Tendemos a asociar el sustantivo museo con el pasado. Decimos de algo que es una pieza de museo cuando encontramos un objeto antiguo y valioso, y ambas cualidades justifican que lo preservemos y expongamos para su contemplación y conocimiento.

Aprovecharé este acto para combatir o, cuando menos, matizar esa idea. Pero antes quiero reconocer un defecto propio: sufro al menos tres condicionantes al hablar del Museo de la Minería y de la Industria. El primero es genealógico: tengo mucha ascendencia e historia familiar infiltrada en galerías, capas y pozos. El segundo es local: nací y crecí en un oeste cercano, en Mieres, rodeado de geografía minera por todas partes. El tercero es profesional, porque me hice ingeniero de Minas. Podría añadir un cuarto: mi militancia, tan enraizada en el movimiento obrero que es indisoluble de su evolución.

Entiendan por tanto que nada de lo que vemos me resulte ajeno. Ni soy indiferente ni quiero serlo. Estamos en uno de los mejores museos del Principado, uno de los que más aceptación ha tenido desde su estreno y uno, también, de los imprescindibles para conocer Asturias. Su construcción fue una excelente iniciativa y el resultado ha sido espléndido. Con todas las dificultades que surjan y que haya que afrontar, hemos de empeñarnos en preservarlo. En atesorarlo, dicho con el más amplio significado.

La Fundación Maxam contribuye a ese objetivo desde que se alcanzó el acuerdo para crear la Casa del Explosivo. Porque un museo no es una instalación muerta, inmóvil: los buenos cambian, crecen, se enriquecen. Hoy celebramos la incorporación de una de esas piezas que se pueden exhibir con orgullo, construida con toda su colosal apariencia en 1890, cuando la rueda dentada del desarrollo industrial estaba cambiando el mundo de base. Gracias de nuevo a la Fundación Maxam y a su presidente, don José Fernando Sánchez-Junco. Gracias también al Ministerio de Defensa, por haber cedido esta máquina. A este ingeniero, se lo aseguro, no deja de admirarle el proceso que se seguía hace más de un siglo para desmenuzar y granular la pólvora.

Ingenierías al margen, les decía al principio que es injusto confinar los museos al pasado, como si sólo acopiaran ruinas y vestigios. Desde que soy presidente, hoy es la primera vez que entro en estas instalaciones, por lo que, antes de nada, debería pedir disculpas. Pero quiero decir que vuelvo a experimentar la misma sensación que en visitas anteriores: aquí, entre vagones, lámparas, ruidos de faena y todo lo que ofrece el MUMI, se percibe el latido vivo del alma industrial que ha construido la Asturias de hoy. Y, como ya he manifestado en muchas otras ocasiones, ésa debe ser la misma voluntad que edifique la Asturias del siglo XXI.

Ya sé que objetarán que la minería ha sido jibarizada, que picar y vender hulla y antracita no es ni puede volver a ser nuestro horizonte. Sí, ésa es una lección aprendida -dolorosamente aprendida, además- pero no saquemos falsas conclusiones.

En primer lugar, el declive de la minería no impide defender su pervivencia, tanto en esta cuenca central como en la suroccidental. Nada justifica que se tomen medidas que favorezcan cierres precipitados.

En segundo lugar, tengamos en cuenta que si Asturias sigue siendo una comunidad industrial es gracias al cimiento previo de la minería y la metalurgia. Las industrias que hoy tenemos en el Principado –las básicas, las modernas y las novísimas- son en buena medida la continuación de esa base preexistente. El mejor futuro que hoy podemos imaginar para Asturias –y también para España- incluye ese corazón industrial, ampliado y fortalecido. La alternativa es una nación sentada a mirar el cielo, tendida al sol a la espera de que el anticiclón turístico llene de visitantes sus parques temáticos.

Por eso son tan importantes todos los esfuerzos para asentar el desarrollo industrial, cada uno de los pulsos que libramos para mantener una empresa en Asturias. El consejero Graciano Torre –que también fue alcalde de San Martín y uno de los padres de esta criatura que hoy recorremos- puede presumir de dejarse la piel en ese empeño y, como hemos visto con casos recientes, con notable acierto. En la consecución de ese objetivo se imbrican múltiples cuestiones, que abarcan desde la dotación tecnológica, la formación, la innovación, la capacidad exportadora y muchos otros factores. Destaco uno especialmente decisivo para Asturias: una adecuada política energética. Ése es un problema heredado, y éste tampoco es el lugar oportuno para andar con reproches: digamos que es una mala herencia compartida y que el problema acucia. Esto ya no admite encadenar prórroga con prórroga: es indispensable una solución pensada para el medio y largo plazo. Por eso no me canso de defender un pacto de Estado sobre la energía.

Miren, éste es un asunto serio, de esos que precisan soluciones complejas que no pueden despacharse con un eslogan en una tertulia de televisión. Quienes gobernamos o tenemos una responsabilidad institucional o política debemos hacer hincapié en este tipo de cuestiones: de una adecuada estrategia energética depende la supervivencia de muchas empresas asturianas, con todos los puestos de trabajo que suman, y eso no se resuelve con un coro de lemas de asamblea. Hay cuestiones que exigen competencia técnica, calidad política y sentido institucional, no recetarios de simpleza populista.

Hoy, también merece la pena subrayarlo, participamos en un acto que revela lo que puede dar de sí la colaboración. Con el ministerio de Defensa está representada la Administración central. Con la Fundación Maxam, la iniciativa privada. Con el Gobierno de Asturias, la Administración autonómica. El resultado es el que celebramos: el enriquecimiento del Museo de la Minería con una pieza envidiable que hace aún más admirable su patrimonio. Pero una última insistencia: cuando la contemplemos, y cuando visitemos también todo el Museo de la Minería y de la Industria, no pensemos que sólo encaramos el pasado. Realmente, estamos ante la fuerza motriz de la Asturias del futuro que queremos construir.

Una vez más, enhorabuena a los responsables del museo y gracias a la Fundación Maxam y al Ministerio de Defensa. A todos les agradezco su atención. Ya saben que un museo, al fin y al cabo, es, etimológicamente, la casa de las musas. Una de las más conocidas es Calíope, la que inspiraba la elocuencia. Quienes estamos en determinados cargos tenemos que invocarla a menudo, y no siempre nos hace caso. Así que ustedes tienen mucho mérito por haberme escuchado.