Ramón Pardo Bada

“Obligado por el gobierno republicano, fui a la guerra. Rodeado de muertos y heridos, herido yo mismo y con gran peligro de morir bajo una lluvia de metralla, me ofrecí a mi Madre, María. Perdí un brazo; pero se salvó la vida. Aquello que a los ojos de todos era una gran desgracia, se convertiría para mí en una fuente ininterrumpida de gracias”.

Esas palabras de su “testamento espiritual” nos dejan entrever la fe de un hombre de gran corazón que, dondequiera que estuvo, quería y se hacía querer.

HUÉRFANO A LOS DOS AÑOS
Ramón, nació el 12 de enero de 1918 en una aldea, Carrandi-Colunga, del Principado de Asturias (España). A sus padres, Cirilo y Servanda, prácticamente no los conoció. El primero murió durante el servicio militar cuando Ramón tenía un año y la mamá se fue a Argentina cuando él apenas había cumplido dos. La volverá a ver sólo una vez, cuando sea sacerdote y cuente con 43 años de edad. La abuela materna muere cuando él tiene 14 años. “Con ella terminaba cuanto de madre tenía en la tierra”. Su única Madre será en adelante la Virgen María.

MUTILADO DE GUERRA

El 18 de julio de 1936 estalla la guerra civil en España. Ramón tiene 18 años. Se esconde porque no quiere enrolarse en las filas del ejército republicano marxista. Lo descubren y lo obligan a ir al frente. Su grupo es sorprendido por el “enemigo” y, cuerpo a tierra, bajo una lluvia de balas, se ofrece a María: si sale con vida, consagrará su vida al Reino de Dios. Un proyectil le perfora la muñeca, gangrena, amputación del brazo izquierdo. Terminada la contienda nacional y no pudiendo trabajar en el campo, con 20 años, reanuda sus estudios, interrumpidos a los 14. Cursa bachillerato y hace magisterio en la Universidad de Oviedo. Allí se enrola en la Acción Católica y, como algunos de sus compañeros, se ofrece al Obispo para ser sacerdote y llenar el vacío de los presbíteros asesinados durante la persecución religiosa. El Prelado delicadamente le aconseja que, debido a su mutilación física, trabaje como laico comprometido, que podrá hacer mucho bien. Pero él no queda satisfecho.

OBLATO DE MARÍA INMACULADA

Llega a sus manos el libro “Apóstoles Desconocidos” sobre los hermanos oblatos en misiones extrajeras y llama a las puertas del noviciado. Profesa como hermano coadjutor y lo destinan al Juniorado como profesor. Después de unos años de enseñanza, se obtiene la dispensa de su irregularidad física y se le abre el camino del sacerdocio; pero tiene que repetir el noviciado como “novicio escolástico” y proseguir su preparación previa como cualquier escolástico. Tanto en el noviciado como en los estudios eclesiásticos, en Pozuelo, tendrá como compañeros a sus antiguos alumnos. Dos de éstos serán ahora sus profesores. Destacará como animador de la Academia Mariana.

Oblatos españoles con el P. Marcelo Zago, Superior General (Ramón Pardo, junto a la Virgen, lado izquierdo). Una vez ordenado sacerdote, en 1960, ejercerá su labor apostólica en diversos ministerios: Formador y Superior en el juniorado, Maestro de novicios, Provincial de España… En los últimos años ejercía el ministerio pastoral, atención a enfermos e impedidos sobre todo, así como confesiones y acompañamiento espiritual, en la parroquia oblata de Aluche, Madrid. Allí le sorprende la última enfermedad, una embolia cerebral. Inmóvil y sin poder hablar, entregará su alma a Dios en la enfermería de la casa provincial.

SU VIDA ESPIRITUAL

Su relación con María era una piedad filial auténtica. “La tendrán siempre por Madre” podría ser el lema de su vida. Cada prueba, cada cruz con que topaba, y fueron muchas y pesadas, que nosotros juzgábamos desgracias, él las asumía como una gracia, una delicadeza más de María. Le servían de trampolín para dar un salto al plano sobrenatural mediante una visión de su fe profunda en Dios-Amor. La pérdida de su brazo, por ejemplo, fue para él la ocasión para dejarse guiar por la mano amorosa de la Providencia.

Con un grupo de jóvenes en la parroquia de san Bartolomé (Leioa-Bilbao). Tenía un gran amor a san Eugenio de Mazenod, a la Congregación por él fundada, a la Iglesia… Pero confesaba que su contacto con la espiritualidad de la unidad o de comunión, que conoce en una Mariápolis, encuentro anual de la Obra de María (Movimiento de los Focolares), siendo Provincial, reforzaría ese amor. “Puedo asegurar que la Obra de María clarifica y renueva mi ser Oblato”, dejó escrito. El contacto con esa espiritualidad será al mismo tiempo un acicate para amar sobrenaturalmente al prójimo, viendo a Jesús en cada uno de sus hermanos. “Mi vida es una continua gimnasia de amor”, escribía en su testamento espiritual.

Otra clave de su vida interior ha sido el descubrir en cada dolor, propio o ajeno, el rostro de Jesús crucificado y abandonado. Esto quedó patente sobre todo en la última etapa de su itinerario espiritual, que fue una constante tensión a la santidad. Doy fe de ello.