Empiezo proponiéndoles un ejercicio de imaginación. Intenten componer en su cabeza una postal de Asturias sin castilletes, supriman también el gótico de los hornos altos, los pináculos de las chimeneas, la musculatura de las grúas portuarias, la arquitectura horizontal de los talleres y las naves industriales. Elimínenlos todos al pensar en Gijón, en Avilés, en Langreo, en Mieres, y piensen si en ese paisaje desolado reconocerían la Asturias del siglo XX y del siglo XXI, la Asturias que nos ha tocado vivir.

Es un ejercicio difícil.

La industria es una de las forjas de nuestra identidad. Hubo una Asturias rural, cuarteada de montañas y valles dedicados casi por completo a la agricultura, que muta en el siglo XIX de mano del empuje fabril de la siderurgia y la minería. A principios del XX publica Palacio Valdés La aldea perdida, que anuncia en el título la nostalgia de un crepúsculo. Desde entonces, la industria ha ahormado Asturias. El desarrollo urbano, la concentración demográfica en la zona central, la lucha obrera, la influencia sindical, todo se enrama a partir de ese mismo tronco. La industria es nuestra razón social.

Me han escuchado decir a menudo que Asturias no puede renunciar a ese latido industrial salvo que nos rindamos al destino de un parque temático, tan hermoso como despoblado, envejecido, con un pulso mínimo y débil. Por eso celebro que hace unos días Arcelor haya confirmado inversiones por cien millones para modernizar la acería de Avilés y diversas mejoras en los trenes de chapa gruesa, alambrón y carril en Gijón. Es una excelente noticia, de esas que son tan buenas que las descontamos en seguida, como si las diéramos por obligadas, cuando son imprescindibles para que esta comunidad mantenga su tono vital.

Pero no vengo a quejarme de que las buenas noticias tengan un recorrido efímero mientras que no ya las malas, sino a menudo asuntos banales, parasitan largamente los informativos. Acostumbrarse a esa desigual vara de medir va en el sueldo. Digo que soy un firme defensor de la política industrial, de disponer todas las medidas posibles para facilitar su desarrollo de la mano de la iniciativa privada.

Quien les habla es un presidente en funciones que opta a un último mandato para gobernar el Principado cuatro años más. En las vísperas de saber si seré o no reelegido, les aseguro que una de mis principales aspiraciones es consolidar nuestra vocación industrial. Más que en medidas sectoriales –por ejemplo, el programa electoral incluyó la constitución de un gran cluster del metal-, pienso en la necesidad de buenas políticas horizontales. Ustedes saben bien a qué me refiero: a la reducción de costes logísticos o energéticos, al fomento de la investigación y la innovación, a la introducción de nuevas tecnologías, al incremento del tamaño empresarial, al apoyo a la internacionalización… Sobre esas medidas se articula la Estrategia Industrial presentada por mi gobierno en mayo de 2014 de acuerdo con la Federación Asturiana de Empresarios y los sindicatos Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores y que continuamos desarrollando.

Afrontamos una legislatura importante. Todas lo son, sin duda, pero estamos obligados a atender lo inmediato. Antes de 2019 debería estar despejado el desarrollo de la Zona de Actividades Logísticas, culminada la variante ferroviaria de Pajares y asegurada la llegada de la alta velocidad hasta Gijón, afrontada la reforma de la financiación autonómica, desarrollada la formación profesional dual… Uno de los desafíos, la modificación de la política energética, responsabilidad del Gobierno de España, es decisivo por sí solo. Una vez más, lamento que el ministro de Industria sea incapaz de variar un rumbo que pone en riesgo nuestro desarrollo; una vez más, apelo a su responsabilidad para que rectifique.

Ciertamente, despachar todas y cada una de las prioridades que enumeré no está en manos de un gobierno autonómico, sino que implica actores nacionales y supranacionales, pero esa consideración no exime de responsabilidad ni otorga carta blanca a la veleidad. Asturias necesita un gobierno serio y estable que no improvise ni frivolice, que merezca la confianza de los trabajadores y de los empresarios por su conocimiento, su capacidad técnica, el rigor de sus planteamientos y la tenacidad para llevarlos a cabo. Cambiar gestión por espectáculo es una apuesta demasiado arriesgada, créanme.

Durante los últimos años nos hemos esforzado en evitar que los ajustes arrasaran el Estado de Bienestar. Lo conseguimos.

Ahora hay expectativas de un crecimiento apreciable, de un 2,5 para este ejercicio, según estima la Fundación de las Cajas de Ahorros. Aunque menor que el de otras comunidades, es un peldaño necesario para engancharnos a la recuperación. También hay una perspectiva favorable respecto al desempleo.

El Principado de Asturias es, además, y con la excepción de Canarias, la comunidad que menos tarda en pagar a sus proveedores. Nuestro endeudamiento relativo es el cuarto más bajo de España, con un 16.8% respecto al Producto Interior Bruto, frente a una media nacional del 22.5.

