Antígona y la Catarsis de Gaitán por Ana R. Martín

Tuvimos la oportunidad de asistir a una de las grandes citas teatrales de este año, “Antígona” de David Gaitán. La obra fue representada por primera vez en nuestro país el julio pasado, durante el Festival internacional de Teatro Clásico de Mérida, con gran éxito de público y crítica. Dando la razón a aquellos que pensamos que los temas universales tratados por los clásicos no solo permanecen vigentes, sino que interesan a los espectadores y llenan salas.

No sabemos que inspiro a Sófocles, pero si conocemos la historia que hay detrás de la versión del dramaturgo mejicano y no es otra que la sucedida el 26 de septiembre de 2014 en Ayotzinapa (Méjico), donde un grupo de 43 estudiantes desaparecieron, presuntamente en manos de la policía, hoy sus familias siguen buscando sus cuerpos. Gaitán en su afán de deslocalizar la trama creó una adaptación en la que se habla de temas que conocemos de primera mano; los limites del poder, la colectividad, la importancia de los ritos, la democracia…

Para entender está versión, debemos recordar la tragedia de Sófocles, donde una débil doncella encuentra la fuerza suficiente para sacrificarse por los eternos principios que rigen la vida de los hombres, defendiendo su derecho a enterar dignamente a su hermano. Convirtiéndose en una heroína cívica, que se posiciona abiertamente en contra del poder y a favor de los intereses de toda la ciudadanía. El pueblo se pone de parte de Antígona porque piensan que su dolor puede ser el de cualquiera de ellos.

También nosotros podemos sentirnos identificados con ella ya que, desgraciadamente tenemos en la memoria reciente, como miles de difuntos fueron enterrados en la mayor de las soledades, mientras que todos sufríamos el dolor de las familias como propio.

Durante 100 minutos Irene Arcos, Fernando Cayo, Clara Sanchís, Isabel Moreno, Elías González y Jorge Mayor, recrean un juicio en el que hay dos acusados; el real, Antígona que representa la ética, la justicia, la defensa de los principios morales, el respeto por las costumbres, el sacrifico por las creencias, la asunción de las consecuencias. Y el moral, Creonte que representa el despotismo, la injusticia, la desigualdad, la intromisión del estado en la vida privada.

El director da una vuelta de tuerca e introduce el personaje colectivo, poniéndonos delante las miserias de una sociedad dormida, crédula y carente de principios, una sociedad que no se revela y se conforma con protestar en el bar o en redes sociales, una sociedad cobarde que no sale a la calle, ni está dispuesta a sacrificarse por nada ni por nadie, una sociedad sin sentimiento de colectividad donde solo existe el “Yo”, una sociedad que es capad de redimirse mediante la decisión del final de Antígona, de la obra y de su propio final que no es más que su futuro.

Fernando Cayo, con una energía desbordante y una actuación depurada, nos presenta a un dirigente que por momentos es despreciable, mezquino, engreído, cínico y en otros simplemente pragmático, es el protagonista absoluto, hasta el punto de que la obra podría perfectamente titularse “Creonte”.

Nunca el nombre de un personaje le fue tan bien a una actriz, Clara Sanchis tiene esa “Sabiduría” que da la experiencia y el buen hacer, simplemente esplendida. Irene Arcos, es una Antígona que defiende sus ideales desde la reflexión e incluso la resignación y no tanto desde las vísceras, como era de esperar. Ímpetu que le sobra a la Ismene de Isabel Moreno que por momentos es exagerada y gritona en exceso.

Una puesta en escena correcta, que se ha visto ensombrecida por de la música que en ocasiones tapo las voces de los intérpretes, perdiéndose parte del discurso.

Hasta el s. XVIII Antígona era la heroína que se enfrenta al tirano, a partir del s. XIX Creonte es un buen gobernante que lucha por conservar la estabilidad del estado, frente a la rebeldía. En el s. XX los dos son inocentes, cada uno tiene sus motivos.

En el s. XXI los Creonte, siguen siendo igual de poderosos, los encontramos en la clase política, los medios de comunicación, las multinacionales, etc. Pero ¿dónde están las Antígonas? ¿Dónde el pueblo que la apoya? Hemos perdido la hibris* de los héroes griegos y solo nos queda la injusticia.

Ahora, como espectadores nos toca sufrir la catarsis esperada y buscar nuestros propios motivos y razones, mientras elegimos en que bando nos posicionamos y actuamos en consecuencia.

* Hibris. Ir en contra del destino, transgredir de los límites impuestos, aspirar a más.