Por Pilar Martínez, Abogada, en La Nueva España

Ha llegado a Cangas del Narcea e Ibias la época de vendimia. Vemos la villa llenarse de visitantes, bodegueros, cultivadores, vecinos y entusiastas bebedores de nuestros extraordinarios y únicos vinos. La viticultura de montaña es conocida mundialmente como viticultura heroica. Quienes hemos nacido o vivido en aquellos fértiles valles del suroccidente de Asturias conocemos el significado de la «heroicidad», lo sacrificado que es el cultivo en tan escarpadas laderas, abrasadas por el sol en determinada época del año, cuando hay que realizar trabajos; el difícil acceso a las fincas; el necesario control de la feroz naturaleza que, también a través del crecimiento de malas hierbas en la viña, muestra su fertilidad y riqueza. Efectivamente, heroico es aquel cultivo.

Por otro lado, la viña, la vid y los vinos del suroccidente de Asturias, son parte de una riquísima tradición en la zona, que se pierde en la memoria de los tiempos y que algunas viñas concretas y bodegas, conservan documentada, al menos desde 1600. Es esta historia y arraigo en los usos y costumbres de la zona, lo que ha permitido, después de décadas de abandono de la viticultura con motivo de la llegada de la minería, que el esfuerzo para su recuperación diera sus frutos.

La investigación de Carmen Martínez (CSIC) permitió la identificación y registro como variedades autóctonas y únicas. El carácter emprendedor de los primeros empresarios y el apoyo y esfuerzo a partir de un determinado momento de las instituciones y organismos públicos (Principado y ayuntamientos) nos permitió ver, con ilusión y grandes esperanzas, un resurgimiento de los cultivos de la vid y de la elaboración de los vinos, ahora de cuidada elaboración y alta calidad, en general. No obstante, toda aquella ilusión empieza a desvanecerse pues, a las dificultades que nos hicieron heroicos, hoy se suman otras. Éstas, burocráticas y de mal entendimiento de lo que es la conservación de la naturaleza y de nula comprensión al viticultor y al bodeguero por parte de quienes administran esa supuesta preservación del entorno. Parecen entender que dichos cultivadores y bodegueros deben dedicar su esfuerzo y trabajo a alimentar alimañas y animales, que proliferan sin control, en un evidente caso de superpoblación, de la que nadie parece hacerse responsable.

Como abogada he sido testigo en estos años y en estos últimos días de los destrozos producidos por el jabalí en las viñas, así como de la falta de respuesta de la Administración, de las excusas para no afrontar las indemnizaciones por los daños y, en fin, de la destrucción de riqueza y rentabilidad de las empresas, que se verán abocadas al cierre, sin que nadie haga nada por evitarlo. Los ataques y destrozos de animales salvajes, tanto jabalíes, como osos y otras especies, con daño para los materiales y patrimonio de los habitantes y propietarios de esta zona y con riesgo para la integridad y la vida de las personas y animales domésticos, ponen de manifiesto la existencia de superpoblación de determinadas especies. Se trata de un claro desequilibrio natural, desconocido hasta el momento en los anales de la historia de este concejo, que vinculamos a una inadecuada gestión de la actividad cinegética y de la política medioambiental seguida por el Principado, incluyendo, claro está, la declaración y existencia del parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, aledaño a las zonas de cultivo de las viñas, de las huertas y demás fincas.

El camino de la reclamación lo conocemos. Es tortuoso y, a menudo, inútil. La Consejería dice que es responsabilidad del coto, el coto dirá, que su concesión es de julio y los jabalíes ya estaban antes, la tasación de daños es ridícula, cuando no inexistente y, finalmente, te ves abocado a iniciar un costoso pleito de reclamación de daños. ¿No encuentra el Principado otra solución, que haga útil su propio esfuerzo y el de todos los ciudadanos, que día a día trabajan para sacar adelante sus empresas y contribuyen a arraigar y fijar población?

Téngase en cuenta que al daño directo en el cultivo (coste de reposición de la planta, trabajos de plantación, reducción de la producción de uva, reparación de cierres y vallados), se suma el lucro cesante para este y para las bodegas, que elaboran sus vinos exclusivamente con uva de DOP, con una producción muy reducida y de reseñable valor, por lo que la adquisición a terceros resulta imposible. Es decir, se pierden los vinos de mejor calidad, perjudicando así también a la imagen de calidad del producto.