Por Inaciu Iglesias, en El Comercio
Cambiar cromos, negociar, comprometernos: eso es algo que los asturianos tenemos que aprender a hacer mejor porque, la verdad, hasta ahora no nos fue demasiado bien. Años, años y años reclamando variantes y escuchando promesas y los trenes nunca llegan. Nos toman el pelo: con el AVE, con las cercanías y con las autovías y ya ni sabemos cómo reaccionar. Nos enfadamos, nos resignamos y algunos proponen montar más escandaleras; pero seguimos sin ofrecer nada a cambio. Y mientras no lo hagamos –ofrecer algo a cambio– seguiremos sin conseguir nada. La vida, la política y los negocios son –siempre– un compromiso; un intercambio: un quid pro quo en el que nosotros, los asturianos, tenemos que empezar a ejercer.
Nos toman el pelo: con el AVE, con las cercanías y con las autovías y ya ni sabemos cómo reaccionar
Somos pocos y por eso tenemos que ser eficaces. Y nuestra mejor moneda de cambio –casi la única– es tan funcional como arriesgada: diputados. Necesitamos presencia allí donde importa. Y tenemos diputados en nuestro Parlamento, en las Cortes del Reino y en Europa; y también senadores, y concejales y alcaldes en nuestras ciudades y villas. Bueno, pues ya es hora de que empiecen a ejercer de asturianos; porque son nuestra única moneda de cambio. Y ya no es personal. Ni ideológico. Son negocios.
Si de verdad nos preocupa nuestra tierra, debemos conseguir que nuestros representantes sean nuestros. Y no suyos. Quiero decir, que nos representen a nosotros y a nuestros intereses ante los gobiernos; y no al revés. No es romanticismo, insisto: es eficacia política, es puro interés. Dejémonos entonces de cuentos: ser patriota no es ningún sentimiento banal y anticuado. Es una decisión política consciente, arriesgada y fría, una apuesta valiente por lo propio que, por ejemplo, nos hubiera ayudado a no despilfarrar recursos en construir un campus disperso cuando teníamos otro, enorme, justo al lado (hablo de la Laboral). Tenemos que dejar de llorar tanto por la patria querida y empezar a sacarle rendimiento a la real. Somos uno de los seis Principados que existen en Europa y nos sigue dando vergüenza que nos llamen nación. Hasta hace cuatro días decíamos que las joyas de nuestra Cámara Santa eran cosa de curas, que el Camino de Santiago estaba bien para los gallegos o que Belarmino Tomás y su Consejo Soberano eran poco menos que bandoleros. Así reivindicamos nuestro 25 de mayo, nuestra bandera y nuestros idiomas. Y, así, mientras otros supieron explotar su pasado y lo rentabilizaron política y económicamente, nosotros nos volvimos más y más y más provincianos. Y ya valió.
Hemos tenido demasiados dirigentes empeñados en mirar para otro lado
Cualquiera que analice la historia de su país y no sienta, en algún momento, una profunda vergüenza, algo está haciendo mal. Y por la misma razón, cualquiera que solo sienta, por su patria y sus compatriotas desapego y vergüenza, también está haciendo algo mal. Pues cuidado: porque, en estos últimos cuarenta años, nosotros tuvimos demasiados presidentes, diputados y dirigentes así, avergonzados, acomplejados y empeñados en mirar para otro lado. Y así nos fue.
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