con sus batallones bien dotados de armas automáticas, aseguró el Alto de la Tornería en la zona del Mazuco, así como otros puntos estratégicos de la sierra.

 

Los republicanos estabilizaron en toda la Sierra de Cuera ese frente bélico, con una enérgica defensa que duró catorce angustiosos días. Se desarrollo una continua batalla  por tierra, mar y aire. Las fuerzas franquistas convirtieron esa sierra en una especie de “gran vía” de alta montaña cerca del mar, a más de 1.000 metros de altitud, por la que circulaban sus numerosas dotaciones militares y sus abundantes armamentos. El crucero Almirante Cervera, que controlaba el mar Cantábrico (el “Chulo del Cantábrico”, le llamaban los milicianos), bombardeó, sistemáticamente, las defensas republicanas. El ejército nacional complementaba ese fuego con su artillería de montaña. Y remataban esta función los aviones alemanes, especialmente los biplanos Heikel 46, conocidos popularmente como las pavas, que bombardeaban, ametrallaban e incendiaban las posiciones enemigas.

 

Adolf Galland, uno de los jefes de las escuadrillas de la Legión Cóndor traída por los alemanes a España, que llegaría a ser general inspector del arma de la aviación del III Reich, mejoró la eficacia de sus bombardeos en la posterior Guerra Mundial, experimentando en la Sierra de Cuera, por ejemplo, “la noria”, un nuevo sistema de ataque aéreo, o el Napalm. Dijo en sus Memorias: “También inventaron mis mecánicos una especie de bomba de Napalm rudimentaria. Montaron sobre un recipiente lleno de gasolina o de una mezcla de ésta con aceite de motores, unas bombas incendiarias y otras de fragmentación que tras el impacto incendiaban y derrumbaban sus contenidos”. Para los soldados y milicianos republicanos, esta sierra asturiana se convirtió en un infierno sin alternativa, en una defensa contra toda esperanza.

 

“En el principio fue siempre la leyenda” dijo el periodista republicano Antonio Cabezas. Por eso la batalla de la Sierra de Cuera, concentrada luego en el paso del Alto de la Tornería, en el Mazuco y en las tres cumbres de las llamadas Peñas Blancas, se puede comparar con la batalla de las Termópilas, otro histórico paso de montaña, cuya batalla tuvo lugar el año 480 antes de Cristo, en la Grecia central, a 200 kilómetros de Atenas. Y comparar también al asturiano Carrocera y sus milicianos, con Leónidas, el líder de Esparta, junto con los 300 soldados de su ciudad y 1.000 voluntarios de Tebas y Tespia, que frenaron el colosal ejército del rey persa Jerjes I. Otro periodista de Avance,  relatando la moderna hazaña de la batalla de la Sierra de Cuera, escribió el 11 de septiembre de 1937: “Son los hombres de Octubre y los de siempre. Los hay socialistas, comunistas y de la C.N.T. Ellos no se preocupan mucho de esto”.

 

El 15 de septiembre de 1937 fue el último día que Carrocera y sus hombres resistieron en el Alto de la Tornería y en el pueblo del Mazuco, emprendiendo su retirada hacia una segunda línea de defensa en la margen izquierda del cercano río Bedón. Mientras tanto el batallón cántabro de infantería de marina siguió en las cumbres de Cuera, resistiendo en el estratégico Peñas Blancas, una línea defensiva formada por los picos Tiedu, Cabeza Ubena y la propia Peña Blanca, que, hasta el 20 de septiembre, impidió el paso de las fuerzas de Franco. 

 

Sesenta años después, el 14 de septiembre de 1997, cuatro asociaciones culturales gijonesas (Ateneo Libertario, Ateneo Obrero de Gijón, Gesto y Sociedad Cultural Gijonesa), realizaron un primer homenaje a aquellos legendarios defensores de la Segunda República española. Ese homenaje fue impulsado y coordinado por Daniel Palacio (1923-1997), aquel veterano “animador” del movimiento ciudadano (“agitador”, decían antaño), instalando en el Alto de la Tornería un humilde monolito, ya desaparecido. En su manifiesto figuraban, por orden alfabético, los principales dirigentes vascos, cántabros y asturianos, muchos de ellos libertarios, socialistas o comunistas: Manuel, “Manolín”, Álvarez; Luís Bárcena; Higinio Carrocera; Emeterio Díaz; Ignacio Esnaola; Baldomero Fernández Ladreda, “Ferla”; Fernando Fernández; Ovidio Flórez; Juan Ibarrola; Antonio Teresa; y Gaspar Yañez.

