Tomás estaba sentado en la sala de estar. Intentaba concentrarse en la lectura de su libro, pero no lo conseguía.

Fuera soplaba el viento y la lluvia golpeaba con fuerza los cristales. Desde que el frío había empezado, aquel era el primer día auténticamente invernal. Y eso ponía triste a Tomás, tan triste como los años anteriores. "El invierno, pensaba, es la peor época para la gente que está sola". En realidad, Tomás no estaba solo. Tenía dos hijos: una chica y un chico.

Su hija, Matilde, se había casado con un importante hombre de negocios, con quien tenía un pequeño, que Tomás sólo había visto una vez. Su hijo, Miguel, era un joven de veintiocho años que llevaba una vida demasiado ocupada como para tener tiempo de ir a visitarlo.

Aunque en la Residencia todo el personal intentaba que su estancia fuera lo más feliz posible, aquellos que se sentían rechazados por sus familias no podían evitar pensar que nadie los quería. Por eso sufrían en silencio y lloraban sin ser vistos. Tomás era sólo uno de ellos, pero había muchos otros.

Todos los días recordaba su vida con su mujer, fallecida quince años atrás. Estaba convencido de que si ella no hubiera muerto, él no tendría que vivir en esa Residencia de Jubilados: vivirían con ella, los dos juntos, en su casa, una casa muy humilde, pero muy acogedora. Seguro que ella no habría permitido que él estuviera allí. Pero Tomás era una carga: tenían que cuidarlo, llevarlo de vacaciones... Un día, varios años atrás, sus hijos se habían peleado porque ninguno quería ocuparse de él. Discutieron mucho, mucho tiempo. Entonces él tomó una importante decisión: irse a vivir a esa Residencia. 

Tomás miró a su alrededor. Sabía que estaba solo y que no podía contar más que con aquellos ancianos, cada vez menos, porque el invierno se los llevaba deprisa y ya no volvían nunca más. En verano era distinto: juntos paseaban por el jardín o se sentaban bajo la sombra del manzano a charlar y a recordar su juventud. Pero ahora las partidas de cartas y la televisión eran su único entretenimiento. Y en torno a la mesa camilla ni siquiera se podía hablar. Entre toses, estornudos y pañuelos, los jugadores cambiaban de un día para otro, aquejados de gripe, bronquitis, reúma y un montón de cosas más. 

En un rincón brillaban las luces del árbol de Navidad, que él mismo había ayudado a montar hacía unos días. Sonrió al recordar las fiestas en familia, cuando los niños eran aún pequeños…

Un ruido le hizo volver la cabeza. Una enfermera abrió la puerta y dijo su nombre. El corazón empezó a latirle muy deprisa. ¡Tenía visita! No podía creerlo. Siguió a la enfermera por los pasillos hasta el recibidor y allí los vio: su hija, su nieto, su yerno y su hijo, todos juntos. Casi no pudo reconocerlos: había pasado tanto tiempo...! Su hija le abrazó y dijo:

- Hola, padre. Venimos a buscarte. Ven a pasar las fiestas con nosotros. Perdónanos, pero por favor, olvida lo que te hemos hecho. Ya es hora de que vuelvas a casa, con tu familia.

Tomás notó que se le saltaban las lágrimas. Intentó mantener su entereza, pero su nietecillo que se acercó tambaleándose y se abrazó a sus piernas, pudo más que su deseo y rompió a llorar.

- ¡Hijos, hijos!, repetía entre sollozo y sollozo.

La enfermera volvió a aparecer y le acompañó a su habitación para ayudarle a recoger. De regreso al vestíbulo miró de reojo tras las puertas de cristal de la salita y vio a sus compañeros mirándole tristemente y diciéndole adiós. Sabía cómo se sentían. Sintió pena por ellos. Él al fin y al cabo había recuperado a su familia, mientras que ellos… 

Bajaron los peldaños que daban a la entrada, donde estaban aparcados los coches. Cuando estaban metiendo en el maletero su bolsa, ya a punto de marcharse, Tomás habló:

- Me quedo aquí. Este es mi hogar desde hace muchos años, esta es mi otra familia. No puedo dejarles solos en estas fechas. Gracias por venir… 

- Pero.. padre… no nos hagas esto!¡Hemos venido a buscarte! … Es Navidad!

- No os enfadéis. Para mí vuestra visita es el mayor regalo. Os lo agradezco muchísimo.Pero no quiero estorbar. Ahora mi sitio está aquí, con los compañeros de mi edad.

- Pero si no estorbas…

- Bueno, bueno… Espero que a partir de ahora vengáis más a menudo. Eh ¿pequeñín? ¿Volverás a ver a tu abuelo?

- Si así lo prefieres …. Pero mañana pasaremos a buscarte para que comas con nosotros.Y si no quieres venir mañana tampoco, pues pasaremos pasado, y al otro , y al otro: vendremos a verte todos los días, ya verás.

- ¡Eso espero!! Si lo que dices es verdad, este es el mejor regalo de Navidad que puedo tener. ¡Hasta mañana!

Desde lo alto de las escaleras les vio marcharse en el coche, mientras le decían adiós con la mano. El, feliz y esperanzado, recogió sus cosas y volvió a entrar en la Residencia, deseando que el día siguiente llegara cuando antes.