Estamos hablando de una comunidad solvente, con unos servicios sociales consolidados, donde se recupera el consumo privado y repunta la actividad económica. Asturias va en una buena dirección. Por ello, insisto en la reflexión: no malbaratemos lo que hemos logrado entre todos.

Pero les estaba hablando de política industrial. Fíjense que el sintagma lo componen dos palabras, cada una con un significado bien distinto: de un lado, política; de otro, industrial. Y es que, efectivamente, ambas cuestiones –política e industria o, para ser más exacto, política y economía- enlazan un par indisoluble.

Hace un año comenté en este mismo acto el resultado de las elecciones europeas y alerté sobre las consecuencias de la austeridad a machamartillo y del descrédito institucional, de los peligros que conllevaba para España y para la construcción europea. Pese a las decisiones de Mario Draghi, a la devaluación del euro y a la caída del precio del crudo, que están teniendo consecuencias muy favorables sobre la evolución de nuestra economía, mantengo mi preocupación.

Hoy podría extenderme sobre el caso griego, por ejemplo, o sobre las consecuencias de los comicios locales y autonómicos. Todos me llevan al mismo razonamiento: la economía no es una ciencia de laboratorio, es irreductible a una fórmula, al trazado de una curva exponencial.

No se trata de elegir entre Tsipras y Merkel, entre griegos y alemanes, entre ponerse del lado de las negativas griegas o de las exigencias del Eurogrupo. No estoy planteando una disyuntiva entre buenos y malos, simpáticos y antipáticos. Voy a una cuestión previa, a la necesidad de tomar en cuenta las implicaciones sociales de la economía. Algo que, por demás, siempre consideraron sus autores clásicos, defendieran una u otra orientación. El aprendizaje de la economía puede encerrarse en un aula, sintetizarse en la pantalla de un ordenador; su práctica, jamás.

¿A dónde quiero ir a parar? Pues a que decisiones que pueden parecer tan lógicas como los pasos de un algoritmo se convierten en indeseables y abiertamente contraproducentes si no reparamos en sus consecuencias.

No hace falta navegar el Mediterráneo para llegar a Grecia, quedémonos en España. Sin presumir de recuperación, van acumulándose datos que apuntalan la mejora económica, pero a costa de un insufrible aumento de la desigualdad social. Si alguien quiere preparar un disolvente de la democracia, no olvidará ese componente: cuando la desigualdad sobrepasa un umbral, los consensos básicos de la democracia amenazan quiebra. Históricamente siempre ha ocurrido así. Si sumamos años de crisis, ineficacia y escándalos de corrupción, el aguarrás está listo.

La proliferación de los populismos es una de las consecuencias evidentes. Pero más preocupante que un resultado o una perspectiva electoral es esa ruptura de los consensos a los que me referí. Cuando los representados repudian a sus representantes, cuando se arrojan por la borda las reglas del juego –por ejemplo, otorgándole más capacidad decisoria a un simulacro que a las elecciones propiamente dichas-, cuando se apela de continuo a un nuevo momento constituyente, la arquitectura democrática está también en cuestión.

Y, por fin, cuando eso ocurre, la actividad económica también se ve comprometida. De nuevo, Grecia sirve un ejemplo palmario: cómo la imposición rigurosa de una determinada política económica acaba por poner en jaque la construcción europea. No nos engañemos: el desarrollo económico de Asturias, de España, de la Unión Europea, exige unas condiciones mínimas de estabilidad. Sin ella, el crecimiento será menor; sin crecimiento, el malestar aumentará. El bienestar social –entendido en un sentido amplio, el bienestar de toda una sociedad- no puede sacrificarse a un punto de inflación ni a un decimal del porcentaje de déficit.

Sobre Daniel Alonso Rodríguez ya han sido dichas muchas afirmaciones. Es alguien que ha trabajado mucho y que además ha sabido trabajar bien. Las líneas de negocio de su holding explicitan esa capacidad para adaptarse, innovar y adelantarse a lo que está por venir que es común en los grandes empresarios, tan a menudo –como en éste caso- hechos a sí mismos, como reza el tópico americano. En estos cuatro años de asistencia a la entrega del premio que recuerda a José Luis Álvarez Margaride he tenido el honor de participar en las distinciones a Plácido Arango, Juan Cueto Sierra, Francisco Rodríguez y, hoy, a este arijano-avilesino, a estas alturas quizá más asturiano que burgalés, que se llama Daniel Alonso Rodríguez.

A los organizadores, a la asociación Asturias Patria Querida, les agradezco que me hayan permitido compartir durante cuatro años consecutivos esta cena. Pero hoy toca, sobre todo, agradecer a Daniel Alonso su iniciativa y su empuje empresarial, que tanto ha contribuido y está contribuyendo al desarrollo industrial de Asturias. A él y a su familia, muchas gracias.

A nosotros nos corresponde ayudarles, facilitar que sigan contando con Asturias para desarrollar su capacidad empresarial.

Espero tener la oportunidad de no defraudarles.

el presidente del Principado de Asturias, Javier Fernández, con Daniel Alonso y el presidente de la asociación Asturias Patria Querida Javier Vega de Seoane.

 

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