Plath está considerada como una de las principales representantes de la poesía confesional que eclosionó en el siglo XX.
La escritora y cineasta Amanda Castro, Doctora en Cine dentro del Programa Estudios de la Mujer de la Universidad de Oviedo, ha decidido con su último libro darle voz desde una perspectiva veraz a la película y obra de la escritora americana Sylvia Plath, a quien describe en la sinopsis de su libro como: "Una extraordinaria mujer y escritora con múltiples facetas. Consagró su existencia a un ideal, a una búsqueda incesante de la perfección. Poseedora de una gran capacidad de trabajo y una exquisita sensibilidad, transformó su vida en arte."
Hay historias que comienzan con un final. Sí. Como cuando hacemos un viaje, y solo cuando ya ha terminado comenzamos a relatarlo, a describirlo, a contar su historia. Ahí es cuando lo recordamos y le damos sentido. Sylvia Plath, sin duda, lo hizo. Creó un viaje literario que cobró vida el día de su final. El día en que todo terminó y empezó a la vez. Tras su muerte el 11 de febrero de 1963, la poetisa americana de treinta años dejó miles de letras perfectamente cosidas entre sí que dan forma a poemas, historias cortas y una novela.
Cuando leí por primera vez uno de sus poemas, Soy Vertical, me fasciné ante la facilidad de la autora por embellecer una historia tan trágica como la que esconde el poema. Y entonces me di cuenta de que, a pesar de todo, con su arte lo había logrado: ser historia, trascender. Más allá del ser físico, que hoy en día tanto importa, por desgracia. Pues siempre he creído en que no hay mayor objetivo ni mayor regalo, que el hecho de permanecer sin estar presente. Ser inmortal. ¿Quién no ansía eso? Dejar huella, y que tu obra sea tan grande que incluso alguno de tus personajes acabe siendo el título de uno de los ‘pubs’ en ciudades como Dublín. Así le ocurrió a James Joyce con Buck Mulligan. Tener la oportunidad de transmitir tus pensamientos, plasmarlos en un lienzo en blanco y que tras esfumarse aquello que los sostenía, la obra permanezca ahí. Eterna. Para que las generaciones venideras la contemplen y se quede la esencia de lo que uno ha sido. La pureza que se esconde tras aquello que nos cubre. La capacidad de algunos de mirarse el alma en una hoja de papel, de mirarse en un espejo que el tiempo no puede romper. Ya lo decía una de las figuras más representativas de la literatura inglesa, William Shakespeare: “Ser o no ser, esa es la cuestión”. A partir de esto, yo siempre me hago la misma pregunta: Somos para dejar de ser, entonces, ¿para qué hemos sido?
No conozco a muchas personas a las que les interese el hecho de que todos algún día dejaremos de ser. A casi nadie le importa eso. A casi nadie le importa desaparecer. Es curioso. Bueno, pues a mí sí. Ya que estoy aquí, la verdad es que me gustaría quedarme, aunque eso solo sea posible a través del arte, algo al alcance de muy pocos. Ella lo dijo: “Me preguntas ¿por qué me paso la vida escribiendo? ¿Si es entretenido? ¿Si me merece la pena? Y, sobre todo, ¿si se paga? Y, si no, entonces, ¿hay alguna razón? - Solo escribo porque hay una voz en mí, y esa nunca estará callada.” Así es, el arte, de alguna manera, nos da voz. Una voz escuchada en mayor o menor medida, pero que, al fin y al cabo, ya hace más ruido que el silencio.
El arte de Sylvia Plath, basado en la introspección de su propio ser y en la perspectiva con la que concebía el mundo, ha alcanzado la universalidad haciendo partícipes de sus propios pensamientos a todos los que lo consumen. Creando una atmósfera de conexión y empatía hacia su persona y desmaquillando la realidad de una forma cruda y concisa.
La verdadera poesía, como bien dijo José E. Rodó y cita el artículo De poesías y poetas va la cosa, “no reconoce otra ley que la verdad íntima -voz, resplandor o fragancia y la de la belleza lograda, éxtasis, temblor o mensaje-". Y es que lejos de ser una poesía simplista, el arte literario que derrochan los poemas de Plath, recae en su profundidad y precisión ya que trascienden más allá de lo obvio, más allá de lo común llevando la sensibilidad al límite. Estos ahondan en la exploración de su propio ser, siendo capaz de desvincularse de ella misma creando así un “álter ego” para experimentar desde fuera sus propios monstruos.
Paradójicamente, su muerte se convirtió en el nacimiento de su inmortalidad. Ser diferente, luchar contra sus propios monstruos, desvanecer y levantarse de nuevo, como el que sumerge la cabeza en el agua y espera hasta rozar sus límites, y luego emerge dando una gran bocanada de aire, para liberarse, para sentirse vivo o como dice la autora en Lady Lázaro para ‘resurgir de las cenizas’.
Por Nuria Vivancos
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