A ver, o el de la madre si es que son un poco vieyos ya, ehhh...
Porque, bueno; no hay nadie en este mundo cuya abuela o madre no fuera poseedora de uno de estos artilugios, tan rara avis ahora, pero muy comunes hace cuatro días hasta en la más humilde iglesia o ermita de pueblo.
Un reclinatorio es un pequeño mueble de rezo a modo de silla baja de cuatro patas, cuya utilidad, como saben, era doble según su colocación: situándolo delante sirve para arrodillarse, mientras que girándolo y colocándolo detrás sirve para sentarse.
En cuanto a los modelos, los más modestos solían tener una base de enea cubierta por un cojín y el apoyabrazos de madera.
En los más ostentosos, en cambio, tanto la parte inferior como la superior estaban acolchadas y tapizadas de terciopelo o tela fina.
En mi niñez eran de lo más habitual y de utilización exclusiva de las mujeres, casi todos tenían una pequeña chapa metálica o un bordado con el nombre de la propietaria.
El reclinatorio era bastante común y en muy pocos casos servía como rasgo de distinción. Aunque normalmente solían estar ubicados en el mismo lugar, debían ser ligeros y de poco peso para ser transportados con facilidad.
Por lo general eran de factura simple y no demasiado ostentosos, que no en vano la Santa Madre Iglesia lleva siglos predicando humildad, por lo cual el excesivo ornato no estaba bien visto por el estamento eclesiástico.
En fin, ahí tienen algunos modelos que, sin duda, les recordarán otra época menos irreverente que esta.
¿O no...?
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