 

Iniciamos y finalizamos este artículo resaltando a Higinio Carrocera Mortera (1908-1938), uno de esos once dirigentes que figuran en este manifiesto de Daniel Palacio. De Carrocera, sindicalista que empezó a trabajar a los trece años como aprendiz en los talleres metalúrgicos de la fábrica Duro Felguera, y en la Guerra Civil española fue  miliciano mayor de brigada y Medalla de la Libertad, tenemos una biografía suya (Vida y muerte), publicada en 1960 en el exilio por la Confederación Regional del Trabajo de Asturias, León y Palencia de la C.N.T. De Carrocera retomamos el último capítulo de esa biografía. Tras la caída del Alto de la Tornería y del Mazuco en la Sierra de Cuera, seguirá manteniendo con su gente una dura resistencia en el oriente de Asturias, hasta que la línea del río Sella es rebasada por las tropas de Franco el 11 de octubre de 1937. La noche del 20 de octubre, un día antes de la entrada de los nacionales en Gijón, Carrocera consiguió embarcarse con sus hombres en el vapor Llodio, que será apresado por la flota nacional. Tras pasar por distintos campos de concentración, Carrocera será fusilado en el patio de la cárcel de Oviedo el 8 de mayo de 1938. Frente al pelotón de fusilamiento, él mismo gritó la orden que segó su vida. Tenía 30 años

La  Batalla del Oriente de Asturias (y 3)
 “¡NO HAY QUIEN TOME  PEÑAS BLANCAS!”

Por Luís Aurelio G. Prieto e Ignacio Quintana

José María Gárate titulaba “¡No hay quien tome Peñas Blancas!” a uno de los capítulos de su libro Mil días de fuego. Los estrategas militares al citar Peñas Blancas, en plural, se referían a tres cumbres, cercanas entre sí, en el extremo oeste de la Sierra de Cuera: el Tiedu, Cabeza Ubena y la propia Peña Blanca, hasta donde llega el concejo de Llanes y se hermana, es un decir, con el concejo de Cabrales. Estas tres cumbres juntas, tendrían que ser enfocadas e iluminadas en la historia de la guerra civil española. En estas cumbres se hicieron fuertes aquellos soldados republicanos del Batallón de Infantería de Marina, que siempre estuvieron en una segunda línea durante la contienda, incluso en su fase final de la batalla de la Sierra de Cuera, cuando, desde las alturas, percibieron la tremenda crudeza de lo que sucedió en el  Alto de la Tornería. Ese batallón, que había sido organizado con marineros y tropas sobrantes de una tripulación sin barcos, siempre había estado en la reserva del Ejército Popular Republicano. Fue una de las escasas unidades que se salvó de la debacle de Santander, por encontrase a finales de agosto en la lejana zona de la Liébana.

El 15 de septiembre, el día en que los hombres de la 1ª Brigada Móvil del anarquista Carrocera se retiraron del Alto de la Tornería y del pueblo del Mazuco, el santanderino Batallón de Infantería de Marina, de súbito, defendiendo esas tres cumbres, se convirtió en la vanguardia, en la última defensa republicana de la Sierra de Cuera. Y cinco días después, por su heroicidad, tenían que haber recibido todos la Medalla de la Libertad, como otros combatientes la recibieron en esta sierra. Por desgracia, solo consiguieron el reconocimiento de sus enemigos. Como señaló uno de ellos, el ya citado José María Gárate, en su capítulo dedicado al sector Peñas Blancas: “Los infantes de marina que se nos enfrentaban, capaces de combatir hasta el fin de tan adversas condiciones, merecían nuestra máxima admiración y respeto, pero también nuestro máximo fuego”. Y así fue.

El jueves 16, por la mañana temprano, la preparación aérea franquista es intensa y la tropa del X de Zamora lanza todos sus efectivos al asalto, pero, a menos de cincuenta metros de la cumbre de Peña Blanca, son frenados en seco por el nutrido fuego de armas automáticas y de fusilería de los republicanos. Al mediodía, les toca el turno del asalto a los escuadrones de caballería, también sin fortuna. A última hora de la tarde, será el X de América el que fracasa. A primera hora de la mañana del viernes 17, aunque la lluvia y la niebla impiden el apoyo de la aviación, ataca nuevamente el X de Zamora, seguido del XIII de Zaragoza, sin resultado positivo. El sábado 18, la aviación vuelve a hacer presencia para bombardear y ametrallar a los infantes de marina. En el turno de rotación de batallones para el asalto, le toca al XVI de Zaragoza. Los republicanos solamente dan muestras de vida en el momento en que la aviación se retira y arrojan, por todos lados, sus bombas de mano. Las explosiones se cobran bastantes bajas de los asaltantes y no les queda más remedio que volverse a retirar. El domingo 19, las tropas nacionales que rodean estas tres cumbres, tuvieron un descanso y procedieron a relevar la Agrupación de Martínez Iñigo, por la del teniente coronel Mora que pasa a la primera línea de combate.

El lunes 20, fue el quinto día defensivo de los hombres del Batallón de Infantería de Marina, sin relevo, por supuesto. Ese día amanece con un sol radiante, que es un mal presagio para ellos, porque permitirá a la aviación enemiga campar a sus anchas. Las escuadrillas despegaron a partir de la una de la tarde para batir continuamente el sector de  Peñas Blancas. Las baterías de su artillería de montaña marcan, con sus explosiones, los objetivos que ha de cumplir la aviación. El teniente coronel Mora atacó con sus descansados batallones: el XIII de Zaragoza a la derecha, el XVI a la izquierda y, junto a este, el de Ceriñola, seguidos de cerca por la caballería de Villarrobledo. Gárate relató con detalle el asalto final de aquella posición republicana que, hasta entonces, era inexpugnable.  La estrecha relación de infantería y aviación, funcionó perfectamente. “La aviación sigue volando – dice este autor- y el último caza aún hace algunos disparos, cuando los soldados ponen pie en la cima y la bandera colorea en el alto con el sol”. Los tres objetivos militares de los nacionales se cumplieron. Por este orden  tomaron esas cumbres: Peña Blanca, Tiedu y, finalmente, Cabeza Ubena. Fue una carnicería. Veamos el espectáculo dantesco de la última cumbre, Cabeza Ubena, que nos facilita Gárate: “Hay dos o tres muertos en lo más alto, boca arriba, estirados, como maniquís blandos. (…) En las trincheras hay muchos muertos más. Según pasamos vemos una escuadra entera, muy juntos unos de otros, en posturas absurdas, algunos retorciéndose aún, con la sangre, ya seca, por la boca y el pecho; uno que parece oficial tiene las piernas segadas por la metralla, junto a una ametralladora destrozada”. El parte de guerra oficial señala luego que allí han recogido más de 100 cadáveres.        

Al tomar estos tres vértices de PeñasBlancas, estas tres últimas cumbres de la Sierra de Cuera, las tropas de Franco concentraban allí 16 batallones de soldados, con su artillería de montaña y 36 aviones de combate, sin olvidar el crucero Almirante Cervera en el mar. Con esta abrumadora superioridad de las fuerzas nacionales, el 20 de septiembre concluyó la batalla de la Sierra de Cuera.

Pero la Batalla del Oriente de Asturias, en mayúsculas, entre dos ríos, Deva y Sella, todavía continuará otro mes. El ejército republicano, después de la batalla de la Sierra de Cuera, seguirá defendiendo el territorio asturiano metro a metro: Bedón, Benzúa, Hibeo y sierras de Bustaselvín; los puertos de montaña surorientales de la Cordillera Cantábrica (Pontón, Ventaniella, Tarna y San Isidro); Covadonga (volvieron los moros… de Franco y del marroquí Mizzian) y Cangas de Onís; Palmoreyo, Cuesta de Prelleces y Collado de San Tirso; Ribadesella… El día 11 de octubre las tropas nacionales pasaron el río Sella. También concluyó la Batalla del Oriente de Asturias.

Diez días después, el 21 de octubre de 1937, el ejército de Franco entró en Gijón. Se acabó la resistencia republicana en Asturias, iniciada en aquel lejano 1 de septiembre. Con esa “Numancia” asturiana de batalla en batalla, con esa defensiva “Maginot Cantábrica”, como la definió nuestro preferido cronista republicano, Juan Antonio Cabezas, nunca entenderemos  la simplista y lacónica conclusión del buen historiador estadounidense Gabriel Jackson, al referirse a ese final asturiano. Dice en su libro La República Española y la Guerra Civil (1931-39): “Septiembre y octubre fueron dedicados a las operaciones de limpieza en Asturias”.