Por Inaciu Iglesias en 'El Comercio'

Recibimos miles de turistas y no tenemos un mal relato que contarles. Nada. Cuatro tópicos y tres reproches. Ay si otros tuvieran nuestra historia: cuánto más provecho le sacarían; pero nosotros, insisto, nada. ¿Para qué? Como buenos cosmopaletos, despreciamos lo que ignoramos, renunciamos a caer en cualquier bucle melancólico y presumimos de no explotar los sentimientos identitarios. Que se empieza diciendo afuega’l pitu y se acaba en el separatismo.

La culpa de todo es de los intelectuales: gente muy abstracta, con caprichos caros y siempre pendientes de las subvenciones. Así que no hay que hacerles caso. Que por algo, en nuestro pequeño y verde país, somos especialistas en escupir sobre nuestro pasado y no darnos ni cuenta. Celebramos el 1.300 aniversario de la batalla de Covadonga y hacemos como si nada.

Nuestro Rey Alfonso II fue el primer peregrino en hacer el Camino de Santiago y hacemos como si nada. Somos uno de los seis Principados que existen en Europa y hacemos como si nada. Y luego protestamos cuando nuestro patrimonio arqueológico, artístico, etnográfico, documental o lingüístico se deteriora sin remedio. Como si no fuera cosa nuestra.

Y, mientras, seguimos gastando tiempo, dinero y esfuerzos en organizar -o en que nos organicen- festivales de esos impersonales, ruidosos y absurdos donde lo único que importa es el tamaño. Venga. A lo grande. Cuantos más mejor. Y es que somos imbéciles: les quitamos la esencia a nuestras celebraciones en una absurda competición haciendo que la mejor fiesta de práu ya no sea la mejor; sino la más grande. Y mientras lo hacemos repetimos eslóganes fomentando la pluralidad, la diferencia y la singularidad; pero para la cultura no: ahí todos iguales, que el tamaño es lo único que importa.

Y el ruido. Y el hormigón. Y la tontería. No hace tanto, en un estuche promocional de vaso de sidra con el que obsequiar a los turistas, nuestros expertos en turismo decidieron decorarlo con monumentos emblemáticos de nuestras tres principales ciudades. ¿Y a que no saben qué pusieron? ¿La torre de la catedral, acaso? ¿Algún palacio barroco? ¿Una iglesia medieval? No, no, no; nada de eso: lo que nuestras doctas autoridades consideraron que debíamos enseñar al mundo era el Niemeyer en Avilés, el Calatrava en Uviéu y la Laboral en Xixón.