Esta Cámara, tanto en pleno como en comisión, tanto en esta legislatura como en anteriores, ha debatido en numerosas ocasiones sobre el lobo. Quizás esta sucesión de debates y discusiones sea el reflejo de algo que, a estas alturas, debería resultar muy obvio: y es que el lobo es una especie muy polémica, observada desde perspectivas muy dispares.

La gestión del lobo, conviene advertirlo, es difícil. La gestión es tan difícil que uno de los principales expertos mundiales sobre la especie, el Dr. David Mech, presidente del grupo de especialistas del lobo de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN), suele afirmar que allí donde hay lobos y ganadería, hay conflicto y que el quid de la cuestión suele estar en cómo encontrar la mejor manera de gestionar el conflicto.

Durante el día de hoy sus señorías han tenido la oportunidad de escuchar a muchas personas que les han trasladado puntos de vista muy diferentes sobre el lobo en nuestra región y que han expresado distintas opiniones sobre cómo debería gestionarse el presente y el futuro de esta especie. Los diagnósticos son tan distintos que, muy probablemente, un observador ajeno a los intereses de los grupos que han propuesto la comparecencia de estas personas, incluido el que sustenta el gobierno al que pertenezco, podría preguntarse si existe algún consenso posible que pudiera propiciar un acuerdo.

Estoy segura de que, al oír estas palabras, alguno de ustedes habrá tenido la tentación de responder, con una buena carga de demagogia, que sí existe un consenso básico en el hecho de que a casi nadie le gusta este plan. Pero también estoy convencida de que los críticos reconocerán, aunque mucho temo que nunca lo admitirán en público, que las posturas en torno al lobo son tan divergentes que dificultan al máximo el acuerdo.

No quiero, con ello, justificar mi posición. Lo que pretendo es recordarles que nadie, insisto, nadie, ha tenido mayor interés que yo en lograr un consenso en este asunto, pero ahora estamos en una nueva fase y mi responsabilidad en este momento pasa por actualizar el marco normativo que guía la gestión del lobo en Asturias. Es decir, lo que procede ahora es revisar el Plan de Gestión del Lobo.

En este proceso no puedo olvidar mi doble condición de responsable del departamento, de la consejería, que tiene atribuidas tanto las competencias en materia de ganadería, como las de conservación de la naturaleza, y quiero asegurarles a ustedes que durante todo su desarrollo he procurado en cada momento ponerme en la piel de los diferentes actores que están interesados o a los que afecta esta especie, desde sus más fervientes defensores a sus más acérrimos detractores.

El resultado del proceso de revisión lo conocen, ha sido remitido a esta Cámara por el Consejo de Gobierno, aun así me van a permitir que, sin descender innecesariamente al detalle y a la casuística de las medidas y actuaciones que se recogen en el texto, les haga un pequeño relato de lo que hemos hecho y, sobre todo, de por qué lo hemos hecho.

En 1992, cuando se aprueba la llamada Directiva Hábitats, el lobo en España al norte del río Duero queda incluido en el anexo V de dicho texto, que recoge, y cito literalmente el título del anexo, “las especies animales y vegetales de interés comunitario cuya recogida en la naturaleza y cuya explotación pueden ser objeto de medidas de gestión”. Esa posible “recogida en la naturaleza” o “explotación” quedaba justificada en el propio texto de la Directiva, en su artículo 14, atendiendo al estado de conservación favorable de estas especies, y ese mismo artículo establece que, en cualquier caso, ese “estado de conservación favorable” debe ser mantenido.