Sobre el triunfo del esperpento...La animación en la plazuela a la caída de aquella tarde era extraordinaria. No menos de ocho carros de mulas y cuatro o cinco camionetas desvencijadas con sus correspondientes pasajeros, ganado, y artefactos de varias especies, habían ido tomando puesto ruidosamente.
Habrá también, quizá, un ciego circunstancial que cantará coplas, varios charlatanes que ofrecerán elixires para curar todo género de enfermedades y unos servicios odontológicos que no dejarán de tener clientes, pero sobre todo público porque siempre es agradable el espectáculo, más si es un amigo, viendo las estrellas”
Estas palabras no son cosa mía, no, nada de eso. Están escritas en la página 63 de la primera edición de la obra que lleva por título “Tercera vuelta” muestra de la fertilidad, donosura y lozanía literaria del escritor colungés D. Jorge Vigón y Suerodíaz, por si no lo sabían Premio Nacional de periodismo en 1.949 y premio Nacional de Literatura en 1.950.
Ahí nos habla de lo que fue el mercau de la llamada “Plaza de Argüelles” uno de los linajes más antiguos de la localidad del que se tiene noticia ya en el siglo XIV, donde se hace referencia a D. Gonzalo Suárez de Arbuellos – que es lo mismo que Argüelles – como merino mayor de Don Alfonso de Castilla en tiempo de su padre D. Enrique II de Trastámara o a Don Alonso González de Argüelles, colungués, alcalde en Asturias del Rey Don Juan – Juan I el de los realengos de Lara y Vizcaya – en el año de 1386
Ahí se celebró tradicionalmente el mercau de los Jueves durante más de un siglo, antes incluso ya de la remodelación urbana de D. José de Argüelles que hizo derruir los dos hórreos que ocupaban la mayor parte de la plazuela a efectos de que fuera utilizada para tal fin.
Con posterioridad y una vez eliminados los tres hórreos existentes y otras edificaciones menores entre ellas el “Rollo de Colunga” señera enseña concejil, que se hallaba enfrente de la casa de Doña Rufina Cobián, se trasladó a la actual plaza donde se celebra hoy día (sin cubrir) hasta los años cincuenta del pasado siglo durante la alcaldía de D. Hernán Pérez – Cubillas como todos ustedes ya saben.
El devenir de los acontecimientos hace que a partir de ese momento la Plaza de Argüelles pierda su papel preponderante quedando en el olvido incluso su nombre, hasta que aún en plena guerra civil una vez “liberado” el territorio colungués por las fuerzas sublevadas fuera rebautizada poco después como “Plaza del General Vigón” en honor del General D. Juan Vigón y Suerodíaz uno de los más significados líderes del bando nacional, que había nacido justo allí en esa misma plazuela, en la secular mansión de los Argüelles, propiedad en ese momento por la natural evolución de las cosas de su padre, D. Braulio Vigón, claro que es de justicia indicar que para nada fue el cambio de denominación del agrado de D. Juan – hombre de proverbial modestia – no obstante dadas las circunstancias históricas hubo de transigir – como disciplinado militar que era - aunque bastante contrariado con este obsequio y otros que se le hicieron obligado por poderosas razones de propaganda y protocolo que le fueron impuestas por el mando.
Claro que lo verdaderamente esperpéntico viene ahora, pues con la tan cacareada Ley de la Memoria “histérica”, en la actualidad esa plazuela se llama actualmente “Plaza Vigón” a secas con lo que nadie sabe a qué atenerse.
¿El motivo? Pues nada más sencillo, D. Jorge Vigón está en la lista de “malos” elaborada por el “amigo” Garzón con motivo de la memoria histérica esa, y claro…
Pero cuidado, que el esperpéntico teatrillo de los actuales príncipes del plebeyismo aún no ha terminado, y si no me creen consulten ustedes la “lista Oficial” de escritores colungueses en cualquier enlace “web” de la administración, local incluida, como no…
¿Ven ustedes por alguna parte al General Jorge Vigón, todo un premio Nacional de Literatura en un pueblo de cuatro gatos?
Pues ya se lo digo yo para que no se molesten: “No”, ni lo verán…
Y luego aún me dicen que soy un cansino insufrible con la cantinela esa de la masonería…
¡Omenomejodas…!
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