Recordad que el plazo de presentación de relatos se cierra el próximo 15 de diciembre. Aquí os dejamos el 2º relato finalista de la pasada edición. "Feliz Navidad, Soledad".

FELIZ  NAVIDAD, SOLEDAD

Erase una vez una abuela llamada Soledad. Tenía 86 años y desde hacía mucho tiempo su única compañía era la soledad, ya que su marido murió y sus hijos tuvieron que emigrar en busca de trabajo.

Carmen, era la única persona que iba a visitar a Soledad, una trabajadora social que le ayudaba en las tareas de la casa y le ofrecía todo el cariño que su familia ya no le daba, apenas disponían de tiempo para visitarla. Sus ocupaciones se lo impedían y, normalmente, en las vacaciones de Navidad tenían obligaciones más importantes que el de ir a visitar a una anciana que se encontraba a muchísimos kilómetros de distancia.

En la víspera del día de Navidad, estaba sentada al lado de la chimenea calentándose con la lumbre que estaba justo enfrente de ella. Se esperaba un agradable día invernal. El letargo del bajo sol penetraba por un ventanuco alumbrando ligeramente la habitación. Aunque era un día soleado, el frio se hacía notar. Las Fiestas de Navidad habían llegado. Por el ventanuco, Soledad miraba a la gente pasear por la ciudad. Las calles se engalanaban con pinos de Navidad, siluetas de Santa Claus, luces de colores con las típicas figuras navideñas...

La gente, arropadas con sus bufandas, gorros y abrigos iban y venían por las calles hablando y haciendo las compras típicas por estas fechas. Soledad, pensativa, miraba desde su ventanuco todo este bullicio de gente mientras movía y removía suavemente una gran taza de espeso chocolate, acompañado de unos roscos rebozados en azúcar. Lo tenía muy claro que este capricho era excesivo para su salud, pero el gozo de aquella taza de chocolate reemplazaba el vacio de su corazón. Con el primer trago de chocolate, Soledad cerró los ojos extasiándose con aquella sacudida de felicidad que irrumpía en su cuerpo.

Al abrir los ojos y mirar por el ventanuco observo algo nuevo en el ambiente. Las calles estaban empedradas, caminaban por ellas carros de madera y hierro tirados por mulas y caballos. Las casas estaban hechas de piedra, barro y yeso y pintadas con cal. La vestimenta de la gente era antigua. Los niños jugaban en la calle haciendo bolas de nieve y lanzándoselas unos a otros. Soledad estaba aturdida. Se levantó de la butaca y salió a la calle. Un poco más abajo de su casa observó a unas niñas que estaban jugando en la calle y una de ellas gritó:- ¡Sole, vente a jugar con nosotras!Soledad identificó a aquellas niñas. Asombrada observó su cuerpo. Toda su fisonomía había cambiado. Su aspecto era ahora el de una niña de tan solo nueve años. ¡Había retrocedido en el tiempo! La niña que la había llamado era su hermana mayor, Toñy. Una gran confusión y una abundante alegría recorrían su nuevo cuerpo infantil. Allí se encontraban Rocío, Mercedes, Yolanda y Ana su hermana pequeña que con tan solo 4 años pretendía, sin conseguirlo, mantener el paso del resto de las niñas que eran mucho mayor que ella.Soledad, agotada de tanto jugar, se sentó en el bordillo de la acera. A los pocos minutos, la puerta de la casa se abrió y escucho una voz que decía:

- Soledad, cielo, avisa a tus hermanas. Ya os he hecho la merienda. Una gran taza de chocolate y roscos. Pasad y sentaros un poco.Soledad, boquiabierta, reconoció esa voz en su corazón.

¡Era mamá! Volvió la cabeza y la vio. No pudo contener las lágrimas. Había grabado en su mente la imagen de su madre tal y como la estaba viendo ahora. Una mujer de complexión débil, vestida siempre de un riguroso luto con un gran mandil blanco adornado con alguna flor atado a la cintura lleno de grasa y gotas de chocolate. Su pelo canoso recogido en la nuca y aquella preciosa sonrisa tan dulce.Soledad avisó a sus hermanas y tomó a Ana en brazos. No paraba de besarla y de hacerle cariñitos. Ana le correspondía con grandes abrazos y besos muy dulces. Nuevamente volvió a comer aquellas suculentas meriendas que hacia mamá.Su madre les dijo que era el día de la Nochebuena y que a la hora de la cena se pondrían sus abrigos de lana nuevos que ella misma había hecho y también estrenarían zapatos, y que estarían listas para salir a pedir el aguinaldo por todas las calles del pueblo. Esta Nochebuena, Soledad cenó una vez más con sus padres y sus cuatro hermanas. En el centro de la mesa había una gran bandeja con patatas y cordero. Una botella de vino tinto y una hogaza de pan. Todos saborearon la copiosa cena y aguardaron impacientes la hora del postre. Unos dulces y unos mantecados que hacía mamá con tanto amor.Después de la cena vinieron sus amigas, que cantaron villancicos al compás de las panderetas y las zambombas. Llamaron a Soledad y a Toñy. Ambas se pusieron sus abrigos y zapatos nuevos. Agarraron sus panderetas e inquietas salieron a la calle a buscar los obsequios de los vecinos. La noche fue muy propicia. La gente fue muy bondadosa y cosecharon de todo tipo de dulces y de turrón. En cada casa les daban un pastel a cambio de un buen villancico. Después de estar toda la noche cantando, Soledad y sus amigas se repartieron el botín y agotadas se fueron cada una a su casa.Soledad, acompañada por Toñy, entró en su casa y una vez dentro de la habitación, nuevamente volvieron a compartir la cama. Soledad cerró los ojos. El cansancio y el sueño hicieron mella al momento. Una sacudida de dicha recorrió todo su cuerpo.

“Que maravilloso sería volver a recordar esos instantes en los que fuimos felices. Esa época de la infancia que queda enredada en nuestra memoria esperando ser liberada un día para recordarnos de nuevo que la magia de la Navidad vivirá para siempre jamás en nuestros corazones. “Soledad no volvió a despertar. Se quedó dormida para siempre en aquella butaca junto a la ventana.

Su infancia fue el tesoro más valioso de su vida, su mente luchó durante años para intentar no olvidar aquellos momentos de felicidad junto a su familia y recordar siempre aquel pequeño pueblo que hizo suyo para siempre. Su larga vida acabó como ella siempre soñó, siendo niña, siendo feliz y rememorando esos años en los que nada le daba miedo, era feliz y soñaba.

¡ Feliz Navidad, Soledad !