Desde mi niñez en Carrandi/Colunga (Asturias) tengo muy viva en mi memoria la imagen de San Antonio Abad, con un cerdito a sus pies.

SAN ANTON! 

Cada vez que me acerco al pueblo me produce bienestar contemplar a San Antón en el el retablo lateral de la iglesia de Santa Úrsula porque viene a mi cabeza la estampa de mi padre, hombre rural, implorando, con la boina entre las manos, los favores del "patrono de los animales".

No se llevaban vacas, ovejas, cerdos, gallinas, perros, gatos... a la procesión, pero todo Carrandi invocaba al santo y cada cual volvía a casa con la bendición para cuadras, rebaños, gallineros y todo tipo de animales y mascotas.

¡Qué curioso! Un San Antonio Abad (Egipto, 251-356, vivió 105 años) tan lejano y, a la vez, tan vivo en la cercanía. Un hombre que, a los 20 años, vende cuanto posee y se retira a vivir la soledad del ermitaño en un monte cerca del Mar Rojo en donde sería respetado y hasta protegido por jabalíes, de ahí el cerdito, y por cuantos animales, incluso alimañas, se movían por el entorno.

Quiso que sus cenizas fueran inhumadas en una tumba anónima, pero se ve que sus primeros devotos prefirieron guardar las reliquias, primero en Alejandria, más adelante en Contantinopla y, por último, en una abadía del Delfinado en Francia. Por cierto, "las tentaciones de San Antonio" de las que siempre hablan los predicadores han inspirado a grandes pintores.

Entre ellos, a nuestro genial Salvador Dalí, a quien, como periodista, tuve la suerte de tratar. Su óleo "La tentación de San Antonio" (1946) se puede admirar en el Museo Real de Bellas Artes de Bruselas. Bueno, ¡que San Antón siga protegiendo a los animales! Y yo diría que...¡incluso a los humanos!