Comienzo con un agradecimiento. Agradezco a los diputados de Izquierda Unida, el Partido Popular, Ciudadanos, Foro y el Partido Socialista que hayan permitido aplazar esta sesión para que pudiera atender otras responsabilidades. Ha sido un gesto cortés que no menoscaba las funciones de la Junta General.

Sé que los acontecimientos nacionales impregnarán este debate. Resulta ineludible y adecuado, porque ni Asturias es un compartimiento estanco ni debe serlo. Empeñarse en alzar un muro impermeable entre la política estatal y la autonómica sería un trabajo absurdo, una construcción artificiosa e inútil, tanto como poner puertas al campo.

Ocurre, no obstante, que también hay un espacio propio de acción y de responsabilidad. Lo delimitan las capacidades de esta Junta General y del Gobierno de Asturias y es un dominio donde se ejercen potestades que inciden, directas e inmediatas, sobre la vida de la gente. Desde la calidad de las escuelas rurales, las plazas en las residencias de mayores o la cuantía del salario social hasta el instrumental quirúrgico que utilizan nuestros cirujanos.

Por lo tanto, si parecería ridículo aislarnos de la coyuntura nacional también sería tramposo y cobarde cobijarnos en las circunstancias del Estado para pretextar tácticas y decisiones eminentemente autonómicas. Vendría a ser un ejemplo de aquel sucursalismo político que tanto se maldijo, cuando se afeaba que los intereses de nuestra comunidad se supeditasen a las consignas centrales. Asturias exige más coraje. La partida no se juega sólo en sus 10.600 kilómetros cuadrados, del Eo a Tina Mayor, pero no la convirtamos en un naipe que se sacrifica en ofrenda a la estrategia de cada partido. Pongámosla en primer plano y asumamos nuestras responsabilidades, sin emboscarnos en la cuestión nacional. Con esa propuesta inicio este discurso.

Una comunidad enganchada a la recuperación.

El 25 de julio de 2016 empecé mi último mandato. Un mes antes, a finales de junio, había expuesto el discurso de investidura, entallado por una oferta continua de diálogo. De principio a fin, estaba moldeado por la invitación al acuerdo. Las elecciones habían otorgado representación a seis grupos en esta Junta General. Mi propuesta explícita consistía en hacer productiva esa pluralidad, que no agrietase en una diversidad yerma.

La cita de las fechas tiene su porqué. Cuando pronuncié aquella intervención, aún no habíamos alcanzado el pacto de investidura con Izquierda Unida. Ese entendimiento fue el primer gran acuerdo. Después vendrían la concertación suscrita con los sindicatos Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras y la Federación Asturiana de Empresarios y, más reciente, el Pacto Social contra la Violencia sobre las Mujeres, negociado con todos los grupos. [1] Ha habido otros, no tan significativos.

La disposición al diálogo era cierta, no una impostura. Sigue siéndolo, por convencimiento y por pragmatismo: no hay otra manera de gobernar cuando uno necesita apoyos parlamentarios. E incluso si tiene mayoría absoluta, nunca debe confundirla con una trinchera. La política se hace con los otros, no contra los otros. El aislamiento nacional del Partido Popular es un buen ejemplo para escarmentar en cabeza ajena.

Pese a esa voluntad, no hemos logrado que la hegemonía de izquierda existente en el parlamento se haya soldado en una mayoría política para el progreso de Asturias. Ya ven que distingo entre derecha e izquierda, categorías que hasta hace bien poco Podemos se afanaba en arrrinconar al desván y hoy vocifera con furia de converso. Despreciar un año la potencia de esa suma de 28 escaños ha sido un fallo; persistir la convertiría, con el paso del tiempo, en un error grave. Asumo la cuota de responsabilidad del Gobierno, pero niego que tenga la mayor culpa de que esa alianza haya resultado imposible. Sería cínico si lo dijera. La verdad no es equidistante: ha habido dos grupos, el socialista y el de Izquierda Unida, que se esforzaron por el consenso; y otro, Podemos, que se desentendió del compromiso a fuerza de excusas. Quiso cercar al Partido Socialista con un cordón sanitario de supuesta pureza ética, a tanto llegó su soberbia.

Todo esto ha sucedido al compás de meses inauditos en la política española. Cuando asumí la presidencia estábamos en los prolegómenos de la campaña de las generales de diciembre de 2015. Luego se encadenaron los hechos que conocemos. La prolongada tensión que acompañó este período ha actuado como un condicionante lógico pero opresivo sobre la política autonómica. Sospecho que más de una decisión relevante para Asturias se ha tomado calibrando su posible efecto electoral, con un celo tan romo como inevitable.

Esbozado el contexto, en esta intervención tengo dos deberes principales: explicarles qué ha hecho el gobierno y anunciarles iniciativas. Como otros años, no seré extensivo hasta el detalle. Intentaré también demostrar algunas falsedades, con la esperanza, seguramente vana, de que quienes las propalan recapaciten.....

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