Publicado en La Nueva España el 26/01/22

Querido Adrián:

Escribo estas líneas desde el respeto ideológico, sin el cual no puede existir una cultura democrática, y desde el afecto personal, que no es condición necesaria para el ejercicio de la res publica, pero que ayuda al desarrollo de una herramienta humana esencial: la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

La manera más fecunda de intervenir en la historia consiste en protagonizarla. Que no nos la trasladen como relato, sino que la conquistemos como gesto. Como escritor, conozco bien los poderes pero también los límites de mi instrumento de trabajo: el lenguaje. Por eso sé que ningún discurso es tan formidable como su plasmación en actos. Y que ninguna palabra es tan eficaz como su encarnación en hechos. Muy pocas veces en la trayectoria de un político la oportunidad de ser actor y no sólo testigo del devenir de su tierra, de influir en su paisaje y en su paisanaje, de atender en definitiva a su idiosincrasia, habrá alcanzado tanta relevancia como en las actuales circunstancias. A nadie se le escapa que, por un capricho de la aritmética o por la simple, hegeliana astucia de la razón, tu voto resulta decisivo a la hora de redactar una nueva página en la historia de Asturias, a la hora de conquistar un derecho lingüístico cuyo veto sólo se puede seguir manteniendo desde una minoría de edad autoimpuesta, a la hora de remozar y ampliar el pacto que los asturianos nos otorgamos hace ahora cuatro décadas mediante el mecanismo más poderoso que a efectos prácticos poseemos: el Estatuto de Autonomía.

Algunos de los que podríamos reescribir ese pacto, como es tu caso, no habían nacido cuando se fraguó; otros, como es el mío, apenas éramos unos niños cuando la Comisión de los Ocho empeñó su ánimo en la consecución de una tarea que una generación antes, todavía bajo la férula del franquismo, habría parecido una utopía descarriada: el sueño de un autonomismo de facto, la legitimación de un modo de ser, decirse y sentirse asturiano.

Jamás he participado en la redacción de un texto colectivo, pero asisto entre la esperanza y el orgullo a la posibilidad de formar parte de la reformulación de esta narración a varias manos que es el Estatuto. Lo hago desde la convicción de que será un texto imperfecto, como todos los sometidos a la acción del tiempo, pero mejor que el que ahora nos acoge y sostiene, que ha satisfecho con creces su cometido pero hoy reclama ser fortalecido con nuevos derechos, con más amplias conquistas, con el ánimo de refrendar la voluntad de un grupo de gentes que habita en una Asturias muy distinta a la de 1982. Si esa aventura fracasa por no haber sido capaces de reconciliarnos en los que nos une en vez de encastillarnos en lo que nos separa, es posible que las generaciones futuras se pregunten qué políticos fueron aquellos que, pudiendo protagonizar la historia, se obstinaron en cancelarla.

Con respeto y empatía, recibe un abrazo, Ricardo Menéndez Salmón

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