La inhibición de la Unión Europea en el conflicto catalán ha roto la magia del cuento que nos contaron en la gestación de este organismo, tras la II Guerra Mundial. Se creaba un Consejo de Europa para proteger a las poblaciones del continente de las guerras provocadas por las ansias de dominio de los Estados poderosos.

Ahora los últimos expresan, en nombre de la institución, que se trata de un asunto interno de España. No me cabe en la cabeza que guarden silencio otros instrumentos del Consejo de Europa más implicados en la materia, como son en la actualidad, el Parlamento, el Congreso de los Poderes Locales y Regionales, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y el Comisario de Derechos Humanos. Cuando prácticamente la totalidad de los Estados miembros tienen reivindicaciones de autonomía en sus territorios, no es coherente que el organismo comunitario dictamine que el caso catalán sea un problema español, porque no es así y tampoco es de recibo que los representantes de los Estados y del mercado, que han legitimado las luchas por el predominio de los poderosos y fomentado la incrustación de los territorios privilegiados, piénsese, por ejemplo, en el conocido como Archipiélago de Europa, y que castigan a las poblaciones, sean quienes se pronuncien en el tema.

Es cierto que cuando Churchill lanzó la idea de crear un Consejo Europeo, en Zúrich (19 de septiembre de 1946), se dirigía a poblaciones que habían sufrido una e incluso dos guerras y que todos sus antepasados habían vivido guerras. La II Guerra Mundial no solamente había sido alarmantemente destructora, sino que el recurso a la bomba atómica por USA iniciaba una deriva bélica exterminadora. También es cierto que una gran parte de los que nacimos en los entornos de aquella época no hemos conocido guerra en el continente y que tenemos instituciones que tienen por objetivo la defensa de los ciudadanos y de los pueblos de Europa, como las ya mencionados, pero éstas hacen el papel de bufones, porque solamente tiene voz la Europa de los Estados, o dicho de otra manera, la de los Estados poderosos que luchan por el predominio.

El discurso de Churchill tenía ya esa tendencia, porque insistía en la urgencia de comenzar por el eje franco alemán y reducía el acceso al organismo a los Estados que podían permitírselo. Más aún, consideraba a USA una especie de guardián del poder nuclear. Al margen de éstos y de otros reproches al proyecto expuesto en el discurso, el Consejo de Europa creó y mantiene, instrumentos cuya misión es la protección de los territorios y las poblaciones y no me parece ningún disparate querer escuchar sus voces en lugar de la de los Estados y de los mercados que no tienen en sus objetivos la defensa de las poblaciones o de los territorios.

Es algo de simple sentido común; los instrumentos que hemos creado deben tener uso, especialmente en materia de su competencia, como es el caso. Si no es así, no sirven sino de coartada para hacer creer que el Consejo de Europa protege a unas poblaciones cada vez más castigadas por los recortes y a unos territorios cada vez más marcados por la desigualdad.

Hemos perdido la magia del cuento que nos contaron, tenemos que recuperarla.